jueves, 10 de marzo de 2011

Las Monjas de Santa Lucía.-


No, esto no es una novela de García Márquez, por incapacidad y porque no lo es. 
Pues ahí estaban, en el convento, todos rosas, dobladitos y verdaderos, aguardando no sé qué, hasta que llegó el ladrón y los trincó. Un millón de euros, en billetes de 500, en bolsas del Carrefour, o similar. Que si lo pilla el Roca, se compra un Paul Klee, y te lo coloca encima del wáter. Las monjas de Santa Lucía se rasgaron aquella mañana el hábito de puro dolor, y dejaron la oración para mejor coyuntura, que no hay forma de rezar con tal desastre y no todos los días te levantan un kilo y medio, más bien nunca, porque no va dejando la peña, millón arriba, millón abajo, sus billetes güenos en ningún armario krojen del Ikea. No sabemos si la poli está más preocupada por la procedencia de la fortuna o por la búsqueda del bandido. Desubicada del carajo, no me cabe otra sospecha, y cualquier suspicacia de un comisario anunciando la normalidad de las bolsas de dinero en los noviciados me dejaría la jeta de mármol. Dicen que las monjas echaron en falta la pasta, tan verdadero como que era primera actividad de la mañana, el check de los billetes gordos, antes de la oración, el café con leche y las torrijas ésas que fabrican, o los huesos de santos, o como demonios se llamen las cosas de la culinaria religiosa, que a mí particularmente me sientan como un tiro de gracia en el estómago, y he de tomar un gin-tonic para digerir tal abundancia de azúcar y almendra. Alguna profesa asustadiza pensó que podía haber sido peor, que podían haberlas violado, o violentado, como se decía antes, cuando las hermanas abandonaron la calle para ingresar en la orden. Y la madre superiora la juzgó severa. Coño, suspiró el inspector, esto me recuerda a una peli porno de Rocco Sifredi. 
Entre medias, en mitad de esta novela real que apareció en los periódicos hace un par de días, una monja pintora, Isabel Guerra, que vende cuadros en torno a 30.000 euros en el mercado del arte, la posibildad de un ladrón de guante blanco que supiera de la existencia del  botín, la opción del  ratero de pocas ínfulas pero con una flor en el culo, un convento de robustos muros, y esas bolsas al estilo Malaya, con mucha pasta, en un lugar de gente austera, teóricamente emprendedoras de la caridad. Cuanta rareza y oscuridad, tenía que ser en Santa Lucía, patrona de los ciegos. Y luego aquella ida de olla de Santa Teresa de Jesús. ¡Ay que larga es esta vida! / ¡qué duros estos destierros! / ¡esta cárcel, estos hierros / en que el alma está metida! / Sólo esperar la salida me causa dolor tan fiero, / que me muero porque no muero
Yo no sé que tomaba Santa Teresa, pero me consta que las monjas del siglo XXI difieren mucho de su espíritu y locura. Nadie dijo que ser monja fuera fácil. ¿Amor de monja? Pues todo parece aire, como aquello del fraile.

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