miércoles, 16 de enero de 2013

Belén en el Chat (15).-


Internet viene a ser el universo de los paraísos y las frustraciones, porque si hay algo en esta red universal del cybermundo son expectativas y ciertas ambiciones para seguir viviendo, aunque haya gente que la utilice para matarse, o cuanto menos para anunciarlo. El problema viene cuando las perspectivas van perdiendo valor, se derrumban, es decir cuando las exploraciones han dado resultado  y la gente encuentra lo que busca (virtualmente) y tienen que verse las caras en un café de la calle Hortaleza a las siete y media de la tarde. Yo llevaré una chaqueta de terciopelo negro. Bien, yo, los labios rojos, el pelo recogido y americana verde de espiga. Deep y Longoria. Belén todas estas cosas las sabe aunque ella crea que no, pero lo proyecta de manera instintiva cuando se conecta al chat. Ella es Belu Longoria. Él, Johny Deep. 
Deep se ha hecho 204 kilómetros desde Motilla del Palancar para conocer a Belén. Tiene los dientes de diferentes colores, entre marfiles, marrones, blancos y negros y un curioso bigote al Motorhead Style con unas patillas que se extienden hasta el borde de la boca y se conectan con el mostacho,  una calvicie precoz que disimula precipitando unos cuantos pelos sobre la frente, y cierto estrabismo en unos ojos que no se sabe muy bien si alguna vez habrán estado juntos y compenetrados en un mismo punto del espacio. Están sentados en la terraza del Café Figueroa, y él mira con un ojo la silueta de las tetas de Belén y con el otro el suelo. Mientras ella, no sabe donde mirar.
Le estoy contando a María que alguna gente lleva la mentira demasiado lejos,  y que está muy bien eso de que el affair virtual huela a cappuccino, sales de baño y eau de Cartier, y soñemos al interlocutor en un ballet de Anna Pávlova, pero descubrir la revelaciones de la vida real, es decir, el ali-oli mal lavado en la boca, los tics del ojo derecho y la halitosis, pueden resultar un gran imprevisto si no un tremenda putada. Yo no digo que no pueda haber simbiosis como decía aquel soldadito borderline de Gran Hermano I , y que se puedan comer un buen pan tumaca con mucho ajo, digamos en San Feliú de LLobregat, pero la mentira ya no es como se decía antaño una de esas falacias con las patas muy cortas sino que tiene una doble vertiente, un mentiroso y alguien que quiera oír la mentira, lo que viene a ser la cooperación en la farsa, es decir la grandiosa bufonada de Internet, el Dream World a su alcance queridos, pero por si acaso lávense y lleven spray anti-aliento eucaliptus, condones y vaselina. Suerte.
Johnny Deep está pidiendo la cuenta. No lo ve claro. El desengaño camina sonriendo detrás del entusiasmo, dicen los franceses. 

sábado, 12 de enero de 2013

Fantasmas de Madrid (14).-

Pienso que el mundo está lleno de fantasmas, no en el sentido de que estemos rodeados de duendes fardones (además) sino en la apariencia espectral . Los habitantes de Madrid somos los fantasmas de vanguardia, somos algo en función del espectador; los estados sociales se actualizan y la ciudad marca los destinos.  Por lo general queremos agradar (o no queremos agradar). Depende del día, así son las ciudades. Vale, y después la muerte es una cosa milenaria y añeja; no sé quien nos tarifó tan diferente a los ciclos de las tortugas marinas, pero nuestra esperanza de vida en occidente ronda los ochenta años. Luego, la otra muerte. Les quiero decir que hay muertos que están muy vivos, más incluso que los que aún no han buscado las tablas; y hoy he leído en facebook: The importance of being Oscar Wilde. Enunciado por una gran pija del barrio de Salamanca. La gente tributa a los muertos en los muros. Elvis, Rimbaud, Kafka, Wilde. Me pregunto si Sidi estará muerto para Belén, si espera algo a cambio de nada, o vicervesa; o si Sidi es un muerto deambulando por una cárcel, o si es agradable o  desagradable. Quieran o no, el amor está ahí, con ese matiz de adoración y odio en cercanía.
Sus vidas dependen del control, del miedo a la muerte, del dinero. Hablamos de la muerte y de repente del amor con una pareja moderna de Malasaña en un restaurante tradicional y académico del Barrio de Salamanca. Los camareros no llevan camiseta, no dicen chicos queréis algo para picar y no son actores en paro, que suelen ser mis frecuencias. Son tan buenos, tan profesionales que dan ganas de darles un beso en la frente al salir. Mientras, la comida riquísima, de abuela limpia, pija y gran cocinera. Carga  tanto usted, tanto caballero y tanta señora pero son muy buenos. Fuera ambigüedad del rol, estos tipos saben lo que se traen entre manos. Son realmente muy buenos.
Realmente somos ocho en la cena y nos han sentado a dos enfrente como en toda mesa que se precie de ser una mesa. Una pareja heterosexual. No los conocemos, o no los conocíamos de antes. Son fantasmas de Madrid. Siempre hay un partner más desprendido que otro. Es él, va de individualista, y es un fantasma fardón de la independencia. Le gusta hablar del negocio textil y de las finanzas, aunque aburre a las ovejas. Yo escruto sin darme cuenta en los sentimientos de la gente. Con una caricia a mi chica es suficiente, ellos lo miran, se miran, y poco a poco te van a contar su vida, la afectiva. El rioja Martínez Lacuesta también hace lo suyo. Llevan cinco vinos y ya sé que nunca tienen ganas de follar a la vez, posiblemente porque él también folla fuera de casa y ella tiene un amante de veinte, aunque eso son conjeturas mías. Ella se ha puesto super cachonda leyendo 50 Sombras de Grey; una humillación guay, con clase, excitante, dice. Yo no conozco nada de ese artefacto, les aclaro, porque yo soy muy guay para la literatura, y no leo cualquier cosa. Ahora me pregunto si tendrán bronca cuando lleguen a casa. En el otro sector de la mesa se mantienen al margen y hablan de tecnología y del mercado de la noche, es decir la carne de los bares, a intervalos irregulares. Sin ser presuntuoso creo que le he gustado algo a Marta y que me la podría llevar a la cama sin dificultad, más que con el instinto de un gin-tonic de más y mirándola como no la miran desde hace tiempo, con ilusión. No es que me haya metido mano en el paquete descalzada de los tacones, un pie y una media de seda; por debajo de la mesa; no. Los ojos, cuando hablan, no más. Perder el control y pasarlo bien está bien, pero perder el control y hacer daño en paralelo también tiene su cadencia con lo anterior. Si este momento de nuestra vida fuera una película porno estaríamos los dos en el lavabo follando, pero somos dos fantasmas en un restaurante tradicional del barrio de Salamanca; y guardamos las formas y todo eso. Como ella se ha sentido sobreexcitada con 50 Sombras de Grey, él, Juan, suspicaz y envidioso, habla de lo buenas que están dos o tres chicas de su oficina de consultoria financiera y de la carne fresca de los veintidós años. Es ese en el momento en que María y yo nos miramos descaradamente, y explotamos en carcajada.
Después salimos de copas, y Juan está lo suficientemente borracho para sincerarse, o ser franco, o algo parecido. Estamos apartados, al fondo de La Realidad, el bar de los artistas y la pose de Malasaña. Me cuenta que necesita apoyo psicológico, y que está enamorado de Alejandra, una pija de ICADE, de veinticuatro años. Carne fresca, recalca; lo cual jode un poco su exposición, la afea cuanto menos. Marta era muy complaciente al principio pero ahora es egoísta, artificial, hostil y absurda. Puta sociedad y puta monogamia, dice. Él si parece realmente ilógico, absurdo. No sé ni como desprenderme. La identidad es muy importante, y nadie la tiene; pues tío ahí lo has clavado, cavilo en ese momento. A ratos lúcido, a ratos un pobre borracho, a ratos un duende fardón. Presto mucha atención, es mi manera de disimular el aburrimiento; le miro mucho a los ojos porque a medida que avanza sus rencores y su verdadera personalidad, me voy enterando de menos. El tipo necesita una salida, también Marta; María me hace un gesto al otro lado de la barra, Juan es como un indio en un mercado del Janpath tocando tetas con los codos; contempla los culos con una franqueza alarmante. Un buen día se fugó el respeto, grita Marta. Suena Big Jet Plane, qué buena onda. 









jueves, 3 de enero de 2013

No Era Mi Realidad (13).-


Hará un par de años, un tipo hindú, de nombre Punnet Gullatti, tuvo la ocurrencia de comentarme que yo era un enlace entre Dios y los hombres, que mi comunicación era evidente e inmediata. Casi nada. Punnet tomaba whiskies como nosotros cañitas de cerveza, y podía beberse perfectamente entre diez y doce copas al día; nunca le vi borracho, o sí, pero nunca demasiado tambaleado ni demasiado balbuceante. Johnie Walker con pimientos del piquillo, con aceitunas, con anchoas. Parece que le estuviera viendo, bailando los hielos del vaso y aspirando como si tuviera la resolución de la vida. Un tipo insólito, algo rechoncho, más bien guapo; ingenuo y puro de sonrisa; muy afectivo; y eliminaba el alcohol mediante meditación. Curioso que en Occidente lo que se medite sea la resaca. Tenía una esposa en Nueva Delhi, dos hijos, una novia en Singapur y un negocio de fabricación textil. Amaba a su mujer y se follaba a la malaya, y siempre sentenciaba de la misma manera. Brother, enjoy life. Y a la par todos eliminaban la traición mediante meditación. Es la absolución de las religiones, y un polvo, para qué negarlo, se medita bien, y se reitera la acción, y así por lo sucesivo. Yo les voy contando con el segundo gin. 
La noche que Punnet me buscó una conexión espiritual, apretándome las manos en mitad de un restaurante de Malasaña no me importó demasiado que hubiera cierto desdén por leve que fuera, entre la gente próxima a nuestra mesa de metafísica, whisky y cerveza, porque él si parecía muy concentrado y místicamente abstraído en aquella variedad esotérica que a mí no me abstraía de ningún estímulo para la aspiración a esa cosa que llaman tantra y que lleva disolvente de cerebro. Si a los locos hay que darles la razón, a los fanáticos de Ganesha, supongo, habrá que acompañarles un poco en su paranoia; nunca he discutido mucho las religiones, usted me dice que tal, yo le digo que vale. O viceversa.
Andaba mi colega con esa sugestión de que el alma no pesaba 21 gramos, sino en torno a medio kilo, y que además de inmortal era reciclable, de forma que las migraciones se producían en inversa proporción. Más o menos, si habías sido jeque saudí y habías vivido entre oro y pompas de dioses, ibas a parar a una rana bermeja, valga el paradigma. Me percaté de que tenía mucha emoción entrar en el zoco de las almas, y que de acuerdo a la teoría de la reversión de las vidas, lo suyo sería vivir lo mejor posible pero morir desgraciado para una mejor suerte en el futuro, si ello se dictaminara por la situación del último suspiro; en caso contrario, qué se le iba a hacer. Mira Punnet, la vida me ha tratado medianamente bien, me estás contando que me van a putear cuando renazca en la muerte. No sé, no sé yo si va a ser bueno eso de la regeneración espiritual.
Hace poco habían llegado las penúltimas noticias, de fuentes de Okhla. Todo es un poco enrevesado como la teoría de la reversión, pero se resume en que se casó con la malaya sin haberse divorciado de la hindú. Por otra parte, se habló de cierta mala práctica empresarial, que no tengo muy clara. Al parecer,  por hache o por be acabó en la cárcel. Al poco tiempo se muere. Me llamó por teléfono una amiga, Shristi Pandey.
En fin, he pensado que me gustaría volver a ver a aquel güisquero trascendental de sonrisa franca. Solo espero que no haya ido a parar al cuerpo de una rata de Chadny Chowk. Y que se pueda tomar un whisky con aceitunas. Solo eso. No era mi amigo del alma, ni un intruso postergado de la vida. Y no era mi la realidad; la suya.