viernes, 25 de marzo de 2011

La Onda Chunga de la Adolescencia.-



Si ser niño era bonito y la primera teta tocada conscientemente en la infancia queda perdida para siempre, ser adolescente es torpeza, acné, despertar sexual (es lo mejor que tiene), malicia y confusión. Ser adolescente es ver que las tetas vienen con factura y venganza, que se pierden, regresan y cruzan otros caminos, y que te vas a pelear por ellas, unas tetas que ni siquiera te quieren. Ser adolescente es creer que quieres sin querer, creer que no quieres, queriendo y negando la evidencia. Amar algo destinado al fracaso. Ser adolescente es un práctica de dar por culo por pensar que el mundo te la está metiendo y llorar mamando desde le egoísmo. Caminar por la selva, cuando la jungla aún no ha jugado las bazas en tu vida. Es aquella postura socrática de tiranía, contradicción al padre, devoración de comida y  falta de respeto en general.  Ser adolescente y ser hiena es parecido. Yo nunca he querido volver a ser adolescente, sí en todo caso, volver a ser niño y por supuesto, volver a ser joven universitario (que tiene otras paranoias que molan más), porque al púber con las sombras de un incipiente mostacho y esa desagradable voz metalizada, por lo general le tengo cierta repulsión, salvo honrosas excepciones. Si sabido es que los veranos de la niñez son la patria de uno, los veranos de la adolescencia no los evoco con todos los afectos que podrían merecer, pues es demasiado estúpida (normalmente) esa mudanza en mitad de un niño y un adulto. Aparecen en escena unos chavales todo el día calientes como  berracos (lo cual no es censurable), que andan a trompicones por cualquier lado, se beben cualquier guarrería isotónica con alcohol, se marean, vomitan, se pegan por una tía,  no dan ni la hora (la generosidad y altruismo son vacantes de la edad) y articulan con esa voz de plomo una de sus ilustres frases: A ésa me la follo (Sí, ya lo sé, que eso se dice también con 30). Justo cuando ellas empiezan a decir: todos los tíos son iguales. 
Como en toda adolescencia, la imbecilidad reinante no quita la existencia de una presunta felicidad, más en una época en la que uno parece tarado,  apenas se entera de nada y ni siquiera se recreará en la existencia de cualquier tipo de componente trascendental. Es la época de ser fascista en grado de ferviente extremismo o anarquista de la lucha con galones, la época de los extremos y la sinrazón. De los extras hormonales, de la sudoración y de la psicodependencia de las pandillas. Dios, qué onda más chunga me transmite al adolescencia. Siempre he preferido al niño cruel antes que al adolescente gilipollas. Hasta donde llego, la crueldad del niño no da para tanto.




4 comentarios:

  1. ¡Uy, a mi me pasa igual!, los adolescentes me dan mucha grima, sobretodo cuando van en grupo.
    Recuerdo que hace un par de años tuve un ataque de pánico al ir a recoger a mi hija adolescente al instituto y encontrarme con cientos de púberes vestidos más o menos de manera uniformada, gritándose y empujándose, me sentí como en la peor de las pesadillas. Sin duda es la peor etapa del ser humano con diferencia, y la prueba fehaciente de ello es que un adolescente ni siquiera se soporta a si mismo.

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  2. Uff, a veces en grupo son manada peligrosa

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  3. Recuerdo mi adolescencia como sórdida y clandestina.
    En grupo tampoco me gustan, pero individualmente me fascinan, son tan complejos e imprevisibles...

    besos

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