jueves, 27 de octubre de 2011

Un Palo por el Culo y un Pub Irlandés.-



La idea viene de Gadafi. Pienso de vez en cuando en la muerte, principalmente porque estoy en el bombo y porque me la retransmiten por internet y los periódicos, siendo la muerte  una cosa muy sensacionalista. Y porque llevo algunos muertos a mis espaldas. Tampoco me procuro muchas reflexiones porque puestos a pensar, será ella quien piense mí y me dedique sus últimas palabras, en ese tránsito de urgencias diarias que tiene la muerte, y puestos a pedir, que no me agarre con un palo en el culo  (Gadafi) o me desprenda del casco (Simoncelli), o me desaparezca (ya saben), aunque dispuestos a una segunda pretensión, prefiero volar y desnudar mi cráneo que palmarla con previos de sodomización y ultraje, o con el imprevisto de que no me encuentren en varios años a la redonda. Vale, ni una cosa, ni otra. Pero entiendan que la peli snuff de la sangre negra, la mucosidad, los gusanos, el pus, el morbo, la mierda y el palo en el culo, que han hecho con Gadafi ni la quiero para mí , ni la deseo para cualquiera de los hijosdelagranputa que tenemos por vecinos en el Universo. En fin, voy por mal camino, yo que había venido aquí a descojonarme de la muerte, antes de que ría ella por última vez. Les cuento.
La otra noche estaba en un pub irlandés viendo la segunda parte de un partido de Champions League, y me pareció que estaba pisando la cartera de algún despistado, cuando realmente estaba pisando la mano de un  hombre colosal que había quedado desorientado de por vida. Era el despiste eterno. Sí, se me murió en los pies un toro blond de doscientos kilos, y nadie supo porqué. Todo el mundo se encogió de hombros, y puso pies en polvorosa, que es lo que sucede cuando se te muere un desconocido en un bar. Que todo el mundo se acojona,  tiene prisa, y se va sin pagar. De repente, ni eres cliente, ni eres habitual, ni puedes partirle la crisma al camarero o exigirle una hoja de reclamaciones porque te hayan echado un jugo de hongos venenosos en la última pinta de Guiness de toda una vida, que es una desgracia muy grande, aunque peor hubiera sido un palo en el culo. Luego llegaron en este orden: dos ambulancias (no hubiera hecho falta ninguna), un coche zeta de la poli (a preguntar si estaba normal antes del deceso: sí, si lo normal es vivir) y una furgoneta del tanatorio (que era lo único imprescindible). Cuando se lo llevaron, pensé  que sería de aquel cuerpo colosal, y graso a todas luces, que también es otra manera de pensar en la muerte. Si no lo reclamaban, acabaría expuesto en una mesa de fiambres y harían prácticas con él en la facultad de medicina, y si lo incineraban, aquel cuerpo ardería bien, con mínima presencia de comburente. Grasa y manteca no le faltaba, y para más inri, el hombre muerto en el pub irlandés tenía una cabellera rubia pletóricamente leonina. En fin, también pensé en el equilibrio de necesidades entre muerte y vida, en la necesidad de una para el transcurrir de otra. Y tal. Supongo que me entienden, por mucho que morirse sea una putada, hay que morirse de vez en cuando para la renovación planetaria. Todo está muy estudiado. En el fondo es un acto frecuente, y sobrevalorado. Otra cosa es morirse de mala manera, con un palo por el culo, mucha sangre y cuarenta rebeldes muy cabreados. Morirse de golpe en un pub irlandés no es un final feliz de puticlub clandestino chino, pero está mucho mejor. Me parece.

P.D. ¿No era en dimensión borgiana la vida la muerte que viene? Pues eso. Otra cosa son las formas de la muerte. De eso quería hablar.





lunes, 24 de octubre de 2011

Intrigas de mi Novela.-


Primero me dijeron que los capítulos tenían sustancia y eran buenos, pero el final era un ejercicio de pereza del autor que rompía el sentido analógico de la novela. Te has cargado una novela muy fresca y muy aceptable. Sigue, cuenta más y proyecta el desenlace. Ah. Pero me daban poco más de una semana. Ellos sabrían. Hice lo que puede, me dejé los ojos a la luz del flexo, me di a la cirugía con injertos, disecciones, inserciones,  bebí cervezas y café, le leí noventa páginas a mi pobre Mary, me lo pasé bien y me mandaron al carajo. No, no fue el lector profesional. Era el pariente del gran señor del grupo Power, que era adicto a los best seller y no sabía donde coño iba mi novela. Lo entendí. Poco después publicó Uruguayo, la biografía de Diego Forlán, 365 días para sobrevivir sin llamar a mamá y Miranda Manía , un coñazo de una tal Miranda Cosgrove, una adolescente de productos basura. La onda comercial, sería. Después apareció otro tipo, Mojama, de la editorial Hoy Trinco que me hizo un adulador informe. Tienes destellos de Umbral, un novelón. Con esos matices tan ásperos y abruptos, y tan delatadores, esa cara de momia cabreada que me gastaba el colega. De decirte eres bueno, con cara de echarte la bronca. Después había que currárselo, es decir, pagar los ejemplares, organizar la presentación de la novela. Tú dame la plata, que yo te la publico. Bye Mojama. Más tarde apareció la editorial Quiero Plata. El colega se llamaba Carmelo. Era flaco, pálido, y tenía una expresión amarillenta y famélica, que venía a parecer un seminarista corrosivo de sesenta años. Parecía mi padre, o mi cura, o las dos cosas. También parecía que vivía del aire. Sé que era austero y que comía poco. Le gustaba quedar en el Mallorca de Bravo Murillo, y decir que no tenía ganas de tomar nada. Creo que era rácano, pero yo le hubiera invitado a cualquier chorradita del Mallorca, una pulga y un café, cualquier cosa. De la novela habló poco. Muy poco.  Creo que no tenía ni puta idea. Nos ha gustado, la queremos publicar. Hablaba mucho de dinero. De bastante dinero. El proyecto era grande, con una tirada inicial de más de 5.000 ejemplares. Me preguntaba mucho por mi vida profesional, tratando de intuir mis posibles. Mi pasta. Y yo no tenía alrededor de 15.000 euros sueltos para publicar la novela. Después me llamó diez veces, y empecé a sospechar que no fuera editor, sino marica, o un editor marica, en cualquier caso. Más tarde me llegaron del sector noticias de que era un pirata, y que no debí perder ningún segundo yendo al Mallorca. Un día le dije que no, y noté unos movimientos espasmódicos y una voz sobrecogida al otra lado por teléfono. Dijo que desaprovechaba una gran oportunidad. Menuda coyuntura, bien sabíamos los dos que aquella propuesta no era ningún amanecer. Fue la última vez. Después fui un día a Tirso de Molina, a la editorial Los Abuelos. Me abrió la puerta una de las hijas góticas de Zapatero. Tampoco tenía idea alguna de la novela, pero la quería publicar. Mientras ella atendía el teléfono, curioseé por su despacho los libros que habían publicado. Eran novelas de señores mayores, tipo Memorias de mi vida en Carrascalejo, Una vida dedicado a la Caridad, La Almunia y yo, Historias del Campanario de Azuaga. Si no salí corriendo, fue por dos motivos, el primero porque me faltaron huevos, y el segundo por verle un poco las vueltas y las ínfimas posibilidades a aquella ninfa barroca y excesiva que tenía unos bonitos ojos rodeados de secreciones negras. Hará tres o cuatro semanas, la jefa de edición y diseño de la edtiorial Power, una poeta honesta y linda, lanzó un proyecto de novelas subversivas, canallas, o descarnadas, o beat, o chispeantes, o lo que fuera, y me dijo que haría todo lo posible para que mi novela viera luz. Porque tenía esos matices. Era perfecta para las nuevas intenciones de una editorial reinventándose. Lo dijo ella, pero el pariente del señor del grupo Power dijo que no, porque no, y punto pelota, que es como se habla en las editoriales de cierta relevancia. Después, he seguido manteniendo el contacto con la enlace del grupo, que tiene cierta apuesta personal por quien suscribe, y ahí estamos, cada uno a lo nuestro, una novela surcando el vacío y la aspiración de no publicar en el desierto. La novela se ha titulado Sucesos Aleatorios, Las Vacaciones de la Muerte y Tres Hombres para Tres Ciudades. No puedo evitarlo, me gustan los títulos malos y espero encontrar uno aún peor. Creo que dice la verdad de su protagonista y mi propia mentira, no he buscado otra cosa. Pues eso.
P.D.- Obviamente han existido otras peripecias, pero corresponden a la fracción olvidadiza de mi memoria.
P.D.- Mientras les he narrado este post, he recibido las siguiente misiva, pero les aseguro y me temo que hablan de humo. 
P.D.- Si quieren ser mi agente literario, envíenme un privado. Pero no me citen en el Mallorca.


Estimado Sr. Javier,

Muchas gracias por el envío de su manuscrito. Tras haber realizado la consiguiente revisión, concluimos que podemos publicar su obra.

Con este fin, le adjunto el contrato de edición que rogamos nos devuelva firmadopreferiblemente escaneado de nuevo y por correo electrónico. Generalmente, requerimos una media de entre 1 y 4 meses hasta la publicación de su libro.

Tal y como figura en el contrato, hemos confeccionadocompletamente gratuita. En cualquier caso, recibirá su honorario a partir del primer libro vendido y además tendrá usted la posibilidad de beneficiarse de diferentes prestaciones editoriales que ponemos a su disposición para la difusión de su libro.  (véase documentación adjunta).

He reservado un puesto libre para usted en la editorial, así pues le pido que nos devuelva el contrato de edición en un período máximo de tres semanas debidamente firmado; en caso contrario, ruego me informe de su decisión, para poder liberar su puesto.

Si desea consultarme cualquier tema relacionado, no dude en ponerse en contacto conmigo vía e-mail.

¡Sería un placer trabajar con usted y ver publicada su obra!


Saludos cordiales desde la editorial

Anette Sauerbier

sábado, 22 de octubre de 2011

Los Bohemios de Madrid.-

 
Nos han colocado al lado de casa un bloque con unas matrices de hormigón y con un acabado de ladrillo visto, o como carajo se diga, que es un mercado. San Antón, en Augusto Figueroa. Tiene escaleras eléctricas y en la planta baja, un Opencor. Moderno. No es un mercado al uso, digamos de abastos. No hay señoras con carritos, gruñendo por unas acelgas y un manojo de puerros, ni loteras, ni gitanas husmeando, ni viejos absortos entre una copa de coñac y un mondadientes, ni pobres buscando restos. Hay guiris y modernos, y guiris modernos, y guiris disfrazados de Cristiano Ronaldo o de Indiana Jones en plan dominguero, y españoles disfrazados de guiris modernos o matando la estética de la foto con la camiseta de Iniesta, y comida exótica al modo take away de sushi o croquetas de chipirones, o búscate un metro cuadrado de barra que somos cinco y tengo un estrés del quince haciendo cola en la mortadela siciliana. Por la noche se comen ostras y se bebe champán. Globalización diversificada. Arriba hay criba selectiva porque tienen una terraza de ático con porteros pijos y seguratas más cuadrados que esos mierdecillas de guardias que afluyen de los subterráneos de Madrid y no tienen ni media hostia, pero las reparten a pares.  Abajo están los negros de La Farola, los guettos de Rumanía, y en fin, los núcleos duros de Chueca. Por ejemplo, los Leatherman (http://es.wikipedia.org/wiki/Leatherman). Una cuadrilla de borrachos y de mendigos, que se dan a la San Miguel de medio litro y al brick de tintorro, y tienen los pantalones meados y el rostro de barro. Cuando salió del mercado un guiri disfrazado de moderno pobre, eso que llaman grunge fashion, botas de montañero, vaqueros rotos y camiseta roída y desmedida, un mendigo facha de los Leatherman le habló alto y claro: vete a tomar por culo a tu puto país. Alguna gente se ofendió, pero yo creo que no lo entendieron muy bien. Los leahterman representan la auténtica bohemia del siglo XXI, y en los mercados delic de los modernos donde no les dejan entrar, y quiebran de manera notable sus aspiraciones, siendo ellos en mayor medida bichos del habitat del mercado de abastos y del mercado de calle, donde se ha estilado en cierta manera, la compasión con el homeless. Claro, nos gusta la bohemia en el arte, en los teatros, cuando no huele mal, y no se mea en nuestras calles, y no nos pide dinero para renovar la borrachera, pero la bohemia es eso, un mendigo borracho cagándose en los muertos de un guiri mestizo. Lo demás es pose.
Aparte de estos bohemios que no hacen ni el huevo, está Jack London, que es el bohemio trotamundos que piratea ostras, caza focas en Japón, busca oro en Alaska y mendiga en Londres. Pero eso es mucho pedir a la bohemia de hoy día.  Y ya no hay, ahora se recorre el mundo con un proyecto, una subvención o un fondo europeo. O con patrimonio. Y luego está Bardem, en Vicky, Cristina, Barcelona, un bohemio que conduce un deportivo descapotable y tiene una casa de piedra en la montaña.  No, ese no es un bohemio. En fin. 

viernes, 21 de octubre de 2011

Novela Buena de Gente Indigna.-



Acabo de leer Fabulosas Narraciones por Historias, de Antonio Orejudo. Vale, la portada es muy naif y parece una ingenuidad de niños bien de colegio suizo haciendo el imbécil cuando deberían estar tomando copas y conspirando. Cayó en mis manos por recomendación de la tía buena (cuyo nombre no recuerdo)  de la librería Antonio Machado,  que tiene buen rollo y buena puntería . Regalo de cumple.  Le tenía ganas a Orejudo. De leerlo, claro.  Buena. El leit motif: la audacia y el humor. Valiente por el tema de desmitificar a los grandes como un suicida español que viene a contarnos que la literatura la inventó Cervantes y el resto son variantes de lo que se inventó el manco. Y casi nada vale un real.
No como un golpe de efecto de daño por omisión, de exaltar a nuestro mayor estandarte literario de todos los tiempos y silenciar al resto, con sus derivaciones perniciosas. De ser así, la novela hubiera resultado obviamente un coñazo. Insufriblemente cervantina y lameculos.
Sí como un un ataque frontal a aquellas agrupaciones intelectuales del Madrid de los años veinte, sin negligencia, con toda la voluntad y la carne en el asador. Le da toda la gracia del mundo.
Literatura de entrañas e higadillos. Pero de la buena. Me ha hecho recapacitar sobre el gran debate: los escritores que se exponen al Miura no venden  tanto como los escritores que torean con el pico de la muleta y no dicen nada. Esa novela dice que el ser humano se degrada, que los españoles tienen muy mala hostia, y que Madrid siempre ha sido una ciudad humeante, y que tuvo una época con parranda de categoría; dice que todos los escritores son unos gilipollas y que Juan Ramón Jiménez era un insufrible comesopas, y Ortega y Gasset aparte de ser un sabiondo, se cepillaba a toda hembra de la alta burguesía y que Azorín era medio nazi como educador y maltrataba a su sobrino Martini, y que Lorca era culón y paticorto, y un pedante, y un coñazo con el piano y el alma de Andalucía,  y Unamuno, arrogante y ególatra. Si son personajes imaginarios, con nombres reales, lo juzgan ustedes, en caso de leerla. Al mismo tiempo es una novela gástrica (parece un cocido con mucha guindilla picante), pornográfica (Santos es un maníaco sexual fascinado por las maduras), irreverente (descaro con las vacas sagradas de la literatura de principios de siglo XX) y de gente bastante cerda y con pocos escrúpulos (o ninguno) que toma cócteles en el bar del Palace, pero es mucho más que una novela golfa. Vale, también hay novelas muy malditas y muy destroyer antisistema, sois todos unos hijos de puta, que no valen un carajo, pero esta sí. Porque sabe sacarle los colores al principio de siglo, y lo hace bien. Narrativa intensa, que no densa, diálogos vivos, que no insulsos, personajes imprevisibles, que no imposibles y todos esos añadidos de las novelas que agitan la marejada de sus sagaces letras. De ésas de querer pasar página, porque nunca se está demasiado bien en la precedente.  Creo que no tiene un solo personaje digno. O en cualquier caso, tiene personajes que van evolucionando hasta la plena putrefacción interior.  Eso no quita que sea un novelón. Para mí, vitalicia. He dicho.










miércoles, 19 de octubre de 2011

Jiang y los Maricas Tardíos.-



Jiang está bueno y es barato. Tampoco es excelente. Está en la calle Hortaleza, exponiendo al público la oferta. Jiang no es un chapero chino, porque entre otras cosas, yo creo que no existen los chaperos chinos. Los chaperos son rumanos, latinoamericanos y marroquíes, creo yo (sobra decir que no me he tirado a ninguno); pero tengo la capacidad esencial para distinguir a un puto de calle y para aventurar la procedencia sin problemas. Jiang es un restaurante chino, con una china muy simpática que se llama Luisa, que siempre se va a casar pero no se casa nunca. Lleva tres años casándose y diciendo que la cosa está jodida. Bueno, no dice jodida, dice: crisis mal para negocio, cliente sin dinero. Es lo mismo. Pero nos complace escuchar un poco ciertos desahogos de la rutina, los negocios y los hombres chinos. A continuación llega su madre, le dice cuatro cosas más o menos agrias, más o menos chinas, y Luisa abandona a tomar otra comanda. La otra noche le tomaba la nota a dos señores de esos a la manera Marbella Vice, con gomina, bigote y el pantalón alto, reventando el abdomen. Eran maricones. De mal gusto, pero maricones. No es que quiera yo utilizar el término despectivo, y quiera buscarles a ustedes que me tachen de ruin peyorativo, o se pongan estupendos y me llamen homófobo en mitad de la diversidad. No, el tema es que se llamaban entre si como maricón. Hablaban alto, como buenos dignatarios de una opción sexual que les exaltaba la pluma. O tal vez, hablaban alto como acreedora gente ordinaria. No lo sé muy bien, juzguen ustedes. Tú maricón, escucha maricón, no me jodas maricón. Alto. Uno tenía cara de vieja, de esas viejas de pueblo con pelo y verrugas en la mejilla y con bigote de cerdas salpicadas, y con encías encarnadas y unas cuantas ausencias de dientes. Un puto desastre. El otro era una bola de billar y no tenía cara de nada.  No sé, entiéndame, de desaborido. De Marichalar. Por ahí va. Aunque quizá tenía ojeras de hipnotizador. Creo que ninguno tenía cara de maricón. Hablaron de relaciones afectivas. De las suyas, con sus novios bisoños y bellos que eran una especie de Doriansgreys de Moratalaz. Les habían hecho regalos tipo PS3 y Gucci, pero los chavales no les complacían como ellos decían merecer. A continuación el calvo habló de que no tenían nada que ver estos chavales  con su ex-novio el catequista, que también era maricón, o gay, o algo de homosexuales. Luego se pusieron profundos y hablaron de cuando descubrieron que les gustaban los maromos. El caravieja había estado casado, y dijo que su parienta le montó un chocho de colores (literal) cuando le dijo que se separaba por su insólita homosexualidad. A continuación salieron a la palestra unos cuadros de efebos en pelotas que pintaba el insípido y una casita en Benidorm que tenía el otro. Querían montar una orgía. Luisa nos miraba cómplice y les fue a tomar nota de los postres. Se rieron de una manera muy gutural, ásperamente ordinarios y el calvo preguntó si tenían plátanos. Creo que incluso se derramó alguna mucosidad. El otro, que ya es sabido, parecía un vieja con barba de muchacho de dieciséis se partió la caja torácica pidiendo una lechada. Eran muy porno-puretas, ellos. No, solo flan y helado, dijo Luisa. María se empezó a incomodar. Pedí la cuenta, pagué (o pagó María, no me acuerdo) y me achuché bien a mi chica durante unos metros. Me pareció que todos los señores con los que me cruzaba eran maricones. Luego tuve el prejuicio de que aquellos pijos bizarros de Moratalaz les acabarían jodiendo, y bien, a aquellos maricones tardíos. Y ellos eran conscientes. Después encendí la tele y me pareció que Cameron Díaz estaba más buena que nunca, con su cara de dónut y sus brillos azul bebé. Y me puse a escribir. 

lunes, 17 de octubre de 2011

Hitler, el Mal, el Negocio y el Éxito.-


Que el éxito ha venido consecuencia del mal, y los pijamas de rayas han asolado los aeropuertos, a mí no me cabe duda. Incluso me atrevería a decir que la literatura consecuencia del mal, que viene a ser la reivindicación del bien, tiene poco talento (a menudo). ¿Se han preguntado alguna vez que sería de sus vidas sin el Holocausto? Ustedes no habrían visto Schindler´s List, ni La Vita è Bella, ni The Pianist. Ni habría escritores judíos con la matraca del dolor o supervivientes o intelectuales anacrónicos y oportunos de la expiación judía. Ni musicales, ni docudramas, ni tantos premios Nobel, que ahora serían anónimos escritores sin ningún enigma para la sociedad, ni oscars, ni medallas de condecoración y National Geographic se habría tenido que buscar la vida en unos quinientos documentales. Vaya negocio, el Holocausto. Cuántos dolares alrededor de la masacre. Un galardón, una retribución millonaria y una mansión en Honolulu gracias a la artesanía de la tinieblas y la vileza que fueron escribiendo una banda de hijos de la gran puta, encabezados por Adolf Hitler. ¿Saben que mamá Klara estuvo a un tris de abortar a la alimaña? Como habría dicho Albert Camus, la bestia salvaje fue soltada al mundo. Y llegaría un éxito inter-morbosohistóricocultural con esas dimensiones ya reconocidas.
¿Acaso no han utilizado Hitler o Nazi, a modo de descalificativo con algún amigo en la taberna? Yo, muchas veces. Todo viene de lo que viene. El negocio y el costumbrismo. 

Curioso, Hitler era poca cosa, más bien feo y tenía poca sustancia, pero siempre grandes imbéciles nos han metido en grande líos. Uno de ellos es Chaves, más feo aún que Hitler, y que se ha caracterizado por seguirle la corriente. Dar un golpe de estado y fracasar. Acto seguido, presentarse a unas elecciones y arrasar. Igual que Adolf. La gente también debe ser imbécil. 

Luego, la historia casi todo el mundo la sabe. Nace en Braunau, se le joden los pulmones, se recupera, con dieciséis se hace nacionalista, viaja por Viena, odia a todo dios, pinta unos cuadros de mierda, se le mete en la cabeza que la primera guerra mundial le va a cambiar la vida, echa la culpa de la derrota a los judíos y los marxistas, le da un ataque de ansiedad, se purifica en la montaña, hace deporte, se deja un bigote ridículo, por poco se queda ciego pero se salva el hijolagranputa y empieza a aborrecer a los judíos. Aparte, ¿qué se podía esperar de un abstemio, ecologista, vegetariano, y radical anti-tabaco? Yo, que no tengo ni una de las cualidades, me pondría lejos de un colega así. Ahí hay un higienista racial. Y sufrimiento. Y luego negocio. A la vista. ¿Cuántas veces nos han recordado el infierno? Tomen una copa de vino y coman carne roja, he ahí el bien.







viernes, 14 de octubre de 2011

Fiesta.-

Fiesta, irse de fiesta en el siglo XXI, es un asunto variable, según provenga la farra y quien la cuente. Véase Alejandro Agag o Bea la Legionaria. Está el botellón, la narcosala, el after, la casa rural, las batallas de barrio, las navajas, los bares de Malasaña, el estramonio y el Gabana. Y las despedidas de soltera: el otro día vi por Chueca a una novia con una diadema fálica en la cabeza; las amigas lo tocaban, y más, había succiones sensacionalistas, y se reían como aldeanas sin dientes, salvo que sí los tenían, al menos los incisivos y premolares. Me pareció perfecto que salieran con ese espíritu, ese simbolismo sexual, sobreexcitadas en mitad del universo gay. La noche prometía. Era otra variante. Después esta Fiesta, la novela de Ernest Hemingway, que narra acerca de las juergas de unos escritores medio golfos, medio novelistas, más lo primero que lo segundo, y de una chica guapa, Brett, que no se pondría un pene en la cabeza, pero se acuesta con Hemingway (que viene a ser Jake) y sus amigos, incluido un torero. Ella tiene todos los dientes, y habla como si tuviera todos los dientes, (Brett era preciosa, llevaba un jersey ancho, una falda de tweed y el cabello peinado hacia atrás como un muchacho. Estaba hecha a base de curvas, como el casco de un yate de carreras). Aparte está loca, no sabe lo que quiere y hace sentir importantes a los hombres, como paso previo al destierro. Después llora y  empieza a relativizar la felicidad, y la tragedia. Bueno, en mi época también había chicas que eran increíblemente promiscuas, e increíblemente profundas, diría que espirituales, muy propio el paralelismo de los principios hinduistas del karma con las portentosas ganas de copular.  Admirable, literariamente hablando. Y en la vida, igualmente fascinante. Digamos que hoy vivimos con método en mitad del caos, y la gente sabe lo que quiere, aunque parezca que no sabe lo que quiere. Pero ahí están los objetivos. Que cada uno lo interprete como quiera. Por eso las promiscuas transcendentales normalmente son chicas de paso que no llevan pollas en la cabeza, como Brett, normalmente ricas y normalmente desgraciadas.  Fiesta, cuyo título original es The Sun Also Rises.
Unos jóvenes viven en París. Al principio tienen dinero. La unidad argumental de la novela reside en una trilogía de tipos escribiendo, bebiendo y haciendo el amor. Hay muchos martinis y muchos bares de madera con intelectuales leyendo el periódico, y mucho jazz, y baile, y chicas hiperbólicas cuando la moda y la realidad eran la curvatura. Mola todo. Son educados, se hablan de usted, tienen tierras en Nueva Inglaterra y hablan de literatura, Nueva York, París y de la tragedia en la vorágine de la resacas. No han pisado un polígono en su vida, no existe la Rave Party, el garrafón no ha recibido aún las subvenciones, viven continuamente de after. Se levantan y se toman una copa, a la fresca. Eso era el after de los años veinte. Son felices, pero no lo son. Son contradictorios. De vez en cuando lloran y leen a Turgenev. Más tarde se van a pescar truchas a Navarra. Y luego a Pamplona a los toros y a buscarse la farra de los sanfermines. Jake, (que yo creo que es Hemingway), se hace respetar por el dueño del hotel Montoya, y es el confidente de Brett, el amigo de los toreros y el espontáneo norteamericano que bebe de las botas de vino de media Pamplona. A pesar de ello, casi nunca está borracho, salvo por la noche, cuando sale a fumar un cigarro al balcón por los tormentos que para él representa la oscuridad. 
Ahora se va a París al Pret a Porter, y a Disneyworld, y en las tabernas nada de The Sun Also Rises, y los sanfermines son una ordinariez de calimochos, garrafones, pacharanes infames y borrachos aún más abyectos, reventados en los parques sucios de Pamplona. Los toros, ya ven. Las Bretts, cada vez hay menos. La novela no tiene ambición, lo cual es fantástico, y nos arrastra con cierta tensión natural, sin violencia, como los buenos toreros. Sin fiesta, pero de fiesta continua, como esas frases entrecortadas, el trepidante lienzo de una generación muerta (que yo creo que era como Jake, que creo que era Hemingway, dipsómano para algo, para el arte, no esa mierda del colocón por el colocón, que creo que no era la filosofía de Brett, la promiscua transcendental, que ya no hay, o hay minoría).








jueves, 6 de octubre de 2011

Porno y Amor.-




Hubo un día en el que Alice Belletti decidió que no quería tener el negocio entre las piernas. Aunque yo creo que lo tenía, el business, en mayor medida, en la boca y en el culo. Desconozco los motivos, pero jugando a augur de los destinos de una profesional del porno, se me antojan que esos paralelismos que anunciaron entre  la felación y el cáncer de garganta pudieran tener su peso, aunque después de habérselas tragado dobladas durante una década y no desarrollar ni siquiera la infección por el virus del papiloma humano, dudo que tuviera que desarrollar algún tumor maligno, no obstante, también es sabido y no quiero ser pitoniso de lo chungo , que el cáncer tiene sus efectos retroactivos. Pero a fecha de hoy, Alice ha vivido sus 64 años de vida, exenta de cualquier tipo de miserable carcinoma, lo cual me produce una alegría insolente y muchísimas ganas de seguir abriendo botellas de vino. Y luego, segundo motivo, que tras su película 145, después de haberla mamado unas 725 veces, y ser sodomizada otras tantas por otras tantas pollas y diversos enseres, parece que se enamoró de un tipo que no era de la industria, como dicen los americanos, de pene normal y vida ordinaria, que rechazaba con vehemencia mantener una relación con aquella miss blow job de los ochenta. Y así se lo dijo: Alice, empezamos desde cero, tu pasado es escabroso pero lo vamos a olvidar, y para ello lo primero que has de hacer es desecharlo, y eso no tiene que ver más que con tu retirada. Sí, Henry, me muero por tu caricias y por tu pene normal, le dijo ella etérea en aquella nube en la que no le iban a dar por culo y que la transportaba sigilosa, feliz. Bienvenido al mundo de Alice, que acaba de nacer, el pasado no existe Henry, el pasado es una pompa de jabón rota en mitad de la atmósfera. ¿Qué queda de la pompa de jabón? Nada. ¿El porno? No sé que es el porno. Ni siquiera sé mucho de Alice Belletti, apenas me he podido conocer en estos cinco minutos de vida. A continuación hicieron el amor con una suavidad casi hermética, los movimientos acompasados a un lento viaje casi tántrico que expiraron en su ligereza cuando Henry giró la velocidad hacia los vértigos del pasado y dio origen a unas acometidas violentas. Porno duro americano. La tomó por detrás y empezó a imaginar la escena con Jim Dick en El fontanero siempre folla dos veces, y ella sabía que Henry estaba pensando en Jim Dick, y que iba a arrepentirse en la culminación de haberse metido en las salvajes entrañas de Dick. Entre jadeos ella le dijo: puedo matarte si acabas en mi cara. Henry  dijo: no te preocupes mi amor. Pero a continuación habló Jim: se nota que te la han metido quinientas veces zorra del diablo. Al momento la cogió del pelo y agarró su cuello de la misma forma que antes había hecho Dick, con una intensidad breve pero agonizante, y Alice le dio un codazo en la nariz, que le dejó un poco aturdido y unas cuantas gotas de sangre mancharon las sábanas sobre las que ella lamentaba el primer imprevisto de su corta y reciente vida. Y le dijo a Henry que se fuera y que no era la persona adecuada para afrontar una nueva existencia. Y mientras Henry marchaba con la abatida humildad del derrotado, totalmente inconcluso, sexual y moralmente, Jim rodaba la tercera parte de El fontanero siempre folla dos veces. Y Alice salió a respirar el aire de los parques en el reinicio de su vida, buscando a alguien que no metiera a Jim Dick en la cama. Era sencillo. No exigía demasiado. Para eso, le hubiera gustado tener una cámara delante, un bote de vaselina y un talonario. 
P.D. Hablo de las ruinas, de los excedentes de la vida golfa, de la carga y el embalaje que lleva consigo una puta o una actriz que hace de puta, del descrédito y de la infamia en una sociedad ruin y justiciera. 

martes, 4 de octubre de 2011

Mala Hostia, Maldad y Prensa.-




Me  da la brasa algunas veces mi colega XX, con el tema de que en España gastamos mucha mala leche. De vez en cuando va más allá y se le va desluciendo el discurso, con su verbo, a menudo excesivo, y deja sedimentos de este calibre (literal): los españoles viven encabronados, se creen la hostia y en el fondo somos una mierda pinchá en un palo. Como a todo ser obstinado, y preconcebido de tramas argumentales, le gusta vivir en los extremos y hay que bajarle de la burra (y el colega no baja) o darle un par de hostias antagónicas, verbales, obvio (y el colega ni se inmuta, cabalgando aquella mula de su terquedad). Aunque en el fondo, puede tener su pedazo de razón, no puedes más que negarle alguna evidencia parcial, para frenarle la carrera, porque si toma impulso tiene más peligro que Farruquito y sus gitanos haciendo la tarde en el IKEA. Y ya le hemos conocido en caída libre y sin reservas, como plétora salvaje. Querido, en primer lugar, no menos malos que algunos de nuestros vecinos gabachos, o británicos, o nuestros compañeros del Mediterráneo, pero sí pudiera ser verdad que eso de ser malo es mode, como diría un parisino afectado. Aquí lo ha parecido, a veces, pero tu globalización de la mala leche como patrimonio público también es una forma de perversidad y un encabronamiento personal como si formaras parte del colectivo herido y encrespado para soltar esta perla. Y no lo tomes como agravio, sino como parte del juego en el que tú y yo nos entendemos. De cualquier forma, en España siempre ha parecido que nos estábamos curando de la malicia, pero la mala hostia con nuestros congéneres se ha venido defendiendo como esa parte de la furia ibérica que era impensable perder, pues de esa manera, perdíamos identidad o renunciábamos a la estirpe, a la idiosincrasia de nuestros ancestros. No obstante, cierta mala hostia siempre ha sido bonita. No me refiero a la vileza de los nacionalismos, a la crueldad del fútbol o la malicia de la tele. Eso, todo es mierda. Hablo de la interesante mala leche que nace de la cultura, de los asaltos líricos entre Quevedo y Góngora, de la gangrena de Valle Inclán, de los espumarajos de Cela, de Umbral y su libro, y de la catadura moral de Unamuno frente a Millán Astray. De nuestros coetáneos del XXI, me llegan los desafíos de un burlón Rafael Reig a determinadas apreciaciones literarias de Vargas Llosa, y a toda la vida literaria de Javier Marías y Arturo Pérez Reverte, los exabruptos de Salvador Sostres y la arcaica mala follá de Antonio Burgos, a modo de ejemplo. Luego está la maldad, que no es prosa afilada, o sangrienta, como la han querido llamar determinados articulistas, en cualquier caso, igual de sanguinarios. En fin, la maldad. La maldad es un niño llamando hijo de puta y negro de mierda a Kanouté, o mofándose de la desgracia de un futbolista muerto, como pude contemplar este domingo en el Calderón durante el Atlético  - Sevilla (ea, ea, ea, Puerta se marea). Me río de quien habla de los niños como seres exentos de vileza. Ja. La maldad es la ironía sin inteligencia y sin medida. La maldad es pescado podrido, sin admitir contrapartida, la risotada vulgar del defecto del forastero, el resguardo del cobarde en la manada del colectivo. 
En fin, digo esto, porque yo no leo los periódicos por las noticias, sino por las columnas, y soy partidario de las perversiones de la prensa. Leo artículos en plan masoca, los leo en plan indulgente y los leo de conformidad, y me gustan la puyas, el juego, las obsesiones ideológicas, los abuelos carcas, las salidas de tono, y la mala hostia que desparrama la prensa. La canallesca de los articulistas. Leo la Gaceta, el País, el Mundo, Público, Abc, y a menundo me meto en la página de la BBC, veo Intereconomía, TVE y Telecinco, y me mola la confrontación. Grito, río y me dan ganas de llorar, pero todo rejón tiene réplica. Y es bueno que se juzgue todo. Y llevar la contraria a los amigos, precisamente para renovar los aprecios. Con cero acritud.