miércoles, 29 de diciembre de 2010

Algún Quejío Entre Tanta Calamidad.-


Al fin acaba este maldito año. Por mí, podía haber acabado en junio, entre otras cosas porque se me murió gente querida entre julio y diciembre, pero lo hemos visto pasar con sus doce meses y sus doce causas de la tarjeta roja de telecinco, y sus millones de muertos, sus temblores, sus epidemias y su cuota diaria de calamidad en el paquete que dejó el diablo la noche del 31 de diciembre de 2009. Vale que los 33 mineros rescatados se podrán emborrachar de whisky del bueno, y  tranquilos en la víspera del nuevo año, muy, muy lejos de la mina y el desierto chileno. Vale que fuimos campeones del mundo y todos aprendimos donde queda Fuentealbilla, y nos reímos un poco con un segundo guardameta al que le pagaron la millonaria prima del mundial por hacer el payaso y carrera para trabajar en la tele cuando el Liverpool le de el finiquito. Vale que se fue a buscar las tablas, Massera, uno de los hombres de Videla, que jugaba al missing y gastó 30.000 fichas en pibes incordiantes, monjitas y curas sensibilizados por las miserias de los negritos. Vale, pero no compensa.
Maldito año en el que los videntes optimistas acabaron estrellados y en el paro.
Fueron buenos tiempos para el terremoto, que desplegó su arsenal para buscar polvo, muerte, cólera y escombros, y deambuló a sus anchas por Haití, Turquía, China y Chile. Tampoco le fueron mal las cosas a las lluvias de Satán, que derramaron lodos de sangre en Río de Janeiro. Se estrellaron aviones en Rusia, India, y donde quisieron los dados. Los talibanes murieron matando y le ampliaron el contrato a Lucifer, y Pakistán continuó siendo una vividero de ratas y locos, donde llovíó torrencialmente y 1.700 personas murieron en mitad de la mierda y el agua. El ejército israelí siguió matando activistas palestinos. Agatha, la tormenta tropical se dio un paseo de la muerte por Centroamérica. Al Qaeda practicó con unas bombas de verdad, y con gente de verdad, del mismo Kampala.  Unos narcos mexicanos se fueron de orgía gore y asesinaron a 72 inmigrantes ilegales. Y cuantas desgracias les vengan en gana en este coleccionable del horror de un año condenado a morir, y a resucitar matando, porque no se aventura mucha gloria para el venidero, viendo los precedentes. En nuestro entorno más cercano, siguieron muriendo las mujeres a manos de esos machos graduados por la universidad de Juárez, las empresas quebraron día sí, día también, los conductores se siguieron matando en las mismas curvas por las mismas causas, la cola de parados dio la vuelta a la manzana de la oficina de Goya y llegó hasta Velázquez, las mafias italianas se fueron comprando la Costa del Sol y un trocito de Madrid, las mafias rusas trajeron más putas, y más armas para el clan de los Pertolos. Otegui siguió jugando al Disperso de Elgóibar, los sindicatos siguieron desfasados y hablando de clase empresarial, como si fueran todos los autónomos, primos hermanos del dueño de la imprenta de Cuéntame, o del señorito de los Santos Inocentes. El Congreso se pareció aún más al Gran Hermano. Ya echábamos de menos a Enrique Morente, entonando algún quejío entre tanta calamidad. Y se murió en Diciembre. Malos tiempos.

lunes, 27 de diciembre de 2010

Aquel Vidente de su Caída



Sigo con mi austero y personal homenaje a Scott Fitzgerald. Ahora que parece que solo existen Coetze, Vila-Matas y Vargas Llosa, y hay tanto adiestramiento cultural de los Sinde&Co, leo de segundas y salteadamente Suave es la Noche y El Gran Gatsby, por muy seguros que pudieran ser los valores precedentes. Está muy bien eso de la solidaridad colectiva con el escritor de éxito, pero tengo yo ahora una admiración renovada por mis escritores muertos. Y puestos a buscar alguna excusa, el 21 de diciembre se cumplieron 70 años de la muerte de Fitzgerald. Así pues, que corran los líquidos de Macallan. El no lo desestimaría, se había bebido en vida la barrica.
No tuvo los favores de la crítica que habían obtenido sus colegas Hemingway y Faulkner, pero sabía ver más allá de unos tacones, un rolls royce y un club de la Costa Azul. Famoso a los veinte, bello como un Dorian Gray hasta el mismo día de su muerte, amante contradictorio del lujo que tan bien describió su pluma, bebedor empedernido, irresponsable e inmaduro en la vida y excelente y lúcido narrador del desengaño en el amor, los brillos y el sueño americano. Se casó con Zelda Sayre, la más bonita de Alabama, según el propio Fitzgerald, la top girl. No tardaron mucho tiempo en vivir entre el lujo indolente donde se había criado ella, y gracias a la fama de Scott, fueron la pareja de moda en las fiestas y los acontecimientos relevantes, pero muy pronto entre el laberinto de los excesos y el alcohol montaron escenas de severo voltaje dialéctico, y entre  bitch, bastarddrunk, un mal día ella empezó el tour de los sanatorios. Fitzgerald mamaba las botellas y la desgracia, pero su pulso se mantenía ágil. Suave es la Noche pudiera ser un fiel espejismo del alzamiento del amor y el descenso a los infiernos, un reflejo del dolor por ver a la pobre Zelda, esquizofrénica perdida en un sanatorio de Baltimore. La novela narra el ascenso y la caída de Dick Diver, un prometedor psicoanalista, y su mujer, Nicole, también una de sus pacientes. En paralelo, Fitzgerald tuvo que escribir relatos para revistas comerciales y pedir dinero prestado. Había gastado todo el dinero en perder la dignidad, si bien su talento le recuperó la economía, y escribió guiones de cine en Hollywood, una vida que le inspiró al desarrollo de su última obra, inacabada por la muerte prematura, El Último Magnate.
Fitzgerald, aquel hombre que tan bien conoció las luces de neón, las fiestas, las joyas, las mujeres bellas y los mejores acordes del jazz de Armstrong y de "King" Oliver, desgranaba esa vida para luego triturarla, como si fuera vidente de su propia caída. Tal vez algún día caminó como Gatsby entre sus fiestas, lúcido y aparentemente feliz, con una copa en la mano, y las notas de un saxofón en el aire de una cómoda estancia.
Un día se murió de cirrosis, guapísimo en el ataúd, debía tener el hígado feo, atrofiado de tanta borrachera, pero en su cara no parecía haber rastro de los excesos. Pasó por allí Dorothy Parker y sentenció delante de aquel cadáver hermoso:"pobre hijo de puta". Después se lo debieron llevar a Baltimore.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Fitzgerald, el Vacío y Gatsby.-







“Y así vamos, adelante, botes que reman contra la corriente, incensantemente arrastrados hacia el pasado" Scott Fitzgerald (El Gran Gatsby)

Pocas veces me aventuro a recomendar una novela, salvo que tenga muy definida la identidad de mi amigo el lector, y aún así de vez en cuando mi recomendación se convierte en frustración para mi colega, que no ha soportado ni los líos del Brooklyn de Auster, ni las llamadas telefónicas de Bolaño, ni la revolución pequeña de Aparicio Belmonte. Quién me manda.  Ésa no era su novela, no era para él. El colega también falla a menudo conmigo, ni me va el amor infinito al padre muerto de Abad Faciolince, ni los rencores de Rosario Tijeras, ni el corazón blanquísimo de Marías. No obstante, hace unos años alguien tuvo la idea de recomendarme El Gran Gatsby, y dio de lleno en plena linea de flotación.  Devorada como pocas novelas he devorado en mi vida, llegando incluso a eso de la relectura, que tan pocas veces he ejercitado, porque la novela era uno de esos manjares que nunca sacia, y yo siempre quiero repetir, percebe de Muxia. Y la tomaba en segundas  por cualquiera de sus páginas, y nada había de  desperdicio. Seguía teniendo sabor. Aquella novela del amor y el sueño americano decía mucho en un recorrido que iba llevando al vacío, el desengaño de la gente honorable. A la par me interesó mucho la vida de su autor, Scott Fitzgerald, que sabía mucho del fracaso humano y correlativamente de Gatsby porque lo llevaba grabado a fuego en la piel. 
La novela se publicó en 1925, allá cuando llegaron al mundo Celia Cruz y Jack Lemmon, se publicaba en Berlín el libro de Hitler, Mi Lucha (Mein Kampf) y nombraron jefe del tercio de Marruecos a Franco. Fue por tanto aquel 1925 que nos trajó un imprescindible de la literatura, un buen año para el tirano, para el cine y para la salsa. Pero en Nueva York era la prodigiosa época del jazz, el swing, los buenos licores y las grandes fiestas, y por allí aparece un tipo de nombre Jay Gatsby persiguiendo el amor inalcanzable de su juventud, Daisy, una de esas muchachas rubias, bellas y mimadas en mitad de la opulencia de la clase alta norteamericana. Y el tipo se da al cometido de penetrar en su círculo social, no como un hombre de clase media-baja del Oeste, sino como un hombre rico. Lo logrará y conocerá la mentira de los ricos, las fiestas vacías de la abundancia y el jazz. El propio Gatsby ha adquirido los recursos para hacer fiestas privadas en su casa, de sobra exbuerantes para impresionar a esos invitados de nivel, y para dignificarse ante la amada Daisy. La novela habla de perseverancia y de sueños, del amor incondicional como instrumento para abandonar la mediocridad del Oeste, de una sociedad frívola sin escrúpulos generada por papá millonetti, que goza la apetencia en el momento elegido, se sacia rápido y se cansa pronto. La orgía del consumo, el hastío de la alta sociedad neoyorquina. Para Gatsby será una lucha difícil, la victoria del dinero que lleva implícita una derrota personal. Gatsby era un preludio de Fitzgerald, que tan bien había narrado la angustia de la gente digna, una vez logrado el sueño americano, y utilizó a Gatsby para asomar sus rencores. Era un novel de la clase alta que nunca aprendió a jugar como ellos y se bebía sus botellas en mitad de la adulación, un tipo que paseaba en las fiestas como Gatsby, con una sonrisa decente, un whisky en la mano y el corazón a mil. Tenía la certeza de la caída. Sin querer aventurar demasiado el argumento, El Gran Gatsby, habla de la repugnancia de la buena vida, cuando uno se adentra en las banalidades de lo superficial y observa a los ricos viviendo entre el champán, los chismes, las fiestas y la crueldad. Y para ello, hay que estar preparado. Gatsby, capaz de ser el rey del mambo, y a la vez el más desgraciado de la ciudad, al igual que Fitzgerald, camina entre el poder mientras se tambalea su existencia. No lo piensen, comprénla.
Brindemos por él, esta navidad, aquel hombre que tan magistralmente narró el vacío de una época, la novela de la nada de los años 20. Aquel hombre que se veía feliz justo en el momento antes de estar demasiado borracho.



domingo, 19 de diciembre de 2010

Toros Bravos y Toreros Cobardes.-

Los toros son la fiesta más culta que hay hoy en el mundo” Federico García Lorca

Que nadie se ofenda, y si fuera así, es su problema: Estoy a favor de las corridas de toros. Apenas controlo más vocablo que el relativo al natural, el muletazo, la estocada y la verónica, y sería osadía e impertinencia por mi parte decir que entiendo de toros, cuando cualquier viejo del lugar, llámese Maestranza o Ventas, me desarmaría con sus argumentos de tauromaquia, si bien he asisitido en numerosas ocasiones a las corridas de toros y he sentido la emoción y el arte de un hombre tembloroso y lento frente al animal, porque a mí me gustan los toreros cobardes y los toros bravos. Creo que en la cobardía y la bravura está la sensibilidad de este arte. Para meterse pitones en la boca, arrodillarse y tocarse los testículos ante el toro, está el descaro y la valentía con un matiz esperpéntico, pero no lo llamen toreo, sino fantochada de circo. Algo burdo.
Haciendo memoria, he visto algunas cosas interesantes en los toros que no he olvidado: toreros flemáticos en la tensión con la muerte a un centímetro del corazón,  impasibles, toreros temblando en mitad de sus convulsiones dibujando naturales de mucho miedo y mucho arte, toreros violentos y nerviosos librando miserables bajonazos, toreros irrespetuosos, toreros llorones y toreros valientes. Y he oído palabras tremendamente bonitas en los toros: temple, arte, maneras, coraje, muerte, zaíno, bragado, tablas, albero, coso, suerte, dignidad, y vergüenza, por ejemplo. Tienen buena literatura los toros, en parte gracias a  la belleza de su lenguaje, de la que poca gente dudará. Son una fiesta culta, como apuntaba Lorca, y son una fiesta moral, de acuerdo a Hemingway."Es moral lo que hace que uno se sienta bien, inmoral lo que hace que uno se sienta mal. Juzgadas según estos criterios morales que no trato de defender, las corridas de toros son muy morales para mí". Y yo comparto las dos aseveraciones.
No obstante, no todo es bonito. En la acera de enfrente, los arrabales de la fiesta, lo grosero. Los payasos y la función. La risotada soez. Enanos con traje de luces,  toritos drogados, torpes y heridos ante la barrera metálica, público chabacano e insolente. Ahí no hay hechizo, ni arte, ni maneras. Tampoco lo hay en los toros embolados, de la Vega, de fuego, de los dardos, de la soga al cuello, del chapuzón en el embarcadero, y de tanta fantochada rural  de alguna chusma flotante en el universo. La diversión de la tortura mezquina.
Un toro no nace para morir así, en un lugar de mala muerte con gente de mala muerte. Un toro de lidia nace para la buena vida en la dehesa y para morir matando, como cantaban los Tigres del Norte, para verse libre en el campo y para enseñar su coraje y citarse con la muerte en una plaza de toros a las cinco de tarde. No viene a la vida para morir en una fiesta vulgar, o en un matadero, o enjaulado y reventado como una oca o decapitado como un pollo, o en procesión de matanza como un cerdo. Un toro ha de tener una muerte bonita, y de vez en cuando ha de matar al torero. Para que el duelo tenga sentido. He ahí el hechizo, el rito, la fascinanción del duelo con la muerte, cuando uno se asoma desde la ventana de un coso y observa a un hombre que puede irse a buscar las tablas en pleno proceso de creación de arte. Eso lo justifica todo, entre otras cosas, la muerte de uno de los animales más bellos, nobles y valerosos del universo. El resto son patrañas, folklore rural, tortura, política  y burdo nacionalismo. Que les aproveche el fuet, el micuit de oca y las alitas de pollo.

jueves, 16 de diciembre de 2010

El Santero.-


Allá por el ochenta y tantos, yo era un chaval que se dejaba embaucar con facilidad, bastante ingenuo y cándido. Si me contaran entonces que spiderman había tenido problemas con la cocaína antes de dedicarse a super-héroe, podía creerlo fácilmente, o no, contrariar en el sentido de que ese problema lo tenía el Corredor Escarlata, y entrar al juego del vacile de nuestra estúpida edad. Un panoli en toda regla. Muy tonto, posiblemente. Claro, yo no era el único, mis amigos me hacían la competencia, y posiblemente había alguno más lerdo que yo, pero por lo general teníamos todos pocas luces y empezábamos a aprender lenta y torpemente que era eso de la vida (a fin de cuentas, nunca aprendí bien la lección, y todavía no sé bien el concepto). Unos nos aferramos a esa cosa complicada, salada, amarga y dulce de la vida y otros dijeron que aquello no molaba nada, y se fueron a buscar las tablas, pero en aquel momento de los 80, temblábamos todos al mismo tiempo cuando aparecía por allí el Santero. Le veíamos avanzar hacia nosotros como un rufián  con peine en el bolsillo de los jeans ceñidos, y botas de rock&roll, moviéndose como un mafioso gordo con tupé rockero, mirándose la uña del meñique, que se la dejaba larga como un médium de Minnesota algo chulo y chabacano. Se reía como un viejo prematuro y se metía cosas en la boca para escupirlas. Pipas, pedazos de piel seca, trozos de plástico. Era muy fantoche. Le veíamos aparecer, era la víspera del terror. Él lo sabía y sonreía como un títere malévolo, dejando entrever un colmillo negro y algún desperdicio de frutos secos.
Entonces  las noches de verano se acababan con las historias de los chicos mayores que sabían mucho de voces de ultratumba, tableros malditos, psicofonías, misteriosas apariciones, solitarias carreteras con muertos deambulando, chotacabras y profecías. Ahora eso sería impensable, existiendo twenty, facebook y acceso libre y gratuito al porno. Los chavales apenas tienen amigos de carne y hueso, pero cyberneticamente hablando son eminencias. Nosotros éramos la generación del pánico y la risita nerviosa, y Manuel Jesús, el Santero, era el número uno de la narración paranormal. Iker Jiménez, un pobre diablo a su lado. El Santero era vidente, sanador y rockabilly, y hablaba de vez en cuando de sus capacidades, para curar con las manos y atraer a otros entes curativos procedentes de los mundos de los muertos, y sabía mucho de esto. Era muy buen contador de historias, una especie de camello de las crónicas del miedo. Primero nos enganchó con la historia del cortijo maldito, que tenía de todo, pastores fantasmas, alacenas dinámicas, señoritos reencarnados en mulos, codornices locas, revoloteando sobre las cabezas de los Aranguren, poseídas por no sé qué extraña fuerza del mal, regreso de muertos vengativos, cigüeñas malditas, conejos melancólicos con vida interior y espíritus de mujeres de servicio  sufriendo agónicas sobre las suaves sabanas de las camas imperiales. Una variedad de zoo de monstruos, una granja del horror era aquel cortijo del miedo. Luego, ante nuestros nuevos reclamos de la narración paranormal, y sintiéndose seguro de que había adquirido clientela, empezó a cobrar. Veinte duros la hora y lo que quisiera de nuestras pertenencias quiosqueras, coca-cola, patatas fritas, gusanitos, gominolas, etc. El Santero no tenía muchos amigos, porque la gente de su edad no andaba a las diez y media de la noche por la plazoleta de Virgen del Mar. No, estarían por el Route 66 tomando sangría o whisky con coca-cola, o bien haciendo las famosas bebecoas en la playa de la Costilla, allí había alcohol, cosas raras que pedían las muchachas, licor 43, licor de maracuyá, countreau y mucho whisky que era lo que bebían en aquellas épocas los muchachos, y al poco tiempo, nosotros, los muchachos que íbamos detrás. Nuestro brujo rockero era abstemio y probablemente no había probado hembra, pero iba para algo grande en el mundo de la parapsicología, y  sus temas nos interesaron durante una época en la que uno lo quería creer todo, como los periódicos, y teníamos nuestras inquietudes por los laberintos del horror, aquello de las vidas de los muertos, de las apariciones de los abuelos y otra serie de historias en las que el miedo y los ojos bien abiertos  eran lo mismo. Luego había que superar el reto de volver a casa, y cualquier ruido sibilino, cualquier ventana chirriante, cualquier pisada lejana, cualquier tos asmática de anciano, era una circunstancia que nos sobrecogía y cooperaba con nuestros temores. Parecía que todo volvía a la calma al traspasar la puerta de casa y ver a nuestros padres departiendo con sus amigos, entre humos y copas, hábitos de los que más tarde adquirimos propiedad. Luego, dormir se hacía difícil. Vaya banda de valientes.
Me llegan noticias Santero, de que estuviste un tiempo visitando psiquiatras, maldita estampa la tuya ante el loquero, cuando te imaginábamos dando conferencias  de santería en La Habana. Creo que te lo tomaste  en serio, pero tampoco era tan difícil asombrar a unos chavales facilones que siempre te daban crédito. A los catorce dejó de interesarnos la parapsicología, a los quince tomábamos cubatas y leíamos comics de Dieter Lumpen  y a los diceseis solo nos interesaban los smiths, las mujeres y el fútbol. Menuda banda de veletas, no como tú, siempre  fiel amigo de los muertos. Imagino que esas cosas al final tienen premio. Cualquier días te veo en un programa de la tele, de vidente en un 806, o en un late night hablando con Carmina Ordóñez. Yo he visto en la tele a gente hablando con Paquirri, y con Torrebruno. Me alegraré, pero no seré yo quién te llame. Por lo que pueda pasar. Hoy leyendo a Poe, me acordé de ti. El Gato Negro, fuiste tú el primero que me habló de la moraleja del miedo.





sábado, 11 de diciembre de 2010

Las calles de las tiendas muertas.-

Recordando la novela de Patrick Modiano, Calle de las Tiendas Oscuras, caigo en la cuenta de que estoy caminando por las calles de las tiendas muertas. Modiano, qué oportuno, y qué pena. Me entristece recrearme en una verja metálica sucia, con papeles pegados y roña de la vida urbana, cuando aquello tuvo brillo, esplendor y gente en otra época. Gente que conocía al tendero, ese astuto psicólogo con bagaje y tablas que tomaba aguardiente con el viajante y sabía todo sin contaplus, sin internet, sin windows ni hostias. Ahora, la vida le da la espalda a él, y a los sucesores, el nuevo comerciante. Veo muchas tiendas cerradas en Madrid, y en cualquier ciudad del país. Algunas habían visto muchos muertos, e incluso habían sobrevivido la guerra. Eran tan familiares que la gente llegaba a soñarlas. Ahora veo la derrota en la dejadez de la fachada y el escaparate, en el candado oxidado y el horrible cartel de alquiler o traspaso.  Y la veo también en la destrucción de los ornamentos, de la curva del cristal, de la piedra, de la viga de madera, porque la librería de viejo o la  coqueta perfumería de los años veinte se convirtió gracias a unos criminales del patrimonio, en un Donner Kebap o en un bazar chino.
Ahora todo el mundo habla de la crisis. Parece que está de moda. La crisis, la puta crisis. Los políticos lo hacen sin alarma, hablando siempre de la recta final y de sus tráficos de estadísticas, a crear confusión y a liar al ciudadano. Luego sales a la calle y ves las tiendas muertas, y recuerdas aquel rostro conocido, aquella desesperanza de la última etapa, aquella angustia del caballero de la zapatería solo y desalmado en su comercio. <<Últimamente no entra ni Dios, nos han condenado, esto se muere, amigo, esta casa la fundó mi abuelo en 1911, venía Lola Flores, y Sara Montiel, y una vez estuvo Sofía Loren...>>. 
Vale que nos hemos convertido en unos guays de lo ciybersocial, y ahora mola comprar on-line, ir al show-room de Pitusa Cool des Tulleries,  y acudir a los outlets de las prendas fracasadas y a los centros comerciales de la carretera de La Coruña o de Burgos. Vale, que esto es una herida para el comercio, pero no sería suficiente para matar una tienda.  Lo aberrante ocurre cuando esas ilusiones se ven mermadas gracias a la estirpe dirigente, los políticos golfos y los secuaces de Méndez y Toxó, esos sindicatos desfasados que se llenan la boca con la clase empresarial, como si  los cientos de miles de empresarios españoles tuvieran catamaran de más de 24  metros de eslora y choza buena en Formentera. Tras la chusma precedente, mucha gente con empeño y ganas de lucha, jóvenes cotizando de autónomos, empresarios tiesos, buscando su primer local, peleando por un sueño, salir adelante, asolados por este desastre de la economía, y por la negligencia de los obligados a la prevención y a la solución, que nada hicieron y que siguen  jugando al Risk, al Monopoly y a los Colonos de Catán, sin pestañear. Un gobierno tan hipócrita como insolente, un congreso que parece un Gran Hermano, una oposición infantil llena de niños chinchando, tan responsable como los sociatas, del desmadre del ladrillo, esos lodos que nos han traído hasta aquí, gentuza encantada de haberse conocido, buscándonos la puta ruina, arrastrándonos hacia el dinero negro, el paro y los negocios clandestinos. Algún día, de viejos, les invitarán a contar en la Complutense, si no ha quebrado, como fueron reventando este país, seguirán impertérritos,  en fuera de juego, buscando la complicidad del rector. Y al salir comprarán alguna chorrada americana para el nieto en el Rozas Village. Antes habrán dejado el paisaje lleno de tiendas muertas.

Me he quedado muy  a gusto. Necesito un gin-tonic. Ya.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Madrid no revienta el amor.-



Madrid ha venido siendo durante muchos años una casa comuna que admite a todo hijo de vecino, esa capital que tanto recibe caricias como golpes. Ella responde de la misma manera, suave y a hostias. Madrid la ha ido haciendo la gente. Una especie de  fragata cada vez menos castiza en la que cada uno corre su suerte, la ciudad que recluta a todo aquel que quiera alistarse, una nave cosmopolita donde se han enrolado desde senegaleses hasta noruegos, el gran buque donde se comen arepas con huevo, ojo de bife y cocido madrileño. Donde se alista el malo, el truhán, el asesino, el bueno, la guapa y el feo. Fértil y generosa con la cultura, bastante más que otras capitales demasiado frías y demasiado modernas. Existió el Madrid de Tony Leblanc, aquel Madrid de Los Tramposos, Las Chicas de la Cruz Roja y El Tigre de Chamberí, pero de ello queda poco, y su terreno lo fueron acaparando la mafia rumana, los mendigos lisiados de Sol y los chicos de las ONG que te asaltan en las inmediaciones del FNAC de Callao. Y tantas otras cosas. Yo, el Madrid de Leblanc y sus secuaces, solo puedo imaginármelo o verlo en las películas, que siempre me han parecido entrañables, pero pienso que este Madrid de 2010 tiene más luz, es más justo y vuela más alto, por mucho mafioso rumano o proxeneta de Montera que nos quiera aguar la calidad de vida. Al mismo tiempo, creo entender que se ha perdido la chulería castiza y se ganado mucho en mala hostia, maneras bajunas y mala educación. Tampoco creo en algunos tópicos de la ciudad, a modo de ejemplo: Ni Chueca  es el barrio ideal y cool de construcción gay, ni la panacea del buen gusto, y sí uno de los barrios más sucios de la ciudad, con más afters por metro cuadrado, droga y delincuencia. Ni Lavapiés es el referente de la integración cultural y la convivencia racial, y sí a veces un vividero de palizas y conflictos. A Madrid le faltan maneras, igual que al mundo. No obstante, caminar por Opera, Latina, Huertas o Sol me sigue pareciendo una amena experiencia, y lo sigo gozando pese a haberlo adquirido como hábito. Pienso en mis rincones de Madrid, mientras camino a las nueve de la mañana de un sabado por la calle Hortaleza. Hay travestis puestos hastas las trancas de cocaína o cualquier mierda psicodélica, mendigos alcoholizados en procesión a algún lugar  donde dan café y bocadillos, chaperos expectantes y par de hombres maduros frotándose y metiéndose la lengua hasta dentro en la parada del autobus, donde la señora octogenaria mira para otro lado. Me da igual su condición, pero ante esa exhibición de magreo frente a la vieja siento grima y un poco de repulsión. No tanto por la moralidad, sino por asuntos de estética. Tienen muchos pelos ahí los dos como para hacer un preámbulo de pornografía cutre en plena calle de Hortaleza. Sigo adelante y observo vómitos en la puerta de mi local y una caca de perro. Blasfemo a los muertos y la madre, y desinfecto con medio litro de lejía. Entonces me veo a mí haciendo el cafre en algún portal cuando tenía diecisiete años, y me recuerdo en algún parque de Cádiz sentado con mi novia buscándole la boca y el cuello, y las manos, riendo con un par de cervezas bien frías antes de sentir la recriminación de uno gordo que cuidaba el parque, medio agitanado, que llevaba porra y todo. <<Aire, a tomar por culo de aquí, guarros>>, nos dijo porque sí, sin motivo aparente, y nos fuimos, y mi chica se quedó como deshonrada y yo ofendido, y pensando en el porqué, sin valor para contrariar al gitano. <<Y rápido>>, concluyó. Retrocedo, aunque no reniego de seguir considerando la escena de los dos hombres y la vieja de los Alcántara, como grotesca, retrocedo porque no está mal este Madrid donde la gente se puede besar en la calle, sin guardias de seguridad ni policías arrogantes. Aquel parque ahora lo van arruinando los yonkis. Al menos ahora Madrid no revienta el amor.  Que se metan la lengua hasta dentro y que llegue pronto el autobús para que abandone la vieja.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Algunos corruptos se suicidan.-


No es que los chinos sean un ejemplo de lo que ha de ser el ajusticiamiento, pero no se andan con tonterías, ni con perdones, ni con campañas de imagen. En nuestro país tendrían trabajo. Habría  ejecuciones, seguro. A aquel ministro Roldán, por ejemplo, tal vez le habrían dado el tiro de gracia. Si no, recuerden aquella noticia del ministro de Sanidad chino fusilado por corrupto. Con esa desalmada y vengativa firmeza, en este país, Roca, Roldán, Vera, Hormaechea, Barrionuevo, Salanueva, Estevill, y el Bigotes, por decir unos cuantos de una larga lista,  posiblemente se habrían ido a buscar las tablas, o cuanto menos habrían recibido visita del torturador en una cárcel china, pero tuvieron la suerte de corromperse en España. En China, mochuelos del Estado, o cárcel negra. Otro político japonés se puso la soga al cuello y se ahorcó porque le habían pillado la trampa. También, un ex presidente surcoreano, vio tan mancillada su reputación, que haciendo senderismo le dio por tirarse por un acantilado. Otro caso, el  ex gerente del consorcio alemán Flick y uno de los condenados en el escándalo de corrupción que salpicó a varios partidos políticos a principios de los años 80, se suicidó en Suiza, junto a su esposa. Aquí no se mata ni Dios. Conviene aclarar, para no ganar antipatías, que yo no creo en la pena de muerte ni quiero que la gente se mate, pero tampoco estoy feliz en este jardín de la impunidad, de la liberación y la exención, que es España. Ya sea un ministro, un alcalde tocahuevos o un comercial de alarmas de seguridad que te revienta la calma y te insulta. Retomemos la gravedad y localicemos al japonés. La lía parda por Osaka, él y los mercenarios, él y las comisiones fraudulentas, él y las geishas, follando, bebiendo, corrompiéndose. Lo trincan. Como ellos lo de salvar el honor lo tienen mucho más implícito que nosotros, se quita de en medio tras dilucidar un poco entre la horca y el harakiri. Toma la opción horca. De regreso a nuestro patio: aquí también ha habido suicidios, pocos, me viene a la cabeza uno en Telde de una concejala  imputada por corrupción urbanística. Igual que el japonés, no fue muy lista. Tamoco lo fue Budd Dwyer, un político corrupto de Missouri, que convocó a la prensa para declarar su inocencia. Habló tal cual:









“Agradezco al buen Señor por haberme dado 47 años de apasionantes retos, vivencias estimulantes, muchas ocasiones felices, y sobre todo, la excelente esposa e hijos que cualquier hombre pudiése desear.
Ahora mi vida ha cambiado, sin razón aparente. Las personas que me han llamado y escrito están molestas y se sienten impotentes. Ellos saben que soy inocente y desean ayudar. Pero en esta nación, la más grande democracia del mundo, no hay nada que puedan hacer para prevenir que me castiguen por un crimen que no he cometido.
Judge Muir es conocido por sus sentencias medievales. Me enfrento a una sentecia máxima de 55 años en prisión y una multa de $300,000 por ser inocente. Judge Muir dijo a la prensa “me sentí revigorizado”, cuando me consideraron culpable y que planea encarcelarme como un desestímulo hacia otros funcionarios públicos. Pero no seré un factor disuasivo porque cada funcionario público que me conoce sabe que soy inocente; no será un castigo legítimo porque no he hecho nada malo. Desde que soy víctima de una persecución política, mi prisión simplemente será un gulag americano.
Pido a aquellos que creen en mí, que continuén manteniendo la amistad y recen por mi familia, para trabajar incansablemente por la creación de un genuino sistema de justicia en los Estados Unidos, y proseguir con los esfuerzos de exonerarme, para que mi familia y su futura parentela no sean manchados por esta injusticia que ha sido perpetrada en mi persona.
Confiamos que la razón y la verdad se impondrán y seré absuelto dedicando el resto de nuestras vidas en crear un sistema de justicia aquí en los Estados Unidos. El veredicto de culpable ha fortalecido esa decisión.”
A continuación llamó a tres colaboradores. Cada uno recibió un sobre. Uno tenía una nota de suicidio para su mujer, otro contenía un certificado de donante de órganos y el tercero guardaba una carta para el gobernador de Pennsylvania. También había un cuarto sobre, pero ese lo abrió él. Dentro había un Mangum 357. Cauto, por lo que se avecinaba aconsejó al personal que abandonara la sala, y colocó el revólver dentro de su boca. Disparó delante de millones de telespectadores.


Otro caso, un alcalde francés, Jacques Bouille, se suicidó en la prisión de Perpignan, donde cumplía pena por corrupción, unos cinco millones de euros para comprar obras de arte para el ayuntamiento, cinco kilos que nunca aparecieron. El gabacho se ahorcó en su celda con el cinturón de su bata.





Normalmente, el político español, de jeta larga, anchas espaldas y estómago agradecido, se muere pocas veces por voluntad propia. Ante una posible investigación de un juez cabezota, o se va un paradisíaco quinto carajo, o se va de putas, o las dos cosas a la vez. "Nos han trincao ministro...". "Bah, tampoco es para tanto, qué pensabas que eran gilipollas los de la Fiscalía Anticorrupción? Pues sí, pero tampoco tanto, y no se han enterao ni de la mitad". El tipo buscará un puro, de los buenos, un Hoyo de Monterrey, mandará que le busquen a la colombiana Mariela, y ella le llamará papito lindo o cualquier otra horterada sudamericana. Y habrá champán, sexo oral, viagra y un poco de cocaína. Para relajar la tensión. Tampoco es para tanto, mira los resultados de las últimas elecciones, mira como dieron marcha atrás con el senador de Almería, mira nuestro equipo de campaña como va a trabajar ahora, a afianzar mi imagen. Mira tú, qué miedo, si igual hasta me sale un reality por 150.000. 




lunes, 6 de diciembre de 2010

Zafios.-




A veces me dan ganas de emigrar. De mandarlo todo al carajo. ¿Dónde iría? No lo sé, un lugar donde me aseguren que hay un nivel ínfimo de zafios por metro cuadrado. Algún pueblo de Suiza, una aldea costera escocesa, o algún rincón de la Polinesia. Posiblemente. A Tailandia ni loco, no fuera a encontrarme con el hermano del calvo. Vamos al grano, empecemos por  la RAE. Zafio: Grosero o tosco en sus modales o falto de tacto en su comportamiento. Sigamos por la tele. Lo de las televisiones es un punto y aparte, ni siquiera Italia, con uno de los presidentes más zafios y horteras del mundo adquiere los niveles tan cutres de nuestra tele. Hemos visto payasos (con perdón de los payasos) en calzoncillos mostrando los michelines y palpando sus testículos, periodistas de tercera con las tetas fuera remojándose en una piscina, fieles defensores del onanismo haciendo gestos con sus cinco dedos y sobándose el miembro, acusaciones públicas de impotencia y pene pequeño. Y mucho más durante muchos años. Ahora cierta gente se asusta, se rasga las vestiduras y se ofende, cuando el político y el periodista van de  zafios. Al menos le dan más gracia y un poco de lírica al asunto, no como los retrasados mentales precedentes (con perdón a los deficientes mentales). El tema del  alcalde de Valladolid al lado de un individuo Gran Hermano, tiene poca importancia. El pepero de Pucela imagina cosas inefables con los morros de Leire Pajín. El calvo de Sálvame habría ido directamente a la mamada y la princesa de San Blas habría gritado cualquier ordinariez a su adversario pero jamás podría pronunciar la palabra inefable. Un tipo con cara de sucio habla de "chochitos rosáceos" de las jovencitas a las que no les huele todavía a ácido úrico, al tipo le privan, pero con esa cara no los cata ni pagando. Y con los chuzos de chabacanería que han llovido estos años, alguien me explica donde está la sorpresa. Luego aparece Dragó: "no eran unas lolitas cualesquiera, sino de esas que se visten como zorritas, con los labios pintados, carmín, rimel, tacones, minifalda...Tendrían unos trece años. Subí con ellas y las muy putas se pusieron a turnarse. Mientras una se iba al váter, la otra se me traginaba". Bien para saber que la pedofilia no solo la acaparaban los curas, también hay escritores antediluvianos y articulistas chungos, que no inventan nada, por mucha literatura que se le quiera añadir al asunto. No obstante, qué poca entidad de polémica, cuando se llevan muchos años hablando del tamaño de los penes, de la cocaína (el presentador enano  llama a su programa la narcosala), de las penetraciones y de los orificios, de las pistolas, de las palizas, de los niños, de las velas negras, de los esclavos sexuales, de las orgías, de la viagra y de los muertos. Y todo bien soez y grosero de verbo. Insuperable. No es tan importante por tanto que dos o tres tipos que nada tienen que ver con el reality show se contagien de la porquería, y anuncien sus bobadas públicamente, cuando aquí el Estado ha permitido todos los sedimentos de los late night y la carroña de la tarde. No obstante, como ventaja, sabemos que el modo de empleo y las palabras utilizadas clarifican nuestras posturas. Blanco y en botella. Vemos al malsano, al machista, al cruel, al vengador, al fascista, al racista, al gañan. Al zafio. Si todos hablaran igual, estaríamos vendidos frente al impostor. La zafiedad también entiende de clases.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Delhi.-

La primera vez fue un impacto, y el primer aroma, una mezcla de alcanfor, humedad y lejía. Era el aeropuerto Indira Gandhi, pero olía muy diferente a los aeropuertos de las ciudades anteriores, en las últimas 24 horas, Madrid y Amsterdam, que olían parecido, a ambientador, café y perfume. La segunda vez todo fue igual pero se fue moderando el choque cultural.  Ya no era la primera vez que mis ojos miraban aquello.  Los responsables del Manor nos mandaron un chófer, un sij escuálido de turbante rojo y barba negruzca. Se presentó como Nitin y no paró de sonreír en todo el trayecto, dejando entrever dientes largos y finos. Parecía una ardilla simpática. Hablaba poco inglés. Decía mucho sir, hot y money. Hacía un calor húmedo del carajo, y el tipo sudaba curry, pollo, incienso y col o algo similar. Hice un esfuerzo por percibirlo nítidamente y lo anoté.
- Eres un flipado - dijo ella, riendo.
- De toda la vida


Y empezó la India. Con la sacudida de calor, con la gente y con el tráfico. Tráfico del calibre más caótico que puedan imaginar, en una ciudad desordenada de más de dieciocho millones de habitantes, Delhi. Ruido y tráfico jugaban en la gran ciudad una coexistencia sorprendente, nadie hablaba imprudencias ni escupía la deshonra de la madre. La Gran Vía en hora punta, una tontería. Desconozco el significado de hijoputa en hindi, pero el tipo conducía tranquilo, casi levitando, como una ardilla muy etérea, muy espiritual y muy amable. Daba buen rollo. En otros sitios he visto yo a los taxistas con mucha mala leche por mucho menos. Solo se tocaba el claxon. Los ruidos del tráfico y los ruidos de los niños jugando, saltando o pidiendo, entretejidos con la circulación.  




Llegué al hotel con algo de sueño, pero me llamó el hambre.  Cogí una king-fisher de la nevera, encendí un ventilador y  me tumbé en la cama a beber y comer unas galletas saladas. El cansancio, el calor, la humedad, la vida, pasaban factura. Me reflejaba el espejo de la habitación un tipo sudoroso con sombras, cual si estuviera maquillado con ceras, potingues rejuvenecedores de mala calidad. Mis dedos resbalaban fácilmente  por la piel de la cara. A continuación cogí otra cerveza king-fisher, encendí un cigarrillo y fui a la ventana, y contemplé estupefacto la telaraña de la red eléctrica. No parecía real que al otro lado de la valla del Manor pudiera haber luz. Bajo los cables, los niños cuidaban los tenderetes, y de repente empezó a llover con la fiereza titánica, rajastánica. Pensé en la lluvia como un remanso de paz, un oasis de serenidad en mitad del caos. Y traté  de dormir.
Luego llegó la mañana. Nos hicieron huevos fritos con bacon, jugo de mango y café con leche. María se fue a negociar en una fábrica textil y yo a investigar y comprar por Janpath y Chadni Chowk. La gente invadía las calles, que a su vez eran invadidas por ricksaws, coches y alguna vaca desorientada. Al chofer no parecía importunarle, a pesar de que conducir en tales condiciones puede suponer un ejercicio de imaginación psicótica, con los niños saltimbanquis sorteando el tráfico buscando la moneda tras los cristales del Tata y el Toyota, y algún viejo tambaleándose en la bicicleta buscando un equilibrio que lograba alcanzar, y parecía asunto de los dioses. Qué país. Pintoresco es nada. Pura tragicomedia de miseria y alegría. Hasta los monos te evaluaban, y parecían adivinar la condición forastera. Me perdí por la  India. Por decisión propia, me dejé engullir por Chandy Chowk, viejo Delhi, India profunda. Allí había una sonrisa natural, transparente, que siempre sale bien en la fotografía. Valía una toma para tener la sonrisa perfecta. Pero al ser una tragicomedia en estado puro, tras la sonrisa a menudo se pueden descubrir a famélicos tirados en la calle, perros enfermos, hombres amputados mendigando una lástima infernal, imposible, imposible de soportar. Entonces algún día son palabras muy gastadas por la humanidad como dijo Nicolás de Vinarés. Algún día las cosas cambiarán, es una frase que no hace más que reafirmar una realidad aplastante. De repente estaba ya perdido, buscando la salida entre los callejones estrechos de Chandy,  callejuelas inmundas soleadas con una ferocidad incómoda e insalubre. Había que buscar una sombra balsámica, desde donde se veía el sol sobre toda aquella polución, el sol escudándose tras las fachadas y golpeando a la gente. Como si no tuvieran bastante. Son los humanos más inmunes del planeta decía un amigo. Había un hedor acre, sofocante, corrosivo, abrumador que se adhería a la piel y parecía anular los sentidos. Flotaban densos en el ambiente  humos de los inciensos, gases putrefactos, aire inmundo de orines y aguas fecales. Nadie salvo algún occidental alemán buscando salidas en mitad del laberinto hacía mueca de repugnancia. Yo tampoco lograba encontrar salidas. De repente creí estar en lo peor de lo peor. Me escrutan algunos hindúes como si apenas hubieran visto hombres blancos en su vida al tiempo que examino  la desoladora escena de los perros carcomidos por la sarna masticando excrementos de vacas, y cierta y extraña búsqueda entre la basura de unos niños aparentemente felices. La vida fluye rara, tal vez al revés. Es una vida imposible. Los ojos pétreos de los hindúes estudiaban mis movimientos, pero creo entender que no pensaban, sus pensamientos parecían congelados en simas tan profundas como sus miradas, una variante de la mirada de la miseria, grave, severa, a la par que reprochadora y silenciosa. Ausente de miedos, pues nada tiene que temer quien todo lo perdió o nunca tuvo. Por un momento pensé en mí como un intruso que les estaba faltando el respeto, paseante entre miseria con un cariz temático en mis pasos. Como aquel que se introduce en un documental ajeno y miserable, y una vez realizadas las observaciones marcha al Imperial Hotel a tomar una cerveza y reanuda sus miradas en las bellas camareras orientales de la terraza de los bambúes, pero antes ha estado entrometido en la vida de los otros sin una razón de peso para hacerlo, más que la mera curiosidad. Y el negocio de las mercaderías. Me fui al coche. Antes vi a unos franceses tomar una ricksaw del modelo bicicleta llevada por un muchacho flaco que no había llegado a hombre. Miré con disgusto y reproche a los franceses. Ellos reían como hienas occidentales. Iban a emprender la exótica aventura y les hacía gracia. Qué ridículos, pensé. Qué hijos de puta, dije en voz baja. Las fibras de los gemelos iniciaron el primer movimiento y me pareció que iba a rasgar la piel, pero fue avanzando entre gemidos, y los franceses aplaudieron, los muy idiotas.



En Delhi los sentidos despiertan: los colores vivos, los olores fuertes, y las imágenes únicas, imposibles. Un tipo duerme la siesta en cuclillas, pero se entera de todo mientras bebe un líquido amarillo humeante. Otro cruza la amplia avenida de Conaught Place casi levitando, ignorando los coches, desafiando la muerte sin el más mínimo espasmo, tranquilo y sabio como un maestro espiritual (siendo India un país que se desangra en la carretera, con más de 100.000 muertos al año), un mercader parece un gitano de Cádiz  contando los billetes (a veces no estamos tan lejos), otro hace malabares sobre su tenderete. Una vez, un chófer contratado para todo el día se me hizo el borracho, como broma, cuando fui a su encuentro en Janpath, ante mi asombro, pues le vi mamado de licor infame, me llevó de vuelta riendo como un conejo estridente. Casi le hubiera preferido borracho, pero no, estaba sereno, eléctrico y nervioso como un niño en deshoras. Otro tipo le echaba una carrera a un avión. Una mujer fumaba unas yerbas y le hablaba a las piedras. Todo posible y todo imposible, todo ya inventado y nuevo para mí. Por ello, siempre he intentado andar como si estuviera por mi casa, haciendo desaparecer mi conciencia de extranjero, para sumergirme con más realismo en un mundo de tantas posibilidades. Yo voy metido en una kurta roja, llevo chanchas, bebo una King-fisher por la calle, miro y hablo solo.
















viernes, 3 de diciembre de 2010

Un Católico Sensible.-


Ángel Pintado. El tipo tiene una web guay, muy guay, muy de chico honesto y trabajador, tan admirable que parece de coña. Formidable, de matrícula de honor. Vaya tío. Eso sí, sosa  como la madre que la parió. Tal vez, como todas las webs de los políticos, ilusas e insustanciales. No dicen nada, solo pretender adiestrarnos como si fuéramos niños.  Muy entregado a valores como  la lucha, el esfuerzo y el trabajo, se ha dejado la piel hasta llegar a diputado, para cuidar al ciudadano, y siempre ha sentido como aire fresco y energía el aliento constante de su mujer. Por si fuera poco, es deportista, honesto, seguro, optimista, e incluso audaz. Un crack. Solo le ha faltado dejar constancia de su adicción al aquarius y a los niños (sin perversidad, ojo).  Chicas, ni se os pase por la cabeza hacer cola, que él está con su Mari Carmen y no se divorcia ni borracho, que esa palabreja de divorcio tiene mucho de fracaso y debilidad, y la Iglesia la pueda tolerar pero se queda mosqueada.  Vete a ver a un cura después de una nulidad eclesiástica, a ver que cara te pone. Eso no, nunca,  a Pintado no le saca los colores la Iglesia, bastante tiene con el apellido. Ha de ser un fervoroso seguidor. Claro, entonces le duele cuando David Torres sale con sus artículos de saltimbanqui disconforme. No sé si será trabajador, pero audacia le sobra.  A David. Le ha echado cojones el chaval, y tiene estilo. Aquí una muestra. Empieza por los condones y las putas. El otro, por la Iglesia, mata. Acaba con un cabreo del demonio. Se publicó en El Mundo.




















Dice el Papa que usar el condón en según qué casos puede estar justificado. Por ejemplo, la prostitución. Es un alivio para esos millones de católicos a los que no les quedaba otro remedio que ir de putas temblando, con la perspectiva de pasar después por el confesionario o arder para siempre en el infierno. Y todo por culpa de un mísero globo de plástico.
La insistencia del Vaticano en tratar una y otra vez temas de sexo ya apenas nos sorprende: sabemos que, en ciertas parafilias y aberraciones, hay cientos de curas mucho mejor preparados que el más avezado actor porno. Cuando empezaron a circular algunos de los opúsculos de Sade, un confesor francés se echó a reír ante lo que consideró poco más que una tontería adolescente. Él conocía historias mucho más terribles que aquellas absurdas violaciones múltiples y torturas gratuitas sólo de oírlas en el confesionario. Hoy sabemos que además están las experiencias de primera mano.
El sexto mandamiento se habría quedado en un mero juego de tornillo y tuerca de no ser por el empeño y la imaginación febril de los clérigos católicos. Hace nada descubrieron en el disco duro de un sacerdote español una versión del Kamasutra con niños de diez años. Más o menos yo tenía esa edad cuando fui a confesarme por penúltima vez y el cura de mi barrio, aburrido por mis torpes faltas de crío, me dio la primera aproximación a pecados mucho más excitantes que yo ni había imaginado. ¿Me había hecho tocamientos? ¿Solo o en grupo? ¿En familia quizá? Ignoraba yo entonces que por “tocamientos” aquel hombre de Dios no se refería precisamente a hurgarse las narices. Supongo que debo estarle agradecido porque me puso sobre la pista de la masturbación, pecado del que no tenía ni idea, y mucho menos aún de que pudiese practicarse en grupo y en familia.
De manera que cuando Ratzinger habla de condones debemos suponer que sabe de lo que está hablando. Es un tema sobre el que tiene línea directa con Dios, igual que cuando habla sobre la familia y la mejor manera de educar a los hijos. Se supone que carecen de experiencia en estas cosas pero quién sabe. Cuando el Papa viajó a Londres también se permitió el lujo de dar lecciones de Historia, anudando el lazo que, según él, hay entre nazismo y ateísmo, aunque pasó por alto que la inmensa mayoría de los criminales nazis escaparon del castigo a través del Vaticano y que la mayor matanza de judíos, gitanos y ortodoxos fuera de la maquinaria nazi fue obra exclusiva de los ustashi, los católicos croatas. Unas 700.000 almas tirando por lo bajo.
Sí, casi mejor que hable de condones.  





Una mañana del frío otoño aragonés el diputado se revolvió en su sillón, se cagó en los muertos de David, por dentro, claro, intrínsecamente, pues eso por arriba se ve feo, y él quiere buena relación con la Divinidad,  y pensó que había olvidado agregar a su web, aparte de todas esos valores y cosas bonitas tan bien vistas en la Iglesia, algo como: soy terco y sensible si me tocan a la Iglesia. Yo por la Iglesia, mato, que diría aquélla. Y leyó lo que le dio la gana, y vio insultos donde no había y le supuso  problemas personales al autor, un tipo resentido que viene ahora a sembrar polémica y azuzar a los españoles. Quién siembra vientos, recoge tempestades, caray.


Con el Santo Padre, ni Dios. Ah, y lo de la pederastia de los curas, si es que los chavales van provocando, qué razón tenía Bernardo Álvarez, el interés malévolo nos persigue, Berni. Y luego sale con esas historias del Vaticano, de huida de los nazis, qué ganas de revolver al personal.  Solo le ha faltado decir al tal David, eso que el Holocausto era una institución espiritual y Hitler tenía la convicción de que ahí había una camino hacia el cielo, eliminando al judío con la mayor humanidad posible.





- Cago en la mar, ahora viene este tío removiendo el lodo - dijo, evitando el pecado.



Como bien apunta tu entrada del Hotel Kafka, David, en plena linea de flotación.