sábado, 30 de abril de 2011

El Viernes Acabé en Comisaría.-


Sí, el viernes acabé en Comisaría. Los acontecimientos se desarrollaron de manera imprevisible, y por ese arranque repentino de mi indómito carácter acabé donde no deseaba, frente al poli cíclope y pedante de Rafael Calvo. Llega un tío a Divisa Hortaleza y me pregunta acerca de mi afición a leer. Primero el maldito buenos días caballero, que me desdobla hacia Hyde. Luego: Se nota que te gusta leer, soy del Círculo de Lectores, y tengo una buena oferta para ti, y tal, y tal.  Y se me fue la mano, le calibré en un par de segundos su cara rechoncha y su dorso raquítico, le dije que no volviera a entrever mis devociones por la literatura, y como se río como una hiena nerviosa, le pegué un derechazo a lo Cassius Clay, y le rompí la mandíbula. Por exceso entró una vieja con un bastón rezumando caridad por el comercial, y tomé con violencia aquel garrote de metal y destellos pajizos, y se lo estampé al famélico vendedor en la rabadilla. La vieja empezó a gritar que le había roto el espinazo, y no me importó mucho que me llamara animal y zoquete (me hizo mucha gracia este ultraje tan arcaico). Señora, váyase de aquí, a usted no le concierne nada, le dije. En cero coma entró la policía, me esposó y me llevó a Rafael Calvo. Luego me torturaron con electroshocks, incluidas descargas en los huevos, me drogaron, me fustigaron con una pértiga de metal, y me dejaron medio muerto en un rincón del calabozo. Creo que no lo he pasado peor en mi vida. Pero en fin, ya me voy recuperando y gano en serenidad, y del suero he pasado al jamón ibérico y unos yogures  muy malos, macrobióticos de soja y vitaminas. El caso lo está llevando Javier Saavedra, y estamos alegando intromisión a la intimidad, intento de agresión por parte del comercial y maltrato policial. Ganamos, ya lo creo, y además voy a sacar un dinerito extra y hasta estoy pensando sacarme unas acciones en el Círculo de Lectores. Luego me desperté con una jarra de agua helada. Así es amigos, no me odiéis, todavía no soy esquizofrénico y me desdoblo con poca asiduidad. En fin, fui a la comisaria porque una señorita (quería decir alimaña) se está dedicando a robar zapatos bonitos de la 37, un día sí y al otro si me apetece también, y como a las aseguradoras les gustan tanto las denuncias, me la reclaman sin la mínima incertidumbre, para la cobertura. Las comisarías son lugares inconfundiblemente sombríos y a la vez lunáticos, por un lado la gente que requiere algo de estos cuartelillos está triste, diría que ponemos un pie ahí y parecemos enfermos de la tragedia, se nos pone cara de Enrique Urquijo, y nos falta un boli para hacer un poema de amargura, y por otro lado, los polis están o bien de sorna al modo gendarme por encima del bien y del mal, o bien indolentes frente a la adversidad de la pobre gente. Y además hablan raro, al menos para mí ha sido insólito. Expresiones al uso: qué te vaya turbo (a uno que se piraba), todo turbo? (un inspector o similar), a qué te bufo (dos jovenes bromeando), y luego uno le llamó a otro McCallan. Y entre turbos y vocablos escoceses, llegó mi turno. No era una poli dura, era bonita, afectiva y ciertamente encantadora, no tan borde como las de El Comisario, y le fui contando la sucesión cronológica de los hechos, que no daban para mucho, más allá de una sustracción. Todo correcto y charla distendida sobre el hurto en aquel vergel maravilloso de la Comisaría de Rafael Calvo. Y de repente se heló el ambiente. Entró un hombre con acento de Suramérica y era la primera vez que oía en una comisaria la palabra asesinato, la palabra hijo y la palabra Venezuela. El policía, al hilo del teléfono (llamaba a no sé quién para hablar de unos documentos tras el asesinato) aspiró con vehemencia, y el papá de Caracas mantenía una calma tensa y una mirada aplastada de simas melancólicas y húmedas . La guapa respiró con un asombro sereno, y me dio la denuncia para firmar. Durante unos minutos solo veía al hijo muerto, y a mí, y a mi infancia, y los polis empezaron a tener el turbo decaído. 

viernes, 29 de abril de 2011

Putas, Mafia y Estado.-


El mundo es una enorme casa de putas. A veces jugamos a putas, y a veces a clientes, entre el yugo, la servidumbre y la coacción. Primero está el gran problema: la esclavitud. Quien piense que la explotación de la mujer se retiró ya del planeta, seguramente sea amigo de Bambi y de esa horrible gata japonesa y cabezona, llamada Hello Kitty. Quien lo crea es un panoli que toma té con la infanta Elena, y viene a ser un persona curiosamente impersonal. La esclavitud se viste de putas, se disfraza con tacones, escotes imposibles y minifaldas baratas, y se va a la calle Montera o al infame club de carretera. Eso es así y los pimientos son asaos. Y los proxenetas, los putos amos de las putas. De un tiempo a acá se viaja mucho a Brasil y a Rumania, y se organizan cacerías de mujeres. El embauco universal del pobre (que no aprende): te prometo un mundo mejor y te entrego una vida de mierda. Y el american dream tiene forma de billete de cincuenta euros, y divide el tiempo en completos de veinte minutos y mamadas de cinco, y si me dejas por el culo te la hinco. Aquí se viene a comer kebabs, a follar y a poner cara de puta, ese es tu Dorado, princesa, no te contamos el final del cuento, ah, y págame que así es el bussiness de los grilletes invisibles. Vale, y también están las putas caras, que llevan datáfono y no le han visto el morro a un kebab en su vida. Tú te vas de putas y ellas te llevan de ruina y de copas, y se llaman señoritas de compañía. Y luego, está la mala literatura de putas, o libros de favores que se hacen jugando al 69, y vienen traducidos del griego y del francés, tipo La Reina en la Torre de Marfil, Sabor a Hiel, La Presidenta, Kamasutra sin Límites, que son libros hechos de mierda y de aire,  y que vienen a ser una orgía de negros, editores y personajes de cierta relevancia, donde él que pone el culo, es el negro. Y para terminar, el Estado, nuestro proxeneta, y nosotros sus putas. Velo por ti y te custodio con mi demagogia, y si no cumples tus obligaciones, te castigo. Como el proxeneta de la mafia y la puta rumana. Qué paralelos. Maldita vida.



jueves, 28 de abril de 2011

Desordenar Nuestra Existencia.-




Uno nunca sabe muy bien como va a terminar la aventura de distraer el tiempo en un mercado, como tampoco sabe lo que va a encontrar en esos zocos experimentales del universo, salvo el ritmo de la vida y el cautiverio de las mercaderías, si bien no entiendo un mercado como un lugar metódico donde encontrar tres alcayatas del siete, un kilo de rábanos y unas bragas de la 42. No. Me gusta percibirlo como un pasaje donde busco una hoza gallega y acabo con un cangrejo canadiense, para comérmelo, o quién sabe si para hacer negocio con el crustáceo gigante de Canadá. Digo un cangrejo canadiense, igual que podría decir un colgante de rupias que llevó un jati del Rajastán, o un cinturón de castidad de la época de las Cruzadas, que seguramente tendrá más viabilidad en el mercado occidental (el colgante). Pues eso, cuando me doy una vuelta por ahí, me gusta buscar los mercados antes que las catedrales y los museos de arqueología babilónica. Uno de los más impresionantes que he visto es Sarojini Nagar, en Delhi. De repente sentirás que te acechan las sombras de esas lindas criaturas dispersas entre la vorágine del zoco, con sus pulseras de hilos o sus postales de Ganesha, esa gran deidad mitad elefante, mitad barriga. Y podrás comprar con ellos, de salvaguardia, un excedente de Zara, un conejo vivo, una limonada salpimentada y con menta (una para los chavales), un mono al estilo androide o una silla de montar camellos. Tan laberíntico e intrincado que siempre acabas perdido. Una maraña de coloraciones improbables, de fragancias agradables y algunas pestilencias, de voces, de gente bonita, como si estuvieras drogado y volaras en aquella comedia paradójicamente triste y de locos que viene a ser la India.
El mercado de Cambridge, diría que es igual que la ciudad, demasiado noble, demasiado digno y con esa tristeza lánguida que tanto le gusta a los ingleses, y la gente mira silenciosa y trágica los tarros de foie y la confitura de naranja amarga. El mercado de San Miguel, en Madrid, es una parada cool para el forastero, que volverá a la Riviera Francesa con las ostras y el champán, tomará un poco de jamón ibérico, y poco más. Jamón, ostras, guiris y colas, eso es San Miguel. En Hong-Kong he visto mercados que olían a caldo de entresijos de todo bicho que se moviera  y a simas oceánicas, pero en plan putrefacción, mercados que parecían cementerios marinos o el holocausto de los patos colgados y carbonizados. Y luego, Spitalfields, en Londres, y el Gran Bazar de Estambul, y tanto mundo fuera de los museos, esas cárceles limpias y pijas de lo antiguo y lo valioso, con guardias de seguridad, distribuidos en secciones temáticas, donde no se puede tocar nada. Dejarse llevar, buscar una lámpara de araña y acabar con una kurta de gitanos de Chadny, beber una cerveza, comer de vez en cuando, y hablar con el mercader, eso es la vida en un mercado, esas lonjas caóticas hechas para desordenar nuestra existencia . Yo en los museos, paso mucha hambre, y lo confieso: me aburro.




martes, 26 de abril de 2011

Pasión, Muerte y Resurrección.-




En estos días de Semana Santa, en paralelo a la vida de las procesiones, he visto yo en las calles y los bares la pasión, la muerte y la resurrección, si bien, tampoco es un hallazgo curioso, ni mucho menos relevante, pues son tres bazas de la vida que se van complementando normalmente como les sale de los huevos (es decir aleatoriamente) y forman ese textura frágil de nuestra realidad, o mejor, esa lasaña bien horneada con sus escalas de pasta, tomate y carne, que nunca acaba bien, y se desordena en la existencia de nuestro plato. Pues bien, una vida es como una lasaña, una vida es como un recorrido entre el domingo de ramos y el de resurrección, y una vida es una historia que siempre acaba mal, en el recorrido de la pasión, la muerte y la resurrección, con la salvedad de que hablamos de  una muerte en sentido retórico, antes de que llegue la definitiva, que hasta donde sé, no entiende de regresos ni mitos de resurrecciones, salvo aquello de Lázaro de Betania, que no alcancé a ver ni a comprender. Como he estado en un pueblo (vale, en las ciudades también, pero en los pueblos mucho) de vacaciones, he visto el trasiego de las resurrecciones, el trasiego de esos red-bulls farloperos que regresan espídicos hablando con quince tipos a la vez, y además con una fluidez de apóstol, cuando ya les daban por muertos y aún no se había manifestado la noche, la pasión de unas señoras por una determinada virgen del cosmos católico, y juro, que justamente lo contrario, la desidia de un nazareno que iba comiéndose un bocata envuelto en papel de plata, para intentar resucitar. En un momento de la noche del viernes, creo que me confundieron con un traficante de viagra, y un muerto resucitando se me acercó a la barra desde donde yo bebía y miraba, y me pidió viagra, como quién pide un cigarrillo o un hielo. No, no tengo, todavía no siento la pasión de la viagra. Entonces le pidió al camarero un vodka con naranja y viagra, y el camarero le puso una mirada de mala hostia a palo seco, sin hielos. Luego me perdí hacia otros mundos, y como no tomo redbull, empecé a notar el cansancio y me fui a morir. En la calle había cadáveres, el mítico muerto cargante de las cinco de la mañana, preguntando por un after, por un cigarro, tratando de simpatizar con esa pesadez, pasada de rosca de los seres adiposos tras mucha farra, y mucha farlopa, y mucha pasión. Yo, ya lo digo, me fui a morir, para resucitar en la taberna del medio día. Una pasión como otra cualquiera.



domingo, 24 de abril de 2011

Facebook, Pornografía y Realidad.-


Facebook es una red tan curiosamente comunitaria y accesible para todo dios, que no cabe sorpresa del evidente bochorno y la pornografía en plena expansión orgásmica al universo. Porno en el sentido de que a diferencia del erotismo, no nos vale con la líbido y unas cuantas caricias previas al tema.  No, en Facebook  no caben reservas para la intimidad, se despliegan todas las provisiones y se va (a menudo) directamente a follar, sin masajes, sin yemas de los dedos,  sin prefacios de cierta suavidad. El muro siempre está preparado, sin una caricia, sin vaselina, sin una palabra, al muro se la meten rápido.  Entonces posiblemente esté hablando de Gran Hermano (programa que se ha realizado incluso con mineros chilenos), y posiblemente también esté hablando de la ausencia del enigma, de la falta de discreción. Y de cierta perversión, ahora que se lleva tanto escribir en pelotas esas reflexiones irreflexivas, tipo "con esta crisis lo tengo decidido, me meto a puta", "a tomar por culo, me pienso beber hasta el agua de los floreros", "me parece que soy bipolar", "hoy tengo ganas de ser psicópata" ,"qué falsa es la gente, qué decepción" , "me tomé la píldora, soy libre". ¿Acaso no dan esas embestidas pornográficas a lo Rocco Sifredi, algo de vergüenza ajena? Principalmente porque las putas profesionales me da que  juegan poco al facebook, la bipolaridad es una cosa seria y al bipolar no le hará ni puta gracia, y porque no puedes tomarte la píldora mágica e irte de de manifa provida (http://janpath-broadway.blogspot.com/2011/01/la-pocima-magica.html). No puedes, ni debes hacerlo, tú que tanto te decepcionabas con la falsedad de la gente. Si no te importa, unas cuantas sugerencias: no te sientes borrach@ delante del muro de tu facebook, no nos cuentes tu dolor, ni tus almorranas, ni tus odios, ni lo más abrupto de tu mundo. Creo entender, el facebook, para divertirse y ligar. No para la bilis y los demonios. Pero válgame Dios, que cada uno se folle a su muro como le de la gana, eso por descontado.
Y luego está la realidad con los prejuicios, las manías y los valores . La gente y sus cortezas de carne dura, y los armazones de la discordia, que se sosiegan en la calma, y en las copas, y en los afectos verdaderos. Y entonces facebook se muere y descubres que te deslizas bien por la vida sin esa herramienta que sofocaba el aburrimiento, y puedes ser normal, o anormal, o cool, o extravagante, o punk de corazón, pijo, o todas las cosas que te apetezca ser, sin ser nada y siendo todo, viéndole los ojos al mundo, sin esa tecnología que fabrica identidades y monstruos, pero sobretodo, mentira, al estilo telecinco, al estilo Berlusconi, al estilo concurso, como Facebook (a menudo).

miércoles, 20 de abril de 2011

Toni 2: Un Vividero en Mitad de la Tragedia.-


Diría que el Toni 2 es un sitio trágico. De estar vivos, allí nos hubiéramos encontrado con Fellini, con Hemingway y con Fitzgerald. Porque ellos también eran excesivos al igual que los fieles de este piano-bar de Madrid. Allí se va germinando la vida triste de la madrugada, esa felicidad de las cuatro de la mañana que tiene mucho de tristeza y de drama, y de fracaso. Allí se va a matar la noche, a morir con las botas puestas, un piano, una copa y una voz desgarrada. Allí estaba un Scott Fitzgerald enjuagando en alcohol las amarguras  y la desventura de un gran amor, Zelda. Allí vi el espíritu de Roberto Bolaño, sonriendo en una esquina como uno de los perros románticos. Allí hay muchos amores caducados y muchos hombres luchando en la derrota de  los sesenta. Porque en el Toni 2, hay gente muy, muy triste, y mucha sonrisa fabricada por la noche, los licores y el piano. Incluso en los camareros hay cierta nostalgia de emigración y vida dura. La vida no era como nos la habían contado, eso es el Toni 2. Queríamos ser Sinatra, Nino Bravo, o José Alfredo, y terminamos en el Toni viendo las oscuras sombras del pasado, y las vacilaciones del presente. Un cabaret decadente, donde huele a antiguo, a moqueta, a ambientador de cine de los setenta, y (perdón, sin acritud) a señor mayor, al fin y al cabo, un sito con alma, y con memoria, un vergel posiblemente triste pero tremendamente interesante y ameno en mitad del tedio impersonal de muchos bares de Madrid. Curiosamente, a mí el Toni 2, me recuerda a Nueva York, a aquella city de Liza Minnelli, el Blue Note, y Marlon Brando descansando de la Mafia, nostálgico frente a Sinatra y My Way. A Nueva York, una NYC a lo cutre, y más mísera, pero en ningún caso un lugar de nuevos talentos de principios de los sesenta en Manhattan, sino un refugio de moqueta y extraña decoración para las glorias olvidadas. 
También es campo de tiro para señores divorciados, viudos o mal casados, señores de gomina y traje, con una flor en la solapa y cierta aristocracia o estirpe social, caduca. Y también, mujeres con su billete de vuelta de la vida, que ya dejaron de ser princesas, y van buscando mambo, ya a estas alturas, con poca criba y mucha hambre. Dicen que de vez en cuando va José Luis Moreno, e incluso canta,  local por tanto de pánico en mitad de aquel teatro de variedades añejas, donde los hombres van a celebrar la vida en esa época en que la muerte toma forma y consciencia. El Toni 2 es un vividero en mitad de la tragedia, creo entender.




lunes, 18 de abril de 2011

Algunas Informaciones de Chueca.-



Llevo diez años viviendo en Chueca, y aún así no sabría registrar en un par de palabras nuestra relación de largo recorrido, más allá de calificarlo como barrio raro. Teniendo en cuenta que decir raro es como decir nada, incluso la normalidad es extrañamente excepcional. Raro. Porque Chueca es muchas cosas, y al mismo tiempo no hay una entidad determinante. Obviamente es un barrio de acogida homosexual, para todos los que previamente habían sido maricones en las recónditas provincias, y en los territorios de machos de América del Sur, Filipinas o Rumania. Chueca otorga la licencia gay a todo aquél que arriba a puerto con los dolores de la fustigación precedente, y vuela como polilla mágica sobre el vergel de sus calles, un nirvana de desintoxicación y pureza, lejos de la  prisión ancestral y bochornosa. Chueca es un barrio de señoras con reuma y varices en las piernas, que le echan la bronca a los chinos por vender más caro que en el mercado, de señores mayores que le hablan al estilo sioux y alto a los chinos, como si los chinos fueran sordos, o tontos del culo. Tú ser caro, en otro lado, litro de leche más barato. Un barrio donde seguramente habiten los homosexuales más estridentes y horteras del planeta tierra, y los chaperos acechan en las esquinas con hambre y camisetas negras, y recias cadenas de oro. Parecen futbolistas de Primera División. Chueca es también (principalmente en su plaza) paraje neurálgico del mendigo cervecero, el hippy flautista, el transexual anacrónico y el perro agresivo, canes que acojonan. No , en Chueca no hay mucho can dócil de homosexual refinado, abunda el chucho indómito, cuyo amo de raza sórdida, no sabría catalogar, gay, hetero, hetero-gay, skin-head, pederasta, camello. Cualquier cosa. En Chueca se come francamente mal, salvo un italiano, un par de japoneses y un par de tabernas de toda la vida, la cocina en su vertiente infame es o bien casera de batalla, o prefabricada de diseño. También es un lugar donde se concentran más de un millón de personas en el mes de junio, para venerar la homosexualidad, y todo se llena de osos, lindas lesbianas, lesbianas menos lindas, gays enrrollados, gays menos enrrollados y de gente anfibiológica, que abre las puertas del armario Krojen del Ikea, para desparramar y evadirse de la incertidumbre, felices hacia la condición sodomita. Fiesta en la cual no fallan dos acontecimientos: la gran mamada (en lo relativo a borrachera) de Jorge Javier Vázquez y el ego alcista de Zerolo. Chueca es un pueblo de Madrid donde saludas a mucha gente y tienes amigos gays,  y amigos muy maricas, y te paras con las señoras de las varices, y con los mercaderes de la calle Hortaleza, y con todo dios, por su carácter de pequeña patria. También es frecuentado por rumanos que contratan transexuales drogados (http://janpath-broadway.blogspot.com/2011/03/los-lunes-felices.html) y por rumanos que roban, y por rumanos que recogen chatarra, y por rumanos que limpian las cristaleras de los escaparates, y por rumanos que venden mecheros, y por rumanos que piden, y por los que directamente te atracan. En Chueca encontrarás la peor heladería de Madrid, el peor mexicano, la tienda de ropa de hombre más horrible del mundo, y de igual forma una prodigiosa pastelería y una buena tienda delic, que debe ser la única sobreviviente, pues bajo el famoso axioma de los gays son unos sibaritas y unos epicúreos del copón fracasaron unas cuantas. La bodega Ángel Sierra, en la plaza de Chueca, está bien para un par de cañas, pero sus camareros son de índole muy, muy imbécil, sobre todo el del bigote.  En Chueca hay alardes neoyorquinos, que se quedan en pretensiones estancadas, y estancados viejos con alardes de homofobia, y alardes muy viejos y pasados de moda sobre la defensa homosexual (comentario en algún momento reflejado en alguna taberna por algún amigo gay). Chueca es un barrio imposible de fabricar, porque siempre hay alguien emperrado en desbaratar los ciclos emergentes. Chueca es una entelequia que siempre está resurgiendo. Y luego hay pirados como yo, con un poco de mala hostia y ciertos alardes, pero delante de un papel.

viernes, 15 de abril de 2011

Los Pseudointelectuales y la Madre Futurista.-




Hoy el tema va de observatorio de ciudad, y por supuesto de frivolidad y crítica. Quiero decir, un análisis de cierta dolencia, por liviana que sea, acerca de maneras divergentes de esta ciudad llamada Madrid.  Sacad la magnum que todo ser lleva recóndita en el lado oscuro del alma (para el que tenga alma). La tradicional pareja sabihonda, un par de pseudointelectuales, que hablan alto y de manera extremadamente silábica, de-le-tre-an-do casi todo y enfatizando en la conclusión. Qué pereza. La misma dentera que siempre me han producido Ramoncín, Juanjo Puigcorbé y Bruce Willis, con la salvedad de que Willis era un pedante dentro de un película, y los otros dos son pretenciosos en la vida y en la puerta de un sarao y de  la SGAE. Gente del patrón de aquéllos que el otro día, en un café moderno de Malasaña opinaban en voz alta, opiniones ya opinadas por todo dios,    pero con una repulsión reflectada en ese volumen grave y esa puta pesadez silábica. Aguirre, Gallardón, Terchst, Intereconomía, Mario Conde, de repente Kerouac, al momento Burroughs, una conversación de mierda. Me entraron ganas de llamar a la policía, pero como contactar a la municipal de Madrid es como jugar al Texas Hold´em, pensé que me tocaría la carta del poli repelente, y tampoco era el asunto para tanto, (obviamente), sobretodo porque todos alguna vez hemos sido presuntuosos intelectuales de chichinabo. Yo, cada tres o cuatro días, pero no deletreo, me embarullo mucho con las palabras. Quizás estaba siendo injusto, pero aquel par era de enfermedad crónica. En un bar-tienda de ésos, cool, que reniega del garito donde conviven el yonki y el marqués, un local con todas las pretensiones del mundo, unas ambiciones tan literarias y tan curiosamente pulcras y bien iluminadas, un lugar de  gente afectada, donde se venden libros y botellas de vino, e impera la higiene para la literatura y los licores, cuando ni una cosa ni otra habían sido en otra vida muy aseados. Un mirador para la pose. 
Por otra parte. Ya avisé en un post anterior de mi morriña por la infancia. Palabra maldita, Infancia, que me traslada directamente a mi propia muerte, sí, como lo cuento, esa palabra me arrastra hacia el final, a veces he visto incluso mi propio funeral. En fin, todo esto a cuento de que hace poco vi a un niño sentado en el asiento trasero de un coche de alta gama, y me vino de repente mi infancia como un torrente traidor, y una alevosía que yo desenmascaro en plan masoca, un niño, hijo de una madre muy pija de estética futurista, es decir, gafas blancas de Dolce Gabanna con swarovski, botas de montar a caballo con destellos metalizados y diadema sideral. Estaba bien buena. Venía de clase de Pilates en la calle Hortaleza, y su niño le esperaba en el asiento trasero de un porsche Cayenne. Sé que no soy un crack en interpretación de la empatía, pero casi juraría que aquel chaval sintió vergüenza (y mucha) por la modernidad de su madre vestida de Victoria Beckam (pero mucho más guapa que la Posh Spice), y entonces se me debió olvidar la niñez y las consecuencias, y consideré la figura de la criatura rica que se pone de mil colores y se abochorna por la estampa moderna y juvenil de mamá millonetti, que iba de enrrollada  con una amiga de su generación, de similar estilo. Y estaban felices, y eran mucho más normales que el niño y yo, y se iban a Jorge Juan.





miércoles, 13 de abril de 2011

Gente de Mal Comer.-




Llevo dos o tres días comiendo de puta pena, ensalada de espinacas y manzana, espárragos a la plancha, zanahoria cruda,  aceita de oliva y lechuga,  alimentos demasiado saludables y buenos camaradas del estómago, de esos que anunciaba Torreiglesias en la tele, esos programas rellenos con el público de los hogares de pensionista, tipo Saber Vivir, es decir, vivir mucho pero con mala leche. Vivir jodido, muchos años, hacer gimnasia y comer hierba. Uff, qué desgracia. Qué fatalidad para los judíos, los musulmanes y los vegetarianos, por ejemplo. A mí una vez me entraron ganas de suicidarme en Púshkar, ciudad del Rajastán de peregrinación musulmana, donde me fue imposible encontrar una Kingfisher de litro, y me tuve que beber una gaseosa para empujar un chicken tikka massala. Estuve toda la comida jodido, y no me cabe duda de que aquel camarero de Alá se percató y fue mutuo nuestro rechazo. Qué cosas tiene este Mahoma, quién le daría esa maldita idea de fundar el Islam. Con la felicidad que me ha dado a mí el cerdo y el vino. Qué ventura frente a un lechón y una copa de buen vino, qué emociones hemos atesorado. ¿Y los judíos? Maniáticos hasta el delito. Qué gente. Maldito Levítico. De animales terrestres, solo comerán aquellos de pezuña partida, hendida en mitades y rumiantes, es decir, la liebre no porque pese a ser rumiante no tiene la pezuña partida; ni el cerdo pues aunque tiene la pezuña partida hendida en mitades, no rumia. La madre que los parió. Vivir toda una vida sin el cerdo. Qué desgracia. De los bichos de agua, solo comen aquellos que tienen escamas y aleta. Y todo reptil o animal acuático de los de mar o río que no tenga escamas y aletas tenedlo por inmundo, no lo comáis. Literalidad levítica. Está claro, unos anormales del carajo. ¿Y qué me decís de los vegetarianos? Chúpate el carácter de un vegetariano, porque yo he conocido unos cuantos para darles de comer aparte. Sí, vale que las alcachofas y las coles les hacen estar buenos, y buenas, que según una amiga mía son buenos en la cama, pero has de abandonar nada más follar. Finiquitar el polvo y tomar la puerta. ¿Porqué? Porque la estética tibetana te acabará quemando, por su afición a decir la última palabra y esa propensión a discutir por cualquier paranoia de una plaga de mosquitos, o a decirte a la cara que no tienes ni puta idea de nada porque no conoces un director de cine polaco, un tal Zanussi, que hace cine de montaña, sol y lunas menguantes. Un vegetariano siempre tiene postas en el cargador.
En fin, que yo tampoco quiero que pongan a las focas en fila para asesinarlas y nutrir Occidente de abrigos de piel, no, no lo quiero, pero no soy un radical que determina la vida en función de un Dios o de una neurosis macrobiótica. Que llegue ya el maldito viernes, por favor, para empezar a comer en condiciones. Secreto ibérico y vino, cerveza y gambas. Comida normal.

lunes, 11 de abril de 2011

Antonio Vega: El Amante de la Muerte.-





Los domingos me levanto con Spotify, y recorro un poco de mundo a través de las posibilidades que nos brinda esa gran aplicación. Escuché tres o cuatro veces Love You ´Till The End, la prodigiosa versión de The Pogues, unas cuantas nostalgias de Brenda Lee y Van Morrison, el prodigioso piano de Eddie Palmieri, las últimas recomendaciones de mis amigos, es decir Mate of State, y The School, y como siempre, y por muchas veces, la interpretación de IL Cielo In Una Stanza, de Mike Patton.  Y con las nubes volando vagamente por una habitación se me presentó el fantasma de Antonio Vega, y me quedé un rato con él. Y con sus cosas, y con la tristeza y la verdad, que vienen a ser lo mismo. Me habría producido cierto desasosiego sentarme delante de él, un miedo de niño, un horror absolutamente de pena, y no tanto por su fragilidad y ese aspecto de muñeco de hilos, sino por su mirada profunda y aterrada, esos ojos frustrados, hundidos en la eterna insatisfacción, y por su pelo desordenado y trágico. Y tratándose de un genio que llevaba mucho tiempo muriéndose, pensé en la capacidad de resistencia del hombre, en esa gente que se agarra a la vida aunque penda su existencia de un miserable hilo, en esa gente que se levanta por las mañanas sin saber muy bien para qué, y en que todo se sostiene en un instinto salvaje del ser humano para quedarse lo máximo posible aquí antes de buscar las tablas.  Y a Antonio Vega lo venían matando desde 1992, como si fuera amante de la muerte y novio de aquellos demonios que le fueron consumiendo a fuego lento. Un atardecer abatido que renacía,  que curiosamente amanecía, pero que tenía próxima fecha de caducidad. 
Después estaba la leyenda. Un especie de vagabundo, de bohemio tirado, buscando plata por las discográficas, pidiendo anticipos,  derechos de autor, un hombre encorvado, perdido en las calles de Madrid, despistado, sin dientes, trasnochado, un muchacho que había sido guapo y ahora tenía el rostro sucio,  un maldito del arte con más principios que cualquier producto musical de los tiempos de nuestra tele. Una timidez absolutamente acogedora que emanaba muchísimo, muchísimo cariño. Yo le tenía mi querencia, y me emocioné en el velatorio, en el único velatorio de personaje relevante muerto que he estado en mi vida.
Ya sabemos que al pop le mola inventarse la vida de los músicos y jugar a las identidades y las conexiones con los álbumes, pero pocas veces, y es de una transparencia cristalina el caso de Antonio Vega, hay un vínculo tan excesivo entre existencia y obra, esa tristeza sadomasoquista, esa emotividad en el límite de la destrucción, de la muerte. Ese carácter de permanente catástrofe interior. Y esas afecciones de sus seguidores, tal vez algo de morbo, por ver el último concierto de un hombre que se va a morir muy pronto. Pues eso amigos, yo le vi el otro día, cómo no, en plena Lucha de Gigantes. Con la máscara de la muerte. Qué monstruo.






viernes, 8 de abril de 2011

No le Deseo Bien a la Vieja....-




La capacidad de resistencia del hombre puede ser mucho más dilatada de lo que podamos imaginar. La raza humana ha padecido guerras, penurias, caracteres modelados por el diablo, muertes cercanas y tragedias de toda índole, pero ante los espantos de guardar cola en un mercado o en un organismo público, la gente se minimiza y pierde valor, la gente adquiere una condición amarillenta y desvaída, la gente en la cola es mucho más fea que en una taberna. En la del INEM, sobran comentarios. En la del mercado, diría que sobra indecisión (por no empezar el post con desmedida crueldad).
Estás guardando tu vez ante una ventanilla de burocracia y trámites (como casi todas las ventanillas), y empiezas a notar que el de atrás te está tocando, tienes su aliento en el cuello, ese exhalación asquerosa del estómago vacío, porque ha contemplado entre expiraciones podridas un metro de distancia entre tú y tu precedente. Avanzas ese paso y tu referencia en la cola te mira con ganas de matarte, despacito, al estilo triturador de presa humana, en fases, porque le has rozado el pantalón (mejor no decir cómo y con qué). En un momento de avance de aquella recua de malcarados aparece un colega del que va detrás tuya para hacer gananciales con él, y saltarse de golpe a cuarenta y dos personas. Y emerge en la escena esa frase mitológica de toda cola: ése sa colao, que morro, a la cola como tol mundo. Y nunca pasa nada, salvo los bufidos de cuatro o cinco que empiezan a dar vergüenza ajena. Los berrinches del forastero por lo general, me atizan una gran golpe de grima, quizás porque soy el típico panoli autista en mitad de una cola.
Y luego, de vez en cuando la pregunta legendaria de todas las colas del universo español: ¿Quién es el último? Y eso a veces tiene una dificultad de alcance, porque los tres o cuatro últimos a menudo están en paralelo. Y entonces llegará aquel tipo con cara de circunstancias, pero de aspecto diligente, un hombre seguro que no está para perder tiempo entre el colectivo de la chusma, y habla con tres o cuatro representantes de la cola, elegidos por él, aleatoriamente. Me permite, es una consulta rápida. Y ahí lo tienes, triunfando entre aquel desmadre de morralla aguantando el tirón, haciendo sonreír a aquella chupatintas grosera con cara y oscilaciones de cangrejo de río. Y la peña más amarilla, más pálida, casi lagrimeando en mitad del tedio que supone una cola.
O también los mercados. El mundo del dilema y la vieja vacilante, sí, esa señora que interrumpe los esfuerzos de la frutera, y tiene el modus operandi a traición.¿ Niña, a cuánto están las peras, de dónde vienen, son de agua? Y la frutera, mirando a la balanza y la balanza mirándola a ella. Y  la vieja aún no ha obtenido respuesta, y pregunta por el brocolí, y la lechuga gallega, y las acelgas, y niña, esos tomates del otro día no sabían a ná. Una cosa: no estarán ácidas las fresas? Y en ese momento, cuando la vieja todavía no ha seleccionado nada, miro las cosas de matar de la carnicería de al lado, y miro otra vez a la vieja, y me acuerdo de Dostoievski, y miro al matarife, y de repente me viene a la mente Raskolnikov ,y surge de no sé donde la colega de barrio de la vieja, y le dice: Mari quédate aquí conmigo que te doy yo la vez. Y vuelvo a mirar al matarife. Y la disección de una vaca. No le deseo bien a la vieja en este momento de la vida en el mercado. No la quiero bien. No sé, mejor me voy. 




miércoles, 6 de abril de 2011

El Oro, los Cachivaches y las Muñecas Calvas.-


El domingo estuve con María en el Rastro, entre cachivaches, cosas relucientes, cosas inservibles y libros de poco valor. Nos llevamos unas muñecas que daban miedo, pero no por ello dejaban de ser lindas. Calvas, algunas amputadas y con los ojos grandes. Cinco muchachas algo derrotadas pero lindas. Y todo a pesar de que mis ojos siempre se paran en aquellas cosas que brillan mucho. No sé porqué. Ni soy pajarraco negro, ni calé, ni llevo un ápice de oro sobre mi piel. Si hay dos colectivos que adoran sobre todas las cosas los objetos dorados, son las urracas y los gitanos. Un niño gitanto de dos años puede llevar un chupete amarillo con cadena de oro y una urraca te puede levantar unos gemelos, un cristo de oro, o un reloj, en base a que son las gitanas del universo pajarero, las cleptómanas de los brillos. Y en fin, algo cíngaro correrá por mis venas, también por otros motivos que no vienen al caso, resumiendo, mi pasión por los tratantes, el mercadeo, el menudeo y los cacharros, en general. 
Pero a la gente también le gusta la vida destellante. La M de Mc´donalds es amarilla, los tintes más solícitos del mundo también, y a menudo, la cadena de un Channel. Durante muchos años el sistema monetario internacional ha estado regido por el oro. Oro de ése del moro. Oro de los polígonos, de las princesas de barrio y del piloto de un Mercedes tuneado hasta el delito. Porque el oro es poder, es comer en el Mcdonalds con toda la tropa, liarla bien, y pedir 18 big mac con patatas, y alitas, con coca-cola de la grande. Si llevas oro no eres un muerto de hambre, eres un príncipe del hampa, el rey del bloque de protección oficial, un crack estilizado a lo Cristiano Ronalado. El oro mola, y la plata es para ciudadanos de segunda categoría, muertos de hambre para los amantes de la ostentación amarilla.
Luego, nos vamos a la calle a ver la aureola de las cosas de los escaparates, la mercadería luminosa, que nos atrapa por unas hechuras que pierden valor en nuestras manos. Cuánto valor pierden las cosas poseídas. Nos vamos de viaje a cualquier rincón exótico del mundo y nos sentimos embaucados por lo estrafalario, precisamente ahora que en Madrid se puede comprar lo mismo que en El Cairo. Pero nos dedicamos a comprar, para petar los aviones, para regalar algo a nuestra gente, que ya habían comprado esa alfombra étnica del Rajastán en el Zara Home de Princesa.
Resumiendo, los cachivaches casi siempre son un flechazo a primera vista, y están ahí, hechos y colocados para la codicia y las aspiraciones de posesión. Son un affair inesperado y erróneo de discoteca a las cuatro de la mañana. Los cachivaches acaban siendo invisibles, como aquellas castas marginales de la India. Los cachivaches quedan olvidados en un rincón, llenos de polvo, expuestos al maltrato de un niño pequeño, y a la invisibilidad, en la escena de nuestro museo doméstico. Y luego, nosotros en plan Hamlet mirando una muñeca calva, preguntándole algo, y pensando que al fin y al cabo somos negociantes, todo viendo caer los brillos dorados del barril de cerveza en el bar Alhambra, de la calle Victoria, preguntándonos si ha ganado la muñeca o nosotros.

P.D. Las muñecas estarán presentes en el escaparate de la Divisa de Argensola, 2. Y ya han preguntado por ellas, así que igual ganamos nosotros cuando nos cansemos de su extraña belleza.


lunes, 4 de abril de 2011

La Gente de los Bares y Algunas Distorsiones.-



1. En una taberna de Madrid: Ta enterao de lo de China? Po se han hundío macho, los chinos con lo que eran, un terremoto ha crujío la China. ¿China? ¿Qué ha pasado en China? ¿Es alguién que mete en el paquete de China a India, Mongolia, Japón e Indonesia, por ejemplo? Cierta parte del mundo está, pero no percibe. Está, ahí está bebiéndose un cubata de dyc con coca-cola, con un cigarro en la oreja, leyendo la letra gorda del As, y hablando de China. Japón, avala burlón, el tabernero, Japón, me cago en la madre que os parió. Japón, hostias.
2. En la misma taberna: Sí, igual que lo del Brasil ése del año pasao, tos a tomar por culo, eso te lo explico yo en ná, eso es el cambio climático y la gasolina, que está reventando la tierra, ehhhh, me entiendes. Pago mi caña, y me atiende diligente el tabernero, que va directo a corregir de nuevo. Haití, panolis.
3. En el bar donde habitualmente desayuno, la peña del andamio de al lado: Las guerras. Que todos las contiendas son de los negros. Que matan por un cacho pan, y eso son los fanáticos, y eso es la religión, que no tienen ná que perdé y se meten un cinturón lleno de bombas y a tomá por culo, y les da igual uno que ochenta,  yo veo un moro me entra un mala hostia... 
4. Y otra de más recorrido, en un bar de Alonso Martínez (todo bares). Sigo de fisgón. Tres muchachos bebiendo pacharán y hablando en esta dirección:
- Luis es un buen tío, pero tiene un problema, va demasiado de putas – dijo el Gordo.

- Ah, no lo sabía...- dijo Marqués, con su porte aristocrático de sibarita del pacharán, como si tuviera categoría ese infame licor, ni que fuera un Mccallan.

- Sí, yo he ido al Lolita con Luis alguna vez, y le pueden tanto las putas que está dispuesto a arruinarse. A mi me ha invitado alguna vez...Lo peor es que luego bebe demasiado y coge unas borracheras insufribles...- apuntó a mi información Loco, con su aspecto de psicópata de bar, obseso de la aberración, tenía esa cara de niño viejo de los chavales prematuros, que se hacen amigos del portero del colegio, beben cubatas, le hacen los recados y le pasan las revistas porno.

- Yo creo que lo mejor de ir de putas son los previos, el flirteo, las primeras copas, la toma de contacto – comentó el Gordo.

- Discrepo Gordo, lo mejor es el contacto, sin más, el contacto, la habitación, las luces rojas, la sumisión, la mamada...Ya sabes... – dijo Marqués.

- Bueno, pues un día vamos y que cada uno lo disfrute a su manera – estableció riguroso Loco. 
Al momento entró Regia , la mujer de Loco, que era muy bajita y tenía aspecto de institutriz, con las facciones severas e inquisidoras y el pelo recogido.
- Vosotros, siempre igual, bebiendo...Nos tenemos que ir...Vamos a El Corte Inglés de Castellana...
Y Loco se fue con Regia, con cara de circunstancias, y Marqués rió con cierta malicia, y el Gordo pidió dos copas antes de expresarse en estos términos.
- Bueno, la verdad es que prefiero liarme con una compañera de trabajo antes que con una puta.
- Las putas son unas profesionales, unas profesionales...No compares las habilidades de una puta con las de una compañera de trabajo – concluyó Marqués.
- Joder, las putas son lo que son y tienen lo que tienen...Y en el lío con una compañera de trabajo hay dos factores importantes: en primer lugar, no cobra, y en segundo lugar, es una amiga.
Loco habla por hablar, Gordo es insulso y Marqués esconde en esa arrogancia de bodeguero elitista alguna tara enrevesada que le está jodiendo. Hablar de putas en esta dirección es de una ordinariez alarmante.

5. En el mismo bar. La mesa de Homeless, uno de los mendigos que vive desde hace años en la Plaza de Santa Bárbara, Homeless, con sus dos dientes y su barba desaliñada que anda todo el día liado sacando a pasear los perros de alguna gente del barrio y gana algo de dinero para licor de hierbas, el menú del día y periódicos. Habla con el primero que se le pone a tiro, habla y no deja hablar, Homeless, que se llama Heladio. Comenta las últimas atrocidades de Libia, las penurias del pueblo, las decisiones de Zapatero (le odia como no he visto igual resquemor en mi vida, Heladio es un mendigo muy de derechas, efusivo y exaltado en el palique, salpica al hablar, pero de un tiempo a acá no le rehuyo). Al cabo de un rato su juego dialéctico está enfrascado en el monólogo y el tedio me invade, el tedio de las palabras del pobre Heladio, y de Gordo, Loco y Marqués que vuelven a aparecer con intenciones de estar preparando algo grande. Quizás vayan al Lolita. Me siento cansado de las palabras de los bares. A continuación, pensando en Heladio, que curiosamente piensa que nadie piensa en él, me ha dado por contemplar la soledad de una mujer derrotada frente a la tragaperras, y he tenido muchas ganas de que se haga de día, y hacer todo eso del vermut, el aperitivo, los amigos y el gin-tonic de la tarde.