lunes, 17 de diciembre de 2012

Los Hombres Completos y Tipos Infames (7).-


Sidi ha quedado al cuidado de las vecinas solteronas del tercero. Son ricas, miserables, roñosas, pero tremendamente simpáticas y saben sonreír muy bien. Además la criatura negrita les hace mucha gracia y es un vergel terapéutico a su rutinaria vida de control monetario y revisiones médicas. 
Y Belén ha bajado a casa a por leche y un poco de pan bimbo rústico de molde porque han cerrado el chino, aunque es una patraña indolente porque todo el mundo sabe que los chinos solo cierran en la madrugada y tienen dos locales cada veinticinco metros. En fin, quería hablar y ha tomado la excusa equivocada, aunque le surtirá efecto. A veces me sorprende esta torpeza pero ni siquiera me molesto en valorarla.
Me enseña la foto de un chaval de unos veinticinco años, para que yo le diga que es guapo y que tiene cara de buen tipo, pero no veo más que cierta belleza afeminada, suave, quizá ambiciosa, con pretensiones, un tipo blandito, al estilo Luis Miguel pero de Vallecas. En un segundo vistazo lo veo feo, fardón y frívolo, aunque sigo viéndolo un poco marica. De repente Belén dice toda estimulada ella, que le gustan los hombres completos. No puedo evitar sonreírme. 
No entiendo muy bien eso de la integridad, Belén, no sé si te refieres a los hombres completos, enteros, sin amputaciones, con dos orejas, dos piernas y un pene, o bien, me estás hablando de Charlie Sheen en su buena época, cuando era guapo y no disparaba a las chicas, ni pillaba esas borracheras kafkianas. Ella me llama tonto y dice que le tomo el pelo; quizá no vaya desencaminada su apreciación. Me siento un poco mal, levemente hijodeputa. Mira Belén, no creo que haya que buscar el hombre completo. Cuando yo jugaba en el Mercado La Nuit, aquello no era la liga de los hombres extraordinarios, ni había mucha gente completa; lo principal es que no sea un puto loco; no pidas que sea demasiado inteligente, ni quizá demasiado guapo. A continuación le he dicho una cosa muy cursi mientras interiorizaba que lo importante es que te haga reír y te folle bien, pero le he dicho: amor y respeto; y me temo que Belén ha oído pocas veces esas palabras en su vida. 
A continuación he comprobado que había teñido sus raíces negras y que no se había pintado la raya de los labios sobrepasando varios milímetros la comisura, y le he echado dos huevos; le he dicho que me acompañara a Tipos Infames, a tomar un cerveza y ver un poco las novelas. Entonces he sacado la magnum que todos llevamos en algún lugar recóndito del alma. 
Hay una pareja sabihonda, son pseudointlectuales de Malasaña. Hablan alto y de manera extremadamente silábica y enfatizando mucho en la conclusión. Qué pereza.  La misma dentera que siempre me han producido Ramoncín, Juanjo Puigcorbé y Bruce Willis, con la salvedad de que Willis era un pedante dentro de un película, y los otros dos son pretenciosos en la vida y en la puerta de un sarao y de  la SGAE. Muchas veces no soporto a la gente opinando en voz alta, opiniones ya opinadas por todo dios. No por el contenido, sino por una repulsión que tengo reflectada en el volumen grave y en la puta pesadez silábica; aunque no descarto haber sido yo alguna vez un presuntuoso silábico. Seguro. Me acojo al recurso R.L. Stevenson: la memoria es magnífica para olvidar. Belén está flipada. Aquí son muy guays, me dice. Qué coño hablan esa gente.  Aguirre, Gallardón, Terchst, Intereconomía, Mario Conde, de repente Kerouac, al momento Burroughs. Vaya amalgama; parece un brainstorming para la pose. Es un lugar de gente afectada, Belén, donde se venden libros y botellas de vino, muy limpio todo y muy guay; deberías leer algo, Belén. En mi casa no había una puta novela, afirma, más avergonzada que abatida. 
Cuando nos hemos ido para mí ha sido como una expulsión del paraíso y para ella una liberación, y hemos caminado la calle Hortaleza dirección a Alonso Martínez. Belén tiene un sentimiento arraigado de envidia porque no tiene la sumisión curtida de una limpiadora ecuatoriana y sí tiene unas cuantas aspiraciones quebradas, básicamente dos, el estatus pretendido y el amor no correspondido. Cuando una chica de barrio ve a una pija futurista hay dolor. Lleva  gafas blancas de Dolce Gabanna con swarovski, botas de montar a caballo con destellos metalizados y diadema sideral. Está bien buena. Viene de clase de Pilates, y su niño le espera en el asiento trasero de un porsche Cayenne. Sé que no soy un crack en interpretación de la empatía, pero casi juraría que aquel chaval siente vergüenza (y mucha) por la modernidad de su madre vestida de Victoria Beckam (pero mucho más guapa que la Posh Spice). Mientras unos tienen pudor, otros tienen pelusa, los celos de la divergencia social. Van a Jorge Juan, el Chelsea de Madrid. Otra liga.O un imposible. 

11 comentarios:

  1. Me perdí un poco, pero me sigue flipando tu pulso, Javi.
    marta, b

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  2. Al niño le da vergüenza pero seguro que luego canta rap como el hijo de la Obregón :O) Javi la heladera es como un exprimidor de naranjas pero este te hace el helado. Tiene una paleta que hace que entre aire y no se formen cristales de hielo en la masa.

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    1. Ah, de verdad no tenía ni idea, María. Un helado de premio para el niño; como molan esas mamis futuristas.

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  5. Que verborragia :)
    Saludos!

    =) HUMO

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  6. escribis hermoso Javier
    escribis con tu alma
    con tu mente
    y tu creatividad

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  7. Apariencias tantas que se visten de montera vieja, como los mosqueteros aquellos y con unos tacones bien altos que al caminar por las aceras, además del ruido añadido no poco de la calle, tienen un aire de meretriz que acompasan sus andares a las vulgares; no sé si lo hacen por obligar a los ojos masculinos a que las sigan o lo hacen por ignorancia, incluso divina. Todas, o casi, cortadas por el patrón mismo que hace ya años extendió una tal Marta Sánchez, por ejemplo, entre otras, con su pelo oxigenado. ¿Lo recuerdas? Qué pena.
    La vergüenza nace y se rehace.
    Breves saludos
    Deica

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    1. El patrón es similar y la apariencia un estado de ánimo como otro cualquiera, modus vivendi, abz

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