sábado, 29 de diciembre de 2012

Bohemia y Realidad (12).-


El mercado de San Antón no me parece especialmente bonito, porque un bloque con matrices de hormigón y acabado de ladrillo no creo que tenga una belleza singular y considero sus características más analógicas a la  construcción de una cárcel. Tiene escaleras eléctricas y un Opencor en la planta baja. Moderno, por ello no es un mercado al uso, digamos de abastos. Le faltan ciertas panorámicas: viejas avaras gruñendo por unos tomates, loteras, gitanas fisgoneando con un ramito de romero, viejos de brandy, puro y mondadientes, banderilleros derrotados y pobres disfrazados de pobres. El último relevo generacional de los mercados lo  representan pijos, guiris, modernos y paletos. Es sábado y veo guiris y modernos, y algún guiri disfrazado de Cristiano Ronaldo, por tanto igual estoy viendo un guiri paleto. Mucha gente viene aquí a comer ostras y a beber champán, y después suben en el mismo edificio a una terraza cool de Madrid.  He visto a la gente muy nerviosa para que le dejaran pasar a tomarse una copa de diez o quince euros, porque una terraza de ático con porteros pijos y guardias de seguridad de Lituania (más cuadrados que esos mierdecillas de guardias que afluyen en los subterráneos de Madrid que no tienen ni media hostia pero las reparten a pares) siempre tiene criba selectiva. Yo siempre paso sin dificultades; soy de ese tipo de personas que le dan cierta esfera, cierta jerarquía a los locales; creánme. 
Abajo está el mundo empírico de Madrid. Como en la puerta del Día. Los negros de La Farola, los ghettos de Rumanía, los chicos malos del barrio y los núcleos duros de Chueca. También están los Leatherman, que son una cuadrilla de borrachos entregados a la San Miguel de medio litro y al brick de tinto Cumbres de Gredos, con los pantalones meados y el rostro de barro. Es el mendigo fascista, el totalitario. Defienden el territorio. Hay un guiri disfrazado de moderno pobre (grunge fashion). Botas de montañero, jeans rotos, camiseta roída y desmedida. El leahterman le habla alto y claro: vete a tomar por culo a tu puto país. Alguna gente se ofende, pero no lo entienden bien; los leatherman representan la auténtica bohemia del siglo XXI y en los mercados delic de los modernos no les dejan entrar; tienen los ojos sangrientos de alcohol y tragedia y algunas capas de piel en carne viva; agreden lo desconocido por puro miedo. Mientras, a nosotros nos sigue gustando la bohemia en el arte, en los teatros, cuando no huele mal, no se mea en nuestras calles y no nos pide dinero para acabar de reventar el hígado. La bohemia; un mendigo borracho insultando a un guiri mestizo; en sentido categórico. Pienso en Jack London, el bohemio que mola, un trotamundos que piratea ostras, caza focas en Japón, busca oro en Alaska y mendiga en Londres. Casi nada. 
Como han venido a vernos unos amigos de Oviedo, y a veces les afectan un poco este tipo de cosas de las celebrities, quieren ir a la Bardemcilla. Ahora recuerdo  Vicky, Cristina, Barcelona; un bohemio que conduce un deportivo descapotable y tiene una casa de piedra en la montaña. La otra, la bohemia cool, la resentida y codiciada por el gran público. También Los Lunes al Sol, buena y coherente, en contraposición, los bohemios del paro. 
No hago ver a ninguno de mis acompañantes que no soy fan de la Bardemcilla. Ahora sí, con la debida dilación. Uno, los apellidos famosos, ese postizo para el triunfo, dos, la leyenda de café latino me hace ver a Bisbal, Sanz, Miami Beach, tres, el nuevo Javier, cuatro, la comida y cinco, que los platos se llamen como las películas y cierto aire de museo lucrativo. Comemos huevos de oro estrellados, lacones al sol y mar adentro, que vienen a ser tortillitas de camarones. De postre tiramisú veneciano. Les recomiendo la taberna El Nueve para otra vez. Ya habéis visto que no estaba Javier tomándose un dry martini, ni Carlos, ni la matriarca Pilar; dónde queréis tomar una copa, en casa hay botellas, preparo unos gins, pinchamos en el Spotify, hablamos, buen plan. Igual luego salimos por Malasaña. 
Nuestros vecinos filipinos se hacen notar. También sus sardinas fritas. Hablamos del éxodo masivo de razas y la consecuente inmigración. No nos gustan los skinheads, ni los fascistas de los polígonos de Madrid, ni la muchachada de Democracia Nacional, y todos somos Lucrecia Pérez, aunque tenemos poca opinión de los controles inmigratorios; y también de vez en cuando nos molestan los filipinos. Esto puede ser la discriminación comunitaria, un día no soportamos las extravagancias de las cocinas de Manila y otro día nos joden la existencia unos ecuatorianos borrachos con la Bomba del Chota, o la amiga transexual de nuestros vecinos gays. Dicen que me quedan bien los gintonics; no son estridentes, tanqueray, mucho hielo y un par de cascaras de limón. Me hubiera ido a por mi Glenfiddich de doce años, pero todos quieren gin. Como soy muy dispar, musicalmente hablando, y sigo sin pretender ideas claras salvo las de mi rechazo, suenan Fever Ray, Extremoduro, Supertramp y The Smiths. Hablar de los filipinos siempre lleva a hablar de los chinos, aunque a decir verdad, piénsenlo bien, de los chinos hablamos unas cuantas veces a la semana. Trabajan como cabrones y  de vez en cuando ven series chinas por internet y juegan mucho al Spider Solitario o cualquier otro juego de naipes. Les comento a Inés, Jorge y María. No me hace gracia cuando los señores mayores les hablan al estilo sioux y bien alto, como si los chinos fueran sordos, o tontos del culo. Tu ser caro, en otro lado, litro de leche más barato, te enteras; ese tipo de cosas. En dos minutos todo desencadena en las mafias. Dice Jorge que se ha renovado y hay una modernización del crimen. Mientras, de fondo suena algo así: Vive mirando una estrella, siempre en estado de espera, Bebe a la noche ginebra, para encontrarse con ella. Nosotros a la tarde; hago el segundo. Nuestro hampa no ha estado a la altura y les han desbancado los rumanos y los albano-kosovares, y son gente preparada y auténticos psicópatas bien musculados, y el yonqui del chándal asusta demasiado poco; sigue Jorge. 
De repente suena el teléfono, y bajo la música. Lo cojo. Es la realidad, que se ha presentado de golpe. Los miro a todos, la fiesta tiene otro matiz.






7 comentarios:

  1. Muy bueno!!!. Que agobio de mercado uffff prefiero las tiendas pequeñas de calle, un saludo y felices fiestas :O)

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  2. Brutal, cómo siempre maestro; cada día mejor.
    Los nuevos mercados-centros serán para los más jóvenes los recuerdos de sus pasados y los que serán, para ellos, los tradicionales. Entonces menos quejas y soportemos las evoluciones con nuevos relevos que hagan de aquello que cambia para unos, es para otros lo que siempre han conocido.
    Eso. Feliz nuevo año y mercado que sin serlo sea visto con nuevos ojos.
    Me gusta este relato y más en: "...que no tienen ni media hostia pero las reparten a pares..."
    [Espero que los sucesos de Atocha los hayan denunciado...Cuando los "securatas" se pusieron a dar palos...Demencial, ¿Con qué licencia? ¿De Bond con porra? Hay cada especimen en seguridad...
    Feliz año nuevo
    dl·J

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    1. Sí, la criba en la selección de los vigilantes de estaciones de metro y tren deja mucho que desear, porque vaya especímenes nos protegen a menudo, feliz 2013, con más seguridad y menos hostias.

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  3. Sigo prefiriendo las tiendas de calle :O)

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    1. Donde va a parar, feliz 2013, María

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    2. Bueno, olvidaba esto, yo también prefiero las tiendas en las calles. Con sus aceras, todas seguidas como los bares o alternas. Para ir alternando bares y tiendas, bares y tiendas; así, cómo dice el aforismo que me saco de la manga: "Pruebas de todo, bebidas y luego te tapas"
      Eso...demencial

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    3. Yo como no soy muy fan de la deformación profesional, prefiero a ciertas horas los bares antes que las tiendas; y por supuesto los bares de la calle, no los de las naves industriales ni los que ahora hay en ciertos corners del Corte Inglés, abz

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