sábado, 8 de diciembre de 2012

El Bulevar de Fuencarral (3).-


Un olivo, un Starbucks, un Lateral, un estudio de tattoos y piercings, una franquicia desangelada de yogures helados; un bulevar para citas y consumo. No sé si parece Nueva York o Albacete. Pero es Madrid, que de acá a un tiempo es también Zamora y Manhattan. Es una plaza al lado del mercado de Fuencarral que no tiene nombre y aunque está en mi barrio no reconozco a casi nadie y es un lugar de ésos incógnito y anónimo donde la gente va a gastar dinero, a venderse o a robar, porque hay mercaderes ecuatorianos del oro que son unos hombres anuncio, chaperos rumanos, ladrones, y ladrones que son chaperos rumanos. Después está la gente sobreviviendo en mitad del ocio que no guarda las similitudes precedentes y a mí me gusta juzgarles las apariencias. Sobretodo porque soy puntual y la chica de mi cita no lo es. Y por el camino yo me entretengo, y tal; mirando.
Ser puntual en un país dudoso e informal es todo un dolor que yo mitigo de voyeur, y es también un misterio porque tenemos la hora en el horno, en el microondas, en los autobuses, en el ordenador, en el móvil, en los termómetros de la calle, en los relojes, y si yo tengo una cita a las ocho, digo yo que es a las ocho porque hemos dicho a las ocho y no a y veinticinco. Su ausencia son mis vueltas alrededor del pobre olivo, porque un olivo en mitad de un bulevar es algo grotesco, por esa crueldad, esa belleza desgarrada de la tierra que le pertenece al olivo, qué sé yo, una sierra, un olivar, no un puto bulevar impreciso e impersonal.
También sufro porque te imagino violenta, en mitad de un atasco, en la ducha o haciendo cola en el H y M, que bien te conozco, nena. Pasa al tiempo y no llegas, y por un momento pienso en la percepción intrínseca  de los canones de estética, y a lo mejor yo soy para el mercader del oro, el chapero rumano. Y te sientes un poco puta sin oficio ni beneficio, y te acabas rayando en la espera, cuando ya no te interesa nadie. Solos y esperando somos poca cosa.
Pero si ves a un mendigo, muy, muy, muy salvajemente mendigo, se te olvida todo. Yo de niño lo flipaba, con los mendigos y con los coche fúnebres. Este indigente es alucinante. Tiene el pecho al aire, un pectoral de mecánico, con grasa negruzca y unas ronchas de haber comido cualquier mierda caducada; pero el tipo viste increíble, un gabán desabrochado de piel de potro en marrón y crema, imperial, irreprochable, parece el Rey de los pobres; jeans de pitillo, unas botas tipo narco de serpiente, unos guantes alucinantes de cuero o de jardinero, quién sabe, y tiene un rizo bonito en la cabeza, es decir no demasiado grueso, no demasiado fino, y no demasiado hidratado. Es de postal de Brooklyn. Lleva un carro del supermercado lleno de cosas; cables, fusibles y horrores como pequeños generadores eléctrico. Qué putada, que te toque en esta vida ser un generador eléctrico, y qué putada que te toque ser mendigo, caray. Un día me dijo una frase muy respetable un indigente, un día te levantas y no tienes mujer ni trabajo. Y piénsenlo bien, una mujer y un trabajo son todo un universo. Les prometo que he pensado en esa frase todos los días de mi vida.

Y una mujer y un niño aparecen por la plaza. Belén está de mejor humor y se la tiene tomada al futuro. Dice que fueron algunos años de sacrificio levantándose a las seis y media de la mañana y que llegado un momento no le sirvió de nada. Se hizo unos cuantos cursos de la rama de formación profesional de administración y secretariado; y ahora si le noto cierto resquemor; la envida por los honorables triunfadores de su generación. Todo iba bien, incluso peligrosamente genial, me cuenta Belén así como moderna y trascendental, porque tenía un novio y dinerillo, dice ella toda vidriosa de ojos. Otro declive de la felicidad, pienso yo, el dinero y un cani de Málaga. A continuación deriva ella a cosas muy ridículas, pero no le falta razón. Si te fijas, me va contando, todo es una puta mierda y todo está mal, la tele es mentira, y los panfletos de publicidad también. Ves a unos catetos de sesenta y siete años con los dientes y el pelo blanco saliendo contentos de la Caixa, y la gente no sale feliz de los bancos; y luego la coca-cola que todo es de puta madre y le gustan los gordos, y los maricas, y los cojos, pero la vida es otra cosa con otro sentido relevante y trágico, y eso de que en las grandes crisis aflora el talento, bueno eso habría que verlo, que hay mucho iluminado y la gente se mete mucho, me dice ella, toda súper-ordinaria con el dedo índice en la nariz.
Precisamente a las ocho y veinticinco veo llegar a María con las bolsas del H y M, y no tiene otra cosa que hacer que acariciar al pequeño Sidi. Si no estimo mal, serán veinte minutos más en el bulevar con las movidas de Belén y el enano. Yo empiezo a odiar la puta plaza de Fuencarral. Y pensar que ya debería estar pidiendo mi segunda cerveza, no me hace bien. Y me pone nervioso guardar las apariencias.  


14 comentarios:

  1. "Un olivo, un Starbucks, un Lateral, un estudio de tattoos y piercings, una franquicia desangelada de yogures helados; un bulevar para citas y consumo. No sé si parece Nueva York o Albacete. Pero es Madrid, que de acá a un tiempo es también Zamora y Manhattan." Sin palabras. ;)

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    1. Los ojos de Sidi, de Belén, y los míos, a ver donde llego, mientras me divierto. A ver si nos vemos, un besazo

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  2. Toma, qué bueno Javier...
    Lo malo del llegar tarde es que yo lo considero una falta de respeto. De la misma manera te "obliga" a pensar de todo y en todo; te hace tomar más de lo que quieres y deseas. Las esperas yo las suelo cortar con ausencias, salvo que interese mucho. Pero ya lo predices en tu relato, otras "colas" no les importa esperar. Sólo esperan los seres vivos, no los objetos y se adolece que nos tratan como tales cuando eso ocurre.
    Esa plaza anónima donde se estaciona la gente que no pretende puntualidad inglesa alguna, cuando el ocio mitiga las esperas y el ruido y las miradas enloquecen escudriñando a algunos detectives en busca de sus informados.
    Échale un vistazo, la próxima vez, a la esquina baja, al zócalo, de la esquina con Augusto Figueroa, al pequeño dibujo que un día hizo un ingeniero metido a grafitero ocasional.
    Breves saludos.
    Deica d:D´

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    1. Por supuesto, lo miraré; muy bueno eso de: cuando el ocio mitiga las esperas y el ruido y las miradas enloquecen escudriñando a algunos detectives en busca de sus informados.
      Dice mucho
      Abz

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  3. Pincha ese enlace, él te llevará sin moverte del sitio
    Breves saludos :)

    [ http://bdouzaldarrudaceibeilustrados.blogspot.com.es/2012/09/550-km-no-es-tanto-y-hace-buena.html ]

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    1. Qué pena que no todos sean igual de bonitos y sugerentes.

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    2. El Olivo, es la canallada de un ayuntamiento, o de una institución, y el olvido de sus compañeros los olivos que viven bien en la sierra o el olivar, ja

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  4. Sí, tienes razón, tal cual lo cuento fue así como ocurrió.
    Esa pequeña plaza de la que hablas es así, sus esquinas dan para mucho. Por eso cuando te aburras en alguna espera la próxima vez, échale un vistazo a los grafitis y otras curiosidades varias. Sé que lo haces, principalmente a las tribus callejeras, pues es la forma en que alimentas tu imaginación para escribir; da gusto leer tus relatos, cuando son tan cotidianos, tan cercanos, de barrio cosmopolita. Si le pones una ilustración, mejor.

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  5. Ya la he leído, la estoy asimilando; que uno es parco de pensamientos :)
    Breves, amigo.

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