martes, 18 de enero de 2011

Ni en Houston...

A veces algunas señoras se ponen nerviosas por poca cosa. Les brota de las entrañas una sensibilidad elemental, para nada poética. Hace un par días, la portera de un edificio de Chamberí, insultó a un chico porque jugaba con su i-phone y condenaba al infierno a los muñecos de su pantalla, como si uno no pudiera en su existencia electrónica  echar la bronca a sus monigotes digitales, cuando se está jugando la vida en la fase catorce. Ayer, en una parada de autobus,  un señor hizo ademán de reventarle la cara a un joven por los humos de su tabaco rubio. Malditas marquesinas públicas, qué violencia engendran, uno  casi arriesga su vida por permanecer entre sus cristales. Siempre hay alguien desenfundando un revólver debajo de una marquesina de cristal. Deberían prohibirlas. Hace un par de horas, iba en mi moto a 15 km/h y he cruzado un semáforo en amarillo que ha debido iluminarse rojo en el momento que atravesaba el paso de peatones. Al viejo le ha dado tiempo para golpearme con los nudillos en el casco. No ves que está rojo, idiota. He frenado. Tire p´alante y no me toque los huevos, le he dicho acelerando como Valentino Rossi. El tipo llevaba una bolsa de puerros y otra con una especie de verduras gigantes. No me han faltado ganas de hacerle el puré con la rueda delantera. Que Madrid ya no es una película amable de Concha Velasco y Tony Leblanc, ya lo sabemos. Que la ciudad vive encabronada, también.
La gente no da ni la hora, a los chinos de los bazares se les habla como a auténticos tarados mentales, los caballeros españoles empiezan a ser especie en extinción, en los bancos te miran antes los zapatos y el reloj que la cara, los mendigos se están haciendo fascistas -juro que Madrid está plagado de mendigos fachas- , los proxenetas pegan a sus putas en mitad de la calle y los policías locales siguen groseros, perdonavidas y más chulos que Amedo.
Madrid tiene altos niveles de encabronamiento colectivo. Pero no importa, solo se seguirá hablando del Gobierno, del Barça (rezo cada noche para que acabe tan glorioso ciclo), de la crisis y del tabaco. Ahora mucho del tabaco. Yo también quiero dejarlo, más que nada porque me dan ganas de suicidarme cuando no puedo fumar en un restaurante, después de haberme metido entre pecho y espalda cuatro copas de Rioja, dos criollos, un ojo de bife y unas patatas fritas. Abandonar el vicio es difícil, pero abandonar los complejos, la educación deficitaria, los miedos y la mala hostia colectiva, viendo como está el patio de Madrid, parece imposible. Algún día tendrían que hablar los cigarrillos: somos buenos, somos malos, nos gozáis y nos tiráis, somos tóxicos, y te decimos en la caja las putadas que hacemos, pero en la sociedad el cáncer sois vosotros. Y creemos que ni en Houston tenéis tratamiento...  

3 comentarios:

  1. Sigue,sigue con estas estupendas e incisivas crónicas de sociedad. ¡Que columnista nos hemos perdido! Te falta meter algunas palabrotas como hace el Reverte.

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