lunes, 10 de enero de 2011

Mercado de la Carne.-

lolita

No ocurrió una noche cualquiera. Era la noche de reyes, y la nena bailaba en una discoteca de Madrid, Mercado de la Carne, por la calle Arapiles. Ella era un lolita de telecinco, que pensaba que Nabokov era un hermano de Lazarov, Humbert un directivo de la cadena, y la bella Dolores, una ordinaria de ésas del Gran Hermano, y le había pedido a los reyes magos un abuelo que chiscaba los dedos y tenía ipso facto un copa de balón  en la barra. A su vez el abuelo, una especie de Espartaco Santoni de Jerez, de piel oliva y rizo engominado, compraba las lolitas en las fechas especiales, que eran casi todas, pues vivía de rentas y era un profesional de las promesas fútiles, y qué mejor inversión para cuatro telediarios que le quedaban, que fornicio y parranda. En un momento de la noche, cuando sonaba el Conteo Regresivo de Gilberto Santa Rosa , el Santoni y la Dolores se apretaron bien, y ella le llamó Papito. Martita, te adoro, dijo el viejo, algodonoso como un Snoopy de Ortega y Gasset. Al momento, Martita le pidió un vodka con una guarrería isotónica, de ésas que dan taquicardias, y él levantó la mano, casi pidiendo perdón al camarero por pedir esa bebida tan rara y de tan poca clase, él que llevaba toda la noche a gin tonics de Citadelle, sentía la humillación de una bebida de niña. Le molestaba pronunciar esa cosa tan ordinaria: Absolut con Aquarius. Dios, cómo para llevarla mañana a tomar el Martini en Richelieu, debió pensar. Ella lo percibió, y abandonó la barra dejando a Papito con esa porquería, para llegar a la pista y contornear como una streaper del Bagdad. Me cago en la hostia, dijo el caballero tras un largo trago de su elegante bebida. A continuación se dirigió al baño, ignorando a Martita, y yo me fui detrás de él, a ver las últimas reacciones. Quinientos eurazos lleva ya hoy la niña, para que ahora monte el numerito, le dijo a un colega de su quinta, que iba agarrado de una escultural rubia de dieciocho. No nos quieren, pero nos ayudan a vivir, le dijo el otro sin importarle que lo oyera su acompañante.  Entonces caí en la cuenta de que el local estaba lleno de señores y niñas. Busqué a mi amiga H, y tenía un maromo de sesenta y cinco tirándole los trastos. Mi amigo X, de treinta y ocho, dijo que fuéramos a la barra a tomar un copa.
- Aquí hay futuro, en treinta años vuelvo y triunfo - me dijo viendo caer los brillos del whisky.
- Si ZP no te funde la pensión, y vas ahorrando, triunfarás - le dije yo, mientras veía a Martita reconciliarse con el abuelo.
Al momento regresó nuestra amiga H. El tipo le había prometido un viaje al Caribe y una cena en Viridiana. Todo era demasiado grosero, y cómico.

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