viernes, 8 de abril de 2011

No le Deseo Bien a la Vieja....-




La capacidad de resistencia del hombre puede ser mucho más dilatada de lo que podamos imaginar. La raza humana ha padecido guerras, penurias, caracteres modelados por el diablo, muertes cercanas y tragedias de toda índole, pero ante los espantos de guardar cola en un mercado o en un organismo público, la gente se minimiza y pierde valor, la gente adquiere una condición amarillenta y desvaída, la gente en la cola es mucho más fea que en una taberna. En la del INEM, sobran comentarios. En la del mercado, diría que sobra indecisión (por no empezar el post con desmedida crueldad).
Estás guardando tu vez ante una ventanilla de burocracia y trámites (como casi todas las ventanillas), y empiezas a notar que el de atrás te está tocando, tienes su aliento en el cuello, ese exhalación asquerosa del estómago vacío, porque ha contemplado entre expiraciones podridas un metro de distancia entre tú y tu precedente. Avanzas ese paso y tu referencia en la cola te mira con ganas de matarte, despacito, al estilo triturador de presa humana, en fases, porque le has rozado el pantalón (mejor no decir cómo y con qué). En un momento de avance de aquella recua de malcarados aparece un colega del que va detrás tuya para hacer gananciales con él, y saltarse de golpe a cuarenta y dos personas. Y emerge en la escena esa frase mitológica de toda cola: ése sa colao, que morro, a la cola como tol mundo. Y nunca pasa nada, salvo los bufidos de cuatro o cinco que empiezan a dar vergüenza ajena. Los berrinches del forastero por lo general, me atizan una gran golpe de grima, quizás porque soy el típico panoli autista en mitad de una cola.
Y luego, de vez en cuando la pregunta legendaria de todas las colas del universo español: ¿Quién es el último? Y eso a veces tiene una dificultad de alcance, porque los tres o cuatro últimos a menudo están en paralelo. Y entonces llegará aquel tipo con cara de circunstancias, pero de aspecto diligente, un hombre seguro que no está para perder tiempo entre el colectivo de la chusma, y habla con tres o cuatro representantes de la cola, elegidos por él, aleatoriamente. Me permite, es una consulta rápida. Y ahí lo tienes, triunfando entre aquel desmadre de morralla aguantando el tirón, haciendo sonreír a aquella chupatintas grosera con cara y oscilaciones de cangrejo de río. Y la peña más amarilla, más pálida, casi lagrimeando en mitad del tedio que supone una cola.
O también los mercados. El mundo del dilema y la vieja vacilante, sí, esa señora que interrumpe los esfuerzos de la frutera, y tiene el modus operandi a traición.¿ Niña, a cuánto están las peras, de dónde vienen, son de agua? Y la frutera, mirando a la balanza y la balanza mirándola a ella. Y  la vieja aún no ha obtenido respuesta, y pregunta por el brocolí, y la lechuga gallega, y las acelgas, y niña, esos tomates del otro día no sabían a ná. Una cosa: no estarán ácidas las fresas? Y en ese momento, cuando la vieja todavía no ha seleccionado nada, miro las cosas de matar de la carnicería de al lado, y miro otra vez a la vieja, y me acuerdo de Dostoievski, y miro al matarife, y de repente me viene a la mente Raskolnikov ,y surge de no sé donde la colega de barrio de la vieja, y le dice: Mari quédate aquí conmigo que te doy yo la vez. Y vuelvo a mirar al matarife. Y la disección de una vaca. No le deseo bien a la vieja en este momento de la vida en el mercado. No la quiero bien. No sé, mejor me voy. 




5 comentarios:

  1. Puto estrés. Es que las señoras que se cuelan tienen mucha prisa por volver a casa a no hacer nada.

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  2. Llegados a este punto, creo que hay que liarse a hachazos. Le voy a hacer una letra punky al Raskolnikof, la culpa será tuya y de la caló,
    besos

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  3. Ya Cris.
    Jeza, quiero esa letra de Raskolnikov ya.
    Bss

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  4. En España, como en Portugal.. :-)
    Me gusta como escribes, sigo encantada en leerte...

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