sábado, 4 de febrero de 2012

Así Son Las Cosas.-



Así son las cosas y así se las hemos contado, decía un periodista millonario, Sáenz de Buruaga. Yo creo en la evidencia de que las cosas casi siempre eran y son discrepantes de como las contaban y las cuentan en la tele, valgan los paradigmas de Herman Terchst y Urdaci. Siempre que oía esas palabras de Buruaga me acordaba del tío Charlie, que era muy de no hay vuelta de hoja, las cosas son así y así se escribe la vida. Toda una ideología y metafísica de vida hasta las nefastas y últimas consecuencias del malditismo. Imaginen a un doctor mirando el rostro agrietado al estilo Belmondo de mi tío Charlie, porque él era el doble ibérico de Jean Paul, contándoselo así de clarito: así son las cosas, y así se las tengo que contar, tiene usted cáncer. Sobra la catalogación del carcinoma y conviene aclarar que el tío Charlie se fue a buscar las tablas un par de meses después. Pero bien, me acuerdo de él porque era un profesional, y así les tengo que contar, sin vuelta de hoja, un profesional de la noche. Luego estaba el abuelo, que con esa visión protectora, paternalista, y alevosamente machista, decía que al tío Charlie las mujeres le habían dado muchos problemas. A mí con  dieciséis me daba la risa ante tal aseveración octogenaria porque era manifiesto que el abuelo no tenía ni puta idea, y que era justo la evidencia adversaria a aquella creencia la única realidad. El tío Charlie le daba mucha amargura a las mujeres, sobretodo porque cambiaba mucho de novia y era una especie de marinero de tierra. Y después, todo eso: un príncipe canalla, encantador, e irresistible, tal como le avalaba mi amiga Carolina, que fantaseaba mucho con el tío Charlie, veinte años mayor que aquella ninfa bronceada y sureña.
Un día, el tío Charlie me llevó a ligar a una discoteca. Fuimos al Pachá y no ligamos nada. Yo creo que llegamos al Pachá por inercia, por una especie de impulso de faldero, quiero decir, llegamos al Pachá, de la misma manera que los salmones migran al mar, para desovarse, alimentarse y crecer, que eran exactamente las mismas razones por las que el tío iba a las discotecas, salvo que aquella noche esa acción migratoria no tenía mucho sentido. A mí por unos momentos se me cayó el mito. Como tenía la prebenda de su perseverancia en el mundo de la noche, nos colocaron en un reservado y nos pusieron una botella de Johnnie Walker y una cubitera. Que le aproveche Carlos, dijo un camarero. Y nos pusimos a mirar la pista sin hablar, muy reflexivos, diría que tristes, como si aquélla fuera la táctica de los colonizadores de la noche, algo que no alcanzaba a entender, porque no veía yo mucho la vida del explorador nocturno y el triunfo en esta dinámica funeralista. Pero aquello duró poco porque a mi tío le empezó a doler o  molestar, o qué sé yo, ese pop naif que hacían Alex y Cristina. Cuando crees que me ves, cruzo la pared, hago chas y aparezco a tu lado, quieres ir tras de mí, pobrecito de ti, no me puedes atrapar.
Atrapado, pero en la enfermedad estaba el gran Charlie. Estuvimos en la playa hasta que el este empezó a sangrar y se hizo de día. Así eran las cosas y así me las contó, con mucha más veracidad que Buruaga. Todavía tuvo tiempo de recordarme alguna sirena de su historial (tal como él lo hablo, aquel día todas eran sirenas o ninfas). Después nos quedamos dormidos, y él, en dos semanas ya no estaba.

2 comentarios:

  1. Yo es que soy de las que prefieren que se endulce un poco la vida...

    Así de débil soy

    Besicos

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