miércoles, 3 de abril de 2013

London Calling (19).-



Es julio de 2013 y Matusalén Santander y yo tomamos un café asqueroso frente a un camarero calvo y triste que nos coloca abúlico y frívolo un vaso de plástico con un aguachirri de cafeína y agua caliente. Uno ochenta viene a valer esta basura diarreica, que también es apática, insensible y trágica en el universo de los cafés.  Encontrar esta mierda en el centro de Madrid debe ser complicado pero estamos en la terminal dos del aeropuerto y nos vamos a Londres. Claro que eso es un pretexto para la felicidad,  un motivo manifiesto para sonreír, y qué carajo, reímos, sin estruendo pero lo hacemos, sutilmente, como Robert de Niro cuando era el cura de Sleepers, y nos pimplamos ese café como si fuera un colombiano en el Ritz. Por puro descuido electrónico vamos en asientos separados. Mejor. 

Mi compañero súbito no se si es un negro de los que venden la Farola o es un negro millonario que vende y fabrica dinero. Ocurre cuando un negro estilo zulú de Sudáfrica se pone una sudadera y un pantalón de chandal; o el glamour se fue de vacaciones o le está esperando in a lovely corner of Chelsea. Es verdad que huele a Prada o a un perfume extremadamente caro y es verdad que ha sacado el Financial Times de la funda de un Mac y no ha visto La Farola en toda su existencia entre KwaZulu y Londres, pero tardo tres minutos en darme cuenta.  
El avión parece un Audi gigante, maravilloso cuando rueda; incluso me motivaría bastante el hecho de que el viaje fuera en linea recta a 800 kilómetros por hora en una pista que atravesara Francia, y un nuevo eurotunel para aviones en el canal de la Mancha; pero están hechos para despegar, y no me cago de miedo pero no es mi hobby sobrevolar los cielos en un Airbus 340 con 15.000 kilos de carne humana.
El baile de las maletas es como una danza de muertos, y reconocer el cadáver resucitado de la tuya es una de las experiencias más bonitas de todas nuestras andanzas con las cosas materiales. Nuestras maletas se demoran, tardan nuestras chicas, esos retazos de vida utilitaria y tangible, y por unos instantes me avergüenzo de mí mismo, es decir que me veo como el típico gilipollas suspicaz, ávido de encontrar el mejor sitio en el autobús, en la cola del embarque, en el vagón del metro, y estoy en la boca de entrada de las maletas como un paleto de Trebujena a la expectativa de una salida airosa a la cinta. Hola querida; te adoro; es una Samsonite Azul que me regaló mamá, con ruedas y de plástico policarbonado. Te tomo con mucha ilusión, o como si me entregaran a mi hermana muerta para darle buen reposo. Es bonito recuperar una maleta. Me despego del tipo ansioso. Buscamos toda la señalización underground en el aeropuerto de Heathrow
Nos hemos alquilado un apartamento en Harrow Weald por 1.200 libras la semana. Conozco este área de mi primera época universitaria, cuando me dediqué a cuidar a cuatro mocosos paquistaníes y aguantar a una madre neurótica. Fruit Only For The Boys, me dejó escrito en la pizarra de la cocina. Supongo que robé una manzana y un plátano y se decidió a escribir esa tosca humillación, porque hay que tener muy, muy poca clase para escribir en una cocina a tiza fosforescente Fruit Only For The Boys. Un poco  de cariño, joder, estoy en tu puta casa de cartón y moqueta aguantando a los delincuentes de tus hijos, trabajando para unos paletos y sabiendo que nunca, jamás, nunca, jamás, nunca, he comido ni volveré a comer esa basura que me dabais de cena a las seis y media de la tarde. Aunque tú no distinguirías fabes de beans, porqué coméis tan mal. 
La zona es muy verde; hay parques, ardillas y bucólicos cementerios de mármol y musgo; y tiene una magnífica comunicación con Baker Street. Nos entrega las llaves del apartamento un hindú con la camiseta del Arsenal. Dinero, fútbol, prisas, es su conversación de diez segundos. Le damos la pasta y nos acomodamos. Miro por la ventana de mi habitación  y me viene una de esas ridículas afectaciones acerca de que la vida es bella; la vida es maravillosa con un tercio de Heinekeen, viendo a las criaturas británicas jugar en el parque con una pelota y las ardillas comiendo cacahuetes. Quizá en otro lugar que llaman África hay otros niños muriéndose de hambre, escuálidos y con moscas en la boca, pero eso nos pilla a contrasentido, muy lejos; son incongruencias a nuestras vidas europeas; lo que realmente nos molesta es que los hombres maten a sus mujeres y que un psicópata nazi se de un festín de muerte y sangre en Noruega. Esos son nuestros problemas, y el puto paro, y los desahucios, no unos negritos sin infancia.
Entonces es el momento en el que Matusalén Santander se quita su cazadora negra de motero y me dice algo parecido a: mira tío, la realidad es una cosa muy rara, y nadie merece sufrir pero todos lo acaban haciendo porque la vida acaba como el culo; ah, y otra cosa, la miseria viene de la riqueza, son coordenadas, coño. 
Frivolity Calling; empezamos. 





3 comentarios:

  1. jajajaja me partooo!!! Fruit only for the boys jajaja como diría mi abuelo vete a freír puñetas :O)

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    1. Es una de las pocas verdades del post, te puedo jurar que una pakistaní me escribió eso en la cocina, y yo me dediqué a escribir los nombres de sus hijos en los botes de beans, en las chocolatinas y en toda su deprimente gastronomía, si se puede llamar así, bsz

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  2. jajajajaaj :O) hiciste muy bien!!!

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