viernes, 26 de abril de 2013

Andar Siempre Adelante (22).-

Las fórmulas y las casualidades de la muerte, nada más y nada menos. Dejo que Alicia y Matusalén hablen la futilidad de los bienes terrenales cuando se ve cercana la muerte, y como me va de mierda esa conversación, me aparto a la cristalera del Red Lion y pienso en algo parecido; la edad, el futuro acaba como el culo y todo eso. Como quien dice, hasta hace dos o tres semanas, es decir a mis dieciocho o por ahí, pensaba que todo aquel que no se suicidaba antes de cumplir los treinta y ocho seguía vivo por pura inercia y un acojone total respecto a la muerte, y ahora superada esa barrera por un par de meses, con notables erecciones, algunos afectos y cierta vida lúdico-cultural le veo cierta chispa a dejarme arrastrar por la corriente, aunque a veces me tenga que esforzar por seguir vivo; dependiendo del día, a veces me ha resultado gratificante no mear con una sonda, no conducir una silla de ruedas y ver, hostias, ver cada una de las cosas de la vida, aunque sea una paloma cagando, sentir gratitud por cada instante de mi estúpida e insignificante vida, como nos dijo una vez Kevin Spacey. Entonces será la futilidad de los bienes terrenales, la salud y todo eso. Los tres venimos a abordar la misma cuestión, y tampoco hay que tener el ingenio muy en órbita para saber que el último tercio vendrá con declive físico y hospitales, y ese eterno miedo a caerse de la vejez, a caerse en casa y a caerse delante de la gente; a caerse. Disculpe querida lectora si usted es joven, bella, violentable y piensa que no se va a morir nunca, porque tiene toda  la razón, usted no se va a morir nunca, pero excúseme de haberle narrado yo de la vejez y la enfermedad, que usted está para los asuntos realmente importantes de la vida, correr por el campo, reír, tomar copas y ser follada con consentimiento por algún amigo. Yo imploro por la frivolidad ante tanto dolor.
Vemos el sol de las cinco de la tarde y salimos del pub. Matusalén decide ir a comprar cervezas a la tienda de los paquistaníes y aparece con tres tercios de Carlsberg; las bebemos en un parque como los chavales del instituto. Ni siquiera Alicia, residente en la city, ha caído en la cuenta de la prohibición del alcohol en la calle, quizá nos hemos visto arrastrados por unos bohemios ingleses con cierta onda de eruditos de cualquier arte estéril, barbudos leñadores, viejos prematuros, burgueses ociosos, cualquier cosa, y nos hemos doblegado a esa idea fantástica de beber cualquier cosa alcohólica en un parque con el sol infiltrado y destilando cálidos brillos entre las ramas de un abedul de veinte metros. Alicia y Matusalén se llevan tan bien que se han mirado fatal al principio, es el feedback del rechazo, de reconocerse en la identidad del oponente, que a medio plazo tiene buenos resultados y los primeros cinco minutos son un estímulo de defensa, cuando dos vienen a ser una entidad similar. Fue algo que me vino a decir un día, con otras palabras, Belén de Hortaleza. 
Vivir en Londres está bien si consigues un número de la seguridad social, hablas bien inglés y no eres demasiado enfermo de morriña, es una ciudad de línea cero, starting point, habla Alicia. No has descubierto América Alice, dice Matusalén en grado de confianza.
Brindamos en silencio, observando un tobogán y un columpio, que escenifica un pequeño babel de niños de todos los colores hablando unos con otros en mitad de un auténtico guirigay de vocablos y salivazos anglosajones. A Matusalén le acude la categórica nostalgia del hijo muerto, y es hora de marcharse; del parque doloroso.
Caminamos entre manadas de gente, y al pasar entre dos coches, no puedo evitar tropezarme con una chica que se acaba de bajar los pantalones y las bragas, y está meando con el culo absolutamente en pompa; no he podido esquivar que salpicara  en mis Adidas aproximadamente media pinta de cerveza porque le
fluye el líquido al modo torrente vaginal. Al lado, los amigos de la chica, unos hooligans del Arsenal se ríen como hienas irreverentes, esa sonrisa que tiene ciertos filamentos afeminados y malévolos, esa sonrisa que duele más por insalubre que por motivos, porque es desagradable hasta la náusea y es la misma del dickensiano Fagin, y cuando íbamos a pasar de largo, a Matusalén no le han gustado las razones de la risa o el modo, o qué sé yo, y ha venido a exhibirse la violencia en grado intermedio de su brazo derecho. Ha sido un swing, aunque sin afán noqueador, suave, una especie de crochet largo con buena técnica en el giro de puño para conseguir que el impacto recaiga sobre los nudillos, y el tipo no ha caído al barro. El problema es que a continuación no hemos podido correr, y hemos recibido nosotros todo tipo de patadas, y variada clase de golpes rectos, curvos, ascendentes, verticales y mixtos, hostias a mansalva; por tanto recuerdo poco de una importante somanta de palos salvo que eran una extraña clase de skin-heads paquistaníes, porque en esta vida hay de todo, y también la salvaguardia de que han decidido perdonarnos la vida, precisamente mientras un sonido gutural decía algo parecido a kill them.

Matusalén dio primero. La primera causa es su propia tragedia, la segunda no tiene más que ver con la primera y es la circunstancia de que el mundo importa poco cuando se muere un hijo. Poco más, y ya es mucho. Estamos contusionados; conseguimos salir andando a duras penas, pero andando. El único deber del hombre es andar siempre adelante; pues ahí, gracias Carlyle. 









2 comentarios:

  1. Yo empiezo a pensar el la vejez a mis 33. Antes me daba igual envejecer porque no eres consciente solo piensas en divertirte pero ahora.... Uffff acojona :O) Una frase que escuche el otro día. El pasado es un fantasma el futuro es un sueño lo único que importa es el presente. Solo tenemos una oportunidad y hay que aprovecharla. La felicidad es un estado mental. :O) Buen fin de semana

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