jueves, 6 de septiembre de 2012

La Moda y la Justicia.-

De acá a un tiempo que ronda unos once años, he oído mucho y he leído algo sobre moda. Lo primero, una buena publicidad o un buen padrino, buenos contactos, unos cuantos millones de dólares y Anna Wintour decide el estrellato, sin más. Claro por aquello de que no se muerde la mano que te da de comer, y lo que nos contó Voltaire: Quienes creen que el dinero lo hace todo, terminan haciendo todo por dinero. Exactly.
Por tanto no esperen ustedes una columna crítica contra aquel diseñador que ha pagado doble página de publicidad, y en caso contrario sería aquéllo de que los tiempos están cambiando. Pero no, entre el tumulto de ninfas y pibones del siglo XXI (por muy cadavéricas que las vean y muy de la Inglaterra de Jack el Destripador) y los egos del diseñador, porque un diseñador sin ego es como Tous sin su oso ñoño-amoroso y Farruquito sin los farrucos, la moda sigue sin justicia, nadie se tira al barro, más que a por el débil, es decir, valgan los paradigmas de que Gucci, Dolce Gabanna, Yves Saint-Laurent son intocables. Aquello de Chesterton: un cartelón de propaganda es un rico que mendiga.
Más o menos que sigue siendo más fácil aplaudir a Dior y Armani sobre Jason Wu o Gaultier. ¿Equidad? Pues no hay más pañuelo que establezca la meta, que el de Hermés, que ya sabemos que la franqueza y la crítica veraz no trabajan en la moda.
Quiero decir, no esa crítica vengativa, sino la crítica de verdad, la analítica, la tortuosa, la que jode y divierte. Criticar por criticar es una azote de ridículos, alabar por alabar, más de lo mismo. Pues ya. 

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