jueves, 5 de abril de 2012

C'est la vie (Batalla y Parques)



Hoy me he levantado temprano, feliz, a las ocho de la mañana, con una erección involuntaria y  una felicidad instintiva. Incluso he visto una paloma en el balcón y por un intervalo de tres segundos he pensado que era Dios dándome los buenos días, pero aquella alegoría (o bien parábola sobrehumana) se ha desvanecido cuando aquella rata con alas ha plantado el primer pino de la mañana, me ha mirado con despecho y ha volado a la juerga de las palomas al pie de un container de reciclaje orgánico. A continuación me he duchado, he tomado un desayuno al estilo familia protestante americana con tostadas, mermelada de naranja amarga y zumo de pomelo, y me he pirao a la calle, como si fuera yo el patrono de la ciudad e hiciera las verificaciones de que todo estaba en regla; y por un día no he pensado en reclamaciones burocráticas, es decir no he deseado volverme a la cama o morirme hasta el fin de semana. He pensado que la felicidad era esto, esa cosa que viaja de incógnito y no advertimos, salvo cuando un buen día la colonizas y te la quedas por unas horas, con consciencia.
No sé, hay días que salen de puta pena y hay días que lo mejor es morirse; y hay días que parece que venimos del gabinete de Rojas Marcos, o que Punset ha sido absorbido por nuestras entrañas. 
Me he sentado en la yerba de un parque y he visto a los patos del estanque, que viven como dios, y estaban los viejos matando el tiempo y los niños combatiendo la desgana, es decir ese déficit de interés por la vida cuando no hay un juego electrónico de por medio. Había un músico tocando el violín, un virtuoso del copón tipo Niccolò Paganini, o más, y un caballero español vestido de Marcial Lalanda  en  sepia ha dicho que tenía un oído absoluto, una entonación perfecta y una técnica de arco sumamente expresiva. Una señora que se parecía a Miss Daisy le ha dado un billete de 200 euros (al músico), y le ha dicho que movería todos sus contactos para que a principios de mayo esté tocando en la Opera National de Paris. Al distinguido hidalgo del Retiro se le ha caído la cartera, y alrededor de diez chavales se han despistado del mundo ánade y han luchado por ella con el propósito de devolvérsela. Como gratificación ha habido un generoso racionamiento de cigarrilos de chocolate, sugus y una fauna selvática de gominolas. A continuación ha pasado una banda de niños sub-saharianos disfrazados de niños de la Moraleja que seguían a Esperanza Aguirre disfrazada de Mary Poppins, e iban cantando SupercalifragilisticoEspialidoso. Ha habido una pequeña tregua porque se han cruzado con Trinidad Jimenez y Zerolo, y Espe los ha abrazado con una devoción tan amorosa que parecían todos fundidos en un algodón rosa de feria. El problema  no era que la felicidad y los abrazos estuvieran siendo gratis en la mañana de Madrid, sino que todo era verdadero, y uno sospecha que siempre hay alguien librando una batalla para combatir la felicidad real. Y por un momento me ha invadido cierta preocupación. A continuación juraría que era Kiko Rivera el tipo que iba con un ejemplar de la edición francesa de Eugénie Grandet. Se quitó las gafas al modo Aznar, y me habló parecido: mire usted, desde que me desintoxiqué de la tele y conocí a Balzac, mi vida es otra, tengo eso que llaman realización. También había putas que parecían secretarias internacionales, con maletín, contratos, seguridad social, gafas de pasta y dientes blancos.
Era un parque, no un puto parque de esos donde los viejos agotan la vida, combaten la nostalgia y se hacen expertos en misantropía. Un parque de Madrid, un nirvana de la realización personal, como había sugerido Rivera. El elíseo de los mitólogos griegos, qué sé yo.
A continuación la naranja amarga me ha empezado a dar acidez y el mundo se ha desvanecido. Ha vuelto el caos: dos niños se daban de leches por un i-phone, el caballero español se quitaba el cinturón para darles un correctivo, el violinista desafinaba como si tocara con un serrucho, los patos se han vuelto espíricos porque Kiko Rivera les ha tirado palomitas con cloroformo, los niños han atacado como aliens satánicos a los políticos, y he tratado de empezar el puto lunes metido en la ducha y tomando un café Nespresso. A partir de ahí, la batalla está por llegar. Los Eurythmics; me siento confundido.

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