lunes, 16 de enero de 2012

El Dinero y la Idiotez Política.-


Dice la gente por ahí que no hay un duro, hasta tal punto que entra un acojone de esos punzantes y ulcerosos, qué putada, si un ayuntamiento te pide un presupuesto, cuando todo el mundo sabe que esas corporaciones horteras que son los ayuntamientos pagan tarde y mal, o directamente no pagan. Tarragona, Alcorcón, Marbella, Murcia, Madrid, la hostia deficitaria. Entonces uno se acuerda de la edad de oro del pop español, de las gaviotas y las rosas farsantes, de la política, y de aquellos hechiceros del consumo idiota que venían a ser los políticos. Seguro que lo recuerdan: estúpidos pins, mecheros-linterna, maletines de plástico duro, cuadernos horribles, bolígrafos gigantes, moldes de escayola, carpetas de logotipos, libros absurdos. Ya lo decía mi padre, que hasta hace muy poco era funcionario de ministerio: no saben en que coño gastar el dinero. Porque a él siempre le andaban dando chorradas cuando iba a congresos y conferencias y parecía mi casa a la vuelta, un puesto de feria, digamos, entre tanta menudencia. También, en la era radiante se puso de moda el champán, el volován de bechamel y gambas, la quiché lorraine que los concejales comían a dos manos, el hojaldre de puerros, morcilla y ciruelas, las colas de langosta americana al brandy y el jabugo que los concejales comían a cuatro manos. No eran ni de coña Fitzgerald y Zelda en la costa azul bebiendo ginebra y comiendo confit y escargots, pero la escena podía ser pintona y tener el color de la bonanza, considerando que la bonanza  tal vez fuera una pigmentación que a día de hoy se decoloró. 
Entonces los políticos entendían mucho de vino y de comida delic, e iban de cocinillas en la última página del periódico, de epicúreos de la vida y de sibaritas de los hoteles boutique, y de los hoteles horteras bañados de gualdo y mármol, porque los políticos no han tenido el gusto definido en su  puta vida. Yo con mis propios ojos he visto a un concejal estudiando la carta de vinos en ese acto tácito de finura que conlleva el cargo, con mucha consideración y mucha importancia, infalible y concentrado como si aquella carta fuera el plan de urbanismo, o mejor, con mayor diligencia.
En fin, a ver si son ustedes capaces de atinar qué montante daría si hubiera una recolecta de todos los gastos consecuencia de coches alemanes con extras insólitos para los concejales de Dos Hermanas, digamos, de ágapes voluptuosos de colesterol y marisco, de la edición de libros estúpidos, de viajes al caribe, cocaína y gin-tonics, de mecheros y bolígrafos, de exuberantes dietas, de tejemanejes inverosímiles, de estudios sociológicos de investigación cutre y obligada conforme a unos fondos europeos, que han servido para nada. Y tantas otras cosas. Ya lo había dicho aquel estadista francés, Périgord. Nadie puede sospechar cuántas idioteces políticas se han evitado gracias a la falta de dinero. Y tenía tanta razón.

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