viernes, 9 de marzo de 2012

Las Diosas.-





Las Diosas eran unas canis del copón, bellas por gracia de la naturaleza, eróticas y voluptuosas ellas con sus transparencias, sus chucherías y sus carnes al viento del Atlántico de Astaroth, vestidas a la última moda de la venta ambulante, cuando no había tantos hits del Blanco, Zara, etc, y los gitanos marcaban la tendencia que previamente les rubricaban los gitanos de París. Era aquella época en la que Choni´s Island tenía sus buenos recursos, y yo tenía mis inquietudes por su universo (como Bigas Luna). Es decir, más o menos cuando Penélope era aquella cani de Jamón Jamón, no existía ese espacio gore de pornografía social de la Cuatro llamado Hermano Mayor y había ninfas en los barrios marineros que olían a puchero y a chicle.
En aquella época parecía que el tiempo nunca iba a pasar por las Diosas, que iban a quedar exentas de atropellos físicos y de las tropelías de la naturaleza. Por eso eran Diosas. Y porque dejaban a su paso los aromas de otro mundo, aromas del futuro y la prosperidad, -pensaba yo-, los perfumes de las últimas esencias parisinas, los olores del mundo, los aromas de los limones dulces fundidos con la brisa del mar y los humos del tabaco rubio, y  reían con el desparpajo y la naturalidad de la eterna juventud, es decir como siempre ha reído la grandiosa Sofía Loren. Y bailaban  sus largas melenas al viento. Y se palpaba en la escena que el desfile de las diosas embrutecía a los soldados, a los estudiantes, a los viejos marineros y a algún mozo de restaurante con pajarita y brillantina en el pelo. 
A mí, el embrutecimiento colectivo me daba ganas de vivir y de prosperar en la vida para algún día ser el novio de una Diosa y comprarle un par de bagatelas de cobre, pero mientras tanto vivía los delirios  de una diosa de labios rojos que guardaba en el rígido bolso de imitación Chanel sus tesoros de azófar, su pañuelo de seda falso de Hermes y sus pinturas de batalla. Porque ellas no se iban conmigo a las dunas, ni a la antigua estación de ferrocarril, que era donde iban las muchachas gloriosas, decían por entonces, a bajarse las bragas a cambio de no sé qué de los poderosos, los dioses con algo de dinero para alhajas y chucherías que les gustaban a aquellas sirenitas pseudomaquis del barrio marinero.
Pasados unos años volví a los territorios de las Diosas. No estaban. Había rostros cansados y apagados de mujeres que fueron precoces en todo, precoces como Diosas de aquella puntita del sur, precoces amas de casa que se dejaron tentar por un par de baratijas en los andurriales de la estación y sentían en sus pieles los deterioros del tiempo, y la mala vida que a veces dan los canallas.
Las diosas, resultaron ser efímeras. Se dejaron llevar.

3 comentarios:

  1. Lo canalla es efímero, si no... malo...

    Besicos

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  2. ...Desde el paleolítico, amigo mío, las diosas siempre fueron las mismas. Como la de Willendorf que lo era diosa de grandiosas glándulas; las de hoy no le van a la zaga pues en el sedentarismo de las urbes ellas también lo son, grandiosas en casi todo. Luego, el tiempo las lleva a lúbricas ideas de ninfas fueras de cauces fluviales; en las riberas de sal, en las orillas duras de la realidad mal atemperada. Todo por unas baratijas.
    Fueron hermosas; supongo que la que tuvo, retuvo.
    Mola ellas, molan tus palabras…
    Breves saú2.

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