lunes, 5 de diciembre de 2011

La Bardemcilla, el Esfuerzo y la Obesidad Mórbida.-

Hace muchos años, cuando Javier Bardem era simpático y hacía películas tremendamente buenas y coherentes como Los Lunes al Sol, y Carlos parecía a ratos un narcotraficante, a ratos un cura mexicano, coincidí con ellos en una fiesta en un piso de Plaza de España. Me parecieron buena gente, sobretodo Carlos, con él que me di al whisky con coca-cola y a la literatura y a las muertes ejemplares, su reciente novela, que yo no había leído , ni tenía interés, ni he leído a día de hoy. En otra cosa no, pero en literatura soy muy selectivo, me la juego poco, existiendo John Fante, Bolaño, Dostoievski, Auster (que para mí no está sobrevalorado), José Emilio Pacheco, Gonzalo Hidalgo Bayal, Luis Landero, Dickens, Sabato, Fitzgerald y Allan Poe, valga como paradigma, no hago muchas apuestas. Luego, Carlos dejó de lado su novela y me animó a que fuera a la Bardemcilla. Y fui. Miren, a mí la Bardemcilla me causa cierta repulsión, o mucha, no sé, en primer lugar porque soy rencoroso de los triunfos de los apellidos famosos, en segundo porque esa leyenda de café latino me traslada a Bisbal, Alejandro Sanz y Miami beach, categorías que yo acostumbro a despreciar, y en tercer porque a cinco de diciembre de 2011 no me resultan entrañables ni los destinos ni las resoluciones de la saga Bardem, y no me gusta mucho lo que se come allí, pudiéndolo comer mejor y más barato en la Taberna el Nueve, de la calle Justiniano, por ejemplo. Ah, y otra cosa, no me gusta que los platos se llamen como las películas y que los restaurantes sean como museos lucrativos. Ahora hablaré de gordos.
Segundo desprecio. Me embargó el domingo cierta tristeza, cuando pasé al lado de Casa Labra y vi cuatro o cinco gordos, muy, muy tocinos, pura manteca, con chándal (y ninguno venía del jogging) haciendo cola para comer bacalao rebozado, croquetas y grasa de cerdo. Adoro la palabra gordo y detesto la palabra mórbido, así como el mundo mediático de la gordura. Ni Chenoa está estupenda, ni María Teresa Campos, ni Terelu, ni la Rosa ésa de Operación Triunfo que siempre habla con un mazapán en la boca. Creo que vivimos en una sociedad que compadece mucho al gordo y desprecia mucho al drogadicto, por ejemplo, y no me parece bien. Sentir lástima y alentar a un gordo me parece una injusticia y una putada, primero porque nadie le obliga a ser gordo y segundo, porque no es sano el sedentarismo y la trash food, pero en fin, lo que me irrita y de lo que quiero hablar es de la obesidad mórbida. Sobretodo la demanda de la operación, y el círculo vicioso de la gente que padece esa enfermedad. Más o menos es así: el gordo aún no es berraco pero se cansa con facilidad, y la disminución de la actividad física juega en paralelo con la depresión. Solución: ponerse hasta el culo, compulsión se llama. Se está engendrando un monstruo y hay que reducir el estómago porque la peña está a un tris de buscar las tablas. Reitero: no me malinterpreten; tengo mucho respeto por todas las enfermedades, pero joder, esto me parece un estereotipo de la degradación humana, es decir uno no pasa de 55 a 160 así por así. Muchos kikos, muchos donettes, mucha bollería panrico, mucha mierda, en un mundo donde la fuerza de voluntad y el éxito parecen vivir en extremos opuestos, un mundo donde todo se quiere adquirir a corto plazo, al instante, un mundo donde se disculpa al gordo y el spot de dunkin donuts lo hace un chino anoréxico. ¿Puede haber más falsedad publicitaria? ¿Puede ser más cínico el universo? Me da la impresión de que hay dos tipos de enfermos, los alentadores de gordos, es decir aquellos que estimulan la carnosidad porque la vida son dos días y quieren verlos felices y triperos con un cucurucho de porras, y los mórbidos, que son seres degenerados en  monstruos tremendamente débiles e infelices. Y reincido en el quiz: el mundo sería mejor si el triunfo y el esfuerzo se miraran de vez en cuando a los ojos, y por eso tampoco me gusta la Bardemcilla, por la instrumentalización de una saga que permite mitigar los esfuerzos. Qué le voy a hacer.




3 comentarios:

  1. Como siempre, genial y en la punta del iceberg. Marta, b

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  2. Te entiendo... muchas veces no sabemos el sabor real de los triunfos, sobre todo si ha sido por nuestro apellido...

    Besicos

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