martes, 6 de septiembre de 2011

La Conjura de los Necios.-



Cuando en el mundo aparece un verdadero genio, puede identificársele por este signo: todos los necios conjuran contra él. Jonathan Swift.
Hablar de los muertos siempre ha estado de moda y esa evidencia o axioma de alzarlos a la gloria, una vez expuesto el fiambre ha sido una constante de los tiempos, más o menos desde que Salgari se hiciera un harakiri hasta que Sylvia Plath metiera la cabeza en el horno. Y empezamos a fabricar el mito. Si hablamos de John Kennedy Toole, más de lo mismo, salvo que ni el autor tuvo recorrido novelístico , ni era un niñato pretencioso buscando dolor y cierta reputación post-mortem, en la medida que tuviera una mínima similitud con Ignatius Reilly. Y claro que la tenía. La Conjura de los Necios es una novela cojonuda, curioso que sea una novela de humor, y a veces de carcajada bruta. Y que a la vez sea tan, tan triste. Y a veces de tristeza bestial. A priori, uno no se mata, después de tanta hilaridad, pero en fin, lo dicho, paralelos de mandíbula batiente y lágrimas de puta vida. Pues eso, premio Pulitzer, novela del año en Francia, y un autor que no se coscó y buscó las tablas huérfano de reconocimiento. Aquella Nueva Orleans de los negros, del jazz, de las camareras y la pérfida y la honorable gente a la par que desgraciada, entre decadente, patética, y permítanme la cursilería, amorosa. Aquella plantación de vanidades y petulancias en la vida que uno quiera inventarse. Reilly es el típico hombre que oye voces disonantes a sus anchas espaldas, ese tipo con cara de culpable de degollar corderitas para la carnicería, aquél con hedor en el aliento y aspecto desaliñado,  el señalado que esconde en el abandono una inteligencia suprema, redentor del repugnante mundo que tanto detesta y comerciante de la miseria humana, una especie de Dante sufriendo con la complicidad del sarcasmo el infierno de la vida en una ciudad norteamericana que parece mediterránea. Aquellas tinieblas, ese abismo del contestatario, perfectamente apto para la infelicidad, por otra parte, tremendo ocurrente y sagaz, términos tan ligados al conocimiento de la dura realidad. De la tristeza. Ese cristal demasiado lúcido. Más drama que tragedia, congéneres ganas de reír y llorar, desternillante en el primer caso, de puta pena en el segundo. Una novela envolvente del propio drama de Toole, asfixiado en Missisipi con el tubo de escape de su coche. Y adivinar a Ignatius es penetrar en su autor, conocer sin más, y con letras versales el cosmos de la tragicomedia humana. No desvelo trama argumental, solo expongo una palabra: esencial.








5 comentarios:

  1. La novela es una obra maestra, cierto, de reír y llorar, Marta

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  2. Reconozco que no la he leído... pero está entre los indispensables, a ver cuando me desrelatizo...

    Besicos

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  3. Coincidimos al 200% es un retrato lleno de piedad, amargura, resignación.. efectivamente tiene párrafos desternillantes... pero el regustillo que te deja, es más agrio que dulce, más sabiendo el final que tuvo su autor que con su muerte nos negó nuevos libros como podría haber sido el de la continuación de esta novela, que hasta casi se insinúa al final del libro.


    Gracias por recordármela... algún día le daré un repaso por tu culpa:-)


    Un besito

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  4. Y ...lo peor de todo, su autor, creo que ni la vio publicada ¡¡si es que esta vidaaaaaaaa!!... ... ...

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  5. No la vio María. Fue sus madre, dándole el coñazo a un editor, que no tuvo más que aceptar que era una obra maestra. Bess.

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