sábado, 24 de noviembre de 2012

Esa Cursilería de las Etapas Cumplidas.-

Hubo un tiempo en que sus vidas parecían una serie de la tele. Digamos un mix entre Al Salir de Clase (cuando Pataky se deprimía porque los chicos la veían facilona) y la peli Historias del Kronen. Ya ven ustedes el exceso que les acabo de desatar. Vamos a ver, me refiero a que no hacían el capullo andando borrachos por los andamios de los rascacielos ni le hacían blowjob a la botella de whisky con droga psicodélica ni tampoco eran pijos de esos de urbanización de Madrid Norte, concienciados con el medio ambiente, el suicidio y un máster MBA. Digamos, eran gente en apariencia trivial y simpática. 
Salían de copas, se conocían todas las happy hours de Madrid, inventaron el botellón, suspendían habitualmente dos asignaturas para septiembre, follaban de vez en cuando con condón, estudiaban por la noche y leían novelas de Martín Casariego como Algunas Chicas son como Todas. De vez en cuando veían Al Salir de Clase, sobretodo porque odiaban a Daniel Huarte y sabían que Lucía Jiménez estaba bien buena (entonces no era Elsa, sino Lucía, la más bella de la series de la tele); fueron al cine a ver Historias del Kronen y aunque les causó una leve conmoción tampoco fue una convulsión duradera porque aquel no era su mundo ni les pertenecía; ellos no eran tan hijosdeputa como para robar a mamá para comprar drogas ni escuchaban a los Reincidentes y a Kortatu en aquellas clases de herriko tabernas madrileñas, que eran una mezcla de gentes kale borroka de Carabanchel y pijos rebeledes del barrio de Salamanca. No, su película de cabecera era The Doors y flipaban con Jim Morrison cuando vio morir a los indios navajos en el camino a Nuevo México y se hizo hippie, drogadicto y grande del rock and roll. La película no era su vida, y aceptaban que había una lejana distorsión, pero era quizá esa distancia y esa desavenencia, la que siempre ha hecho que los mitos sean idealizados, una especie de quimera admirable porque nunca nos han gustado en cuestión de heroicidad las cosas de andar por casa, y al fin al cabo cualquiera podía ser Juan Diego Botto  o Maríán Aguilera, pero nadie, nadie, nadie de nuestros mortales sería jamás Jim Morrison, y además, qué carajo,  ellos eran una generación muy mitómana.
A medida que fueron avanzando los estudios universitarios, el bloque de la generación se fue desintegrando y ya apenas quedaban pequeños grupos que se reunían a tomar una cervezas y a rememorar algunas hazañas de los noventa quizá algo convictos y avergonzados, o no, porque a veces las medallas de la juventud eran la infamia, la vergüenza de la vida adulta. O responsable. Siempre he pensado que esas cosas hay que tomarlas con naturalidad, quizá debería decir esa cursilería de etapas cumplidas. Una borrachera infame, una pérdida de papeles, una caída de bruces contra el metre de un restaurante, un gatillazo, una patética cruzada contra el garrafón, o aquella fiesta de bodas de plata de los padres M en la que los cantaores de flamenco se habían quedado sin whisky porque se lo habían bebido los hijos del matrimonio y sus amigos,  etc. 
El día que A fue a la fiesta de cumpleaños de B, hará un par de semanas, en la casa de B había más niños que en Disney World; incluso B había contratado a unos payasos para distraer a los churumbeles. Cuando A le preguntó a B por su vida, B se acarició los cuatro pelos de una incipiente calvicie, le miró con esa supremacía provinciana que tienen los directores de oficina bancaria y le habló de hipotecas, primas de riesgo, colegios bilingües y un poco de Mourinho, y cuando A se aburrió se fue a tomar una copa con los payasos y miró el cotilleo y el desplume, esa crítica fácil y cruel de los padres a los padres que no estaban en el sarao. Por un momento A recordó a B bailando Light my Fire con una copa en la mano, y entre brumas pensó que esta vez los artistas de la noche no se habían quedado sin whisky y que B había sido el cabecilla, el auténtico adalid en aquella expedición por las botellas de whisky en la fiesta de bodas de plata de un matrimonio recientemente divorciado. Y así con todo, etapas cumplidas




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