viernes, 27 de enero de 2012

Historia de una Foto y la Indigencia Ilustrada.-





Otra vez París, la gran ventaja de mi trabajo. Claro, todas las ciudades tienen memoria, y nostalgia, yo no lo niego, pero a mí me desborda el memorial histórico de París, nada más pisar Charles de Gaulle. Cuando una ciudad tiene un pasado glorioso, lo tiene y no hay que darle más vueltas. En cierta forma, no hay metrópoli sin gloria y sin pena, pero el caso es que los antecedentes de París me ponen sobremanera. Por un lado, uno proyecta a Descartes como primer culpable de la Revolución Francesa, aunque ya hubiera buscado las tablas mucho antes del proceso revolucionario contra Luis XVI. Pienso, luego existo, toda una declaración de intenciones. Después Voltaire, Montesquieu, Rousseau, es decir libertad, igualdad, fraternidad, derechos sociales y vainas de la liberté; y estos tipos de flácida palidez, viejos prematuros de tirabuzones, sepan ustedes que son los auténticos fundadores y promotores institucionales de todas las revoluciones sociales que hayan podido presenciar en este inicio del siglo XXI, incluida la Spanish Revolution, aunque no se hayan dado cuenta y no los conozcan. Pero no, no se preocupen, no voy a seguir con Balzac, Dumas, la Generación Perdida, París era una Fiesta, Mayo del 68, la Huelga General, la Liberación de París, María Antonieta y la insolencia de los pasteles y Napoleón. No, yo he venido a contarles la historia de una foto. En primer lugar, les voy a desmentir el tópico, esa cosa tan manida de que en París huele mucho a mantequilla, a croissant y a pasteles sublimes. Sí, pero no. Les quiero decir que también se exhalan ciertos hedores de meada de vino barato. Verán, en París hay muchos indigentes viviendo en la calle. Al lado de mi hotelito en Rue du Taylor (porque en París los hoteles están construidos para el universo enano y pigmeo) hay un pequeño pasaje que viene a desembocar en Republique, donde viven dos franceses de más de cincuenta años, cada uno en una acera del pasadizo. Allí, en el dominio se pueden ver sus pertenencias, los vestigios, los restos del naufragio de una vida, una mesilla de carcoma, mantas roídas, colchones picados, cigarros, cartones de vino, un infiernillo de gas, algunos libros viejos y un recambio de zapatos arcaicos. Son educados, parecen ilustrados y dicen mucho bonjour y bonsoir. A todo dios. Van a avisando a quince metros, te saludan tres veces, y al paso hacen una reverencia muy armoniosa, muy bonita, muy del siglo XIX, como si se despojaran de un bombín que realmente no llevan. Mola. El problema es que lo tienen todo meado, su pequeña demarcación y todo el repecho del empedrado de la calle, que viene a ser su cañería. Y no se respira bien, pongamos nauseabundo, y no huele a mantequilla. Bien, pues uno del Clan de la Indigencia Ilustrada vive al lado de ellos, justo a la izquierda de la marquesina de esta parada de autobús, en Republique. Tiene calefacción. Un radiador soporífero e infernal, es decir, que apoya su cuerpo contra un lateral de una salida de aire caliente del Metro. Yo le vi por la noche, acurrucado contra aquella rejilla de extracción. A la mañana siguiente, cuando disparé la foto, estaba sentado en su pequeña dimensión de París,  con un gato (Murakami lo hubiera flipado) y los mismos excedentes de una existencia que sus colegas del pasaje de Taylor. A su derecha, la vecina guapa de la marquesina, que representa el marketing y la belleza estereotipada del siglo XXI, y más allá, se abre París, con la mantequilla, el champagne, los quesos, las cervezas belgas, los confits de pato, la insatisfacción al estilo Bovary, las lámparas de araña, el pret a porter, Le Marais, Bastille, el Sena, Rue du Rivoli, la estampa turística del Sacré Coeur y Notre Dame, y la bóveda grisácea, el envolvente de aquellos cielos de París, que son la cubierta indefinida de la ciudad de todo lo anterior, y los mendigos educados, y la mantequilla, y los hedores. Y todo eso del chovinismo y el narcisismo de aquella ciudad, que a la Indigencia Ilustrada, la más libre de todas las indigencias del globo, culta y la única y verdadera bohemia, lo viene a tomar con apatía, esa indolencia de mendigo, que a veces me ha parecido a mí la felicidad. Y no lo tengo muy claro, pero les diré que la he fantaseado en la noche. 

miércoles, 18 de enero de 2012

La Segunda Vida del Cojo Recluido.-

Se le apareció para quedarse una especie vírica muy polivalente, y muy poliomielítica, cuando contaba  con unos cinco años, y vino a decirle que ahí le dejaba una poliomielitis pre-paralítica, porque sus papás aparte de muy ricos, eran muy negligentes y no estaban bien informados de la vacunación, y de que existía una enfermedad contagiosa llamada también parálisis infantil, con afecciones al sistema nervioso. Por eso llegó el polivirus. Tan ignorantes que la vieron como mal menor porque aquella polio no había degenerado en parálisis permanente o en muerte por paralización del diafragma. Qué bien. Tenían un hijo  cojo, pero no un hijo muerto o un gran inválido. Por razones inherentes a la riqueza y a la ignorancia, el muchacho dejó de ir al colegio desde los cinco a los dieciocho años, precisamente esa etapa que proyecta el temperamento humano, entre una cama, un salón y un comedor, y fui instruido en ciencias y humanidades por personal a sueldo, a los que recibía nuestro chaval en la cama, como si fuera un príncipe del medievo, o un cojito cabrón que es la derivación principal de dirigir tu pequeño mundo desde una cama isabelina de madera con incrustaciones de nácar. No tardó muchos años el muchacho en aventajar las capacidades intelectuales de sus tutores, dados sus apegos literarios y cinéfilos, principalmente. Ni que decir tiene que también veía cine porno, que le dejaba el hijo del portero del edificio, que ha sido de toda la vida el traficante universal de la infancia y la adolescencia de los videos x, y un negociante, un especulador de la pornografía.
Por un lado se había leído casi todo lo más relevante del siglo de oro, es decir Quevedo, Lope de Vega, Fernando de Rojas y Baltasar Gracián. De Cervantes, la obra comprendida entre La Galatea y Los Trabajos de Persiles y Segismunda, incluida el Quijote, obra de la que hablaba con apenas catorce años como la primera novela polifónica y moderna y un tratado ecuménico del humor. Ahora todo descenderá del Quijote, comentaba con aplomo de adolescente aristocrático, avezado y ridículo. También era apasionado de la novela francesa del XIX: Balzac, Stendahl y Flaubert. Y de la rusa: Dostoiveski y Tolstói. Crearse un universo en un palacete de quinientos metros cuadrados igual puede ser fácil, o igual te vuelve medio gilipollas. Por algún flanco tendrá que saltar esa carencia de vida exterior, por mucha literatura, o mucho cine de sicalipsis de saldo, o del bueno, el de Fellini y Sergio Leone. Cuando se fatigaba de la expansión vitalicia en que se había convertido su vida, viajaba teletransportado por el ocio eventual adonde esporádicamente le viniera en gana, ya fuera un itinerario kafkiano por Praga, o digamos, se daba una vuelta por los inicios mafiosos de Al Capone en Brooklyn. Tenía mucho mundo, a su manera, pero tenía mucho mundo. Pero poca experiencia vital.
Y de repente le llegaron los impresos para una excursión a Londres organizada por la Agrupación de Afectados de Poliomielitis de Chamartín. Y allá se fue nuestro amigo. A la vida real, que de entrada le pareció más previsible y rutinaria que la que había leído en los libros, y la gente hablaba más o menos igual, no había tantos registros como en las novelas, cuando los diálogos eran tubulares de espejos en ángulo y cristales irregulares que emanaban ilimitados registros de exposición oral, como si la vida fueran gentes hablando como Matrix y gentes hablando como la Regenta, y gentes hablando todos las batidas universales de la literatura y el cine. Y resultó que casi todo el mundo hablaba parecido a Paquirrín, del que nuestro hombre no tenía conocimiento, ni puta falta que hacía.
El primer trance no tuvo él que solventarlo, porque los coordinadores del evento se encargaron de todos los trámites de aeropuerto, incluidas las tarjetas de embarque y los accesos guiados a la gate H45. Y por la terminal uno de Barajas se veía caminar a una recua de cojos de distinta índole, siguiendo a un par de rubias gemelas, tipo Dolly Parton con chandal, tullidas las dos de la pierna derecha, que eran las responsables de los destinos del resto de paticojos en Inglaterra. Lo primero que le sorprendió a nuestro hombrecito de dieciocho, es que en Londres hablaran en inglés, algo que en cierta manera preveía, pero no estaba explícitamente preparado para los registros y las afectaciones del inglés británico. A continuación le sorprendió que la ciudad fuera más humana que aquellas razones que le había leído a Dickens, de los mendigos, de las atrocidades sociales, del hollín, los humos, de Oliver Twist y de los niños tiznados vendiendo periódicos, y también le desconcertó que lloviera, acto para el que tampoco estaba explícitamente preparado, y le pidió a una de las Dolly Parton que le acompañara a comprar un paraguas y una muleta con triple taco de goma, porque el prínicipe cojo no valía para desenvolverse en la gran ciudad. También le descolocó sobremanera el cosmopolitismo.
Para agradecer el detalle, le compró sin hablar, en una tienda de souvenirs y globalización, un pequeño Big Ben de escayola, y a Dolly, que era una especie de cojita inflamable, se le pusieron chiribitas los ojos,  y él, que no conocía a las mujeres más que por los vídeos pornográficos, pensó que al llegar al hotel tendría una escena parecida a cualquiera de las trilogías de Ginger Lynn, que era su actriz porno preferida, junto a Jeanna Fine y los dibujos de Hentai. Y pensó que por ahí iban los tiros, por esa variedad de acatamiento y salvajismo que tiene la pornografía. Que Dolly se quitaría su bota ortopédica, como así hizo, y acudiría dando saltitos a desabrocharle la bragueta y a fabricarle una erección con la boca, como no hizo. Se quedaron los dos tumbados encima de la cama, cada uno con una pierna más larga que otra, y él exhaló cierto iconformismo con la literatura, porque ningún autor le había explicado del amor entre seres deformes, con defectos físicos o asimétricos. O sí pero no les había ido bien: a Quasimodo en Notre-Dame de Paris, o a un parapléjico de clase alta sufriendo la desgracia de su mujer follando con un fornido hombre de la clase obrera en Lady Chatterley´s Lover.
A continuación miró a Dolly, que sí tenía la tetas de la Parton y de las diosas de la pornografía americana, pero guardaba mucha indolencia, quizás la pereza de una muchacha guapa y coja sin lengua de anaconda sexual. Y nada existió en la realidad de la vida colérica y sexual de las estrellas del porno que le entregaba en cintas de vhs el hijo del portero. Fue justo cuando decidió con toda la rapidez que le permitió su renquera, vestirse, tomar su muleta de triple taco de goma y caminar como un héroe cojo buscándose la vida de la calle. A ver si se enteraba de qué iba esa película que nunca vio.

P.D. No sé...¿No les da la impresión a veces de que las leyes van a su puta bola, independientes de la realidad? ¿No piensan que muchos dirigentes de nuestros destinos estatales parecen cojos recluidos?

lunes, 16 de enero de 2012

El Dinero y la Idiotez Política.-


Dice la gente por ahí que no hay un duro, hasta tal punto que entra un acojone de esos punzantes y ulcerosos, qué putada, si un ayuntamiento te pide un presupuesto, cuando todo el mundo sabe que esas corporaciones horteras que son los ayuntamientos pagan tarde y mal, o directamente no pagan. Tarragona, Alcorcón, Marbella, Murcia, Madrid, la hostia deficitaria. Entonces uno se acuerda de la edad de oro del pop español, de las gaviotas y las rosas farsantes, de la política, y de aquellos hechiceros del consumo idiota que venían a ser los políticos. Seguro que lo recuerdan: estúpidos pins, mecheros-linterna, maletines de plástico duro, cuadernos horribles, bolígrafos gigantes, moldes de escayola, carpetas de logotipos, libros absurdos. Ya lo decía mi padre, que hasta hace muy poco era funcionario de ministerio: no saben en que coño gastar el dinero. Porque a él siempre le andaban dando chorradas cuando iba a congresos y conferencias y parecía mi casa a la vuelta, un puesto de feria, digamos, entre tanta menudencia. También, en la era radiante se puso de moda el champán, el volován de bechamel y gambas, la quiché lorraine que los concejales comían a dos manos, el hojaldre de puerros, morcilla y ciruelas, las colas de langosta americana al brandy y el jabugo que los concejales comían a cuatro manos. No eran ni de coña Fitzgerald y Zelda en la costa azul bebiendo ginebra y comiendo confit y escargots, pero la escena podía ser pintona y tener el color de la bonanza, considerando que la bonanza  tal vez fuera una pigmentación que a día de hoy se decoloró. 
Entonces los políticos entendían mucho de vino y de comida delic, e iban de cocinillas en la última página del periódico, de epicúreos de la vida y de sibaritas de los hoteles boutique, y de los hoteles horteras bañados de gualdo y mármol, porque los políticos no han tenido el gusto definido en su  puta vida. Yo con mis propios ojos he visto a un concejal estudiando la carta de vinos en ese acto tácito de finura que conlleva el cargo, con mucha consideración y mucha importancia, infalible y concentrado como si aquella carta fuera el plan de urbanismo, o mejor, con mayor diligencia.
En fin, a ver si son ustedes capaces de atinar qué montante daría si hubiera una recolecta de todos los gastos consecuencia de coches alemanes con extras insólitos para los concejales de Dos Hermanas, digamos, de ágapes voluptuosos de colesterol y marisco, de la edición de libros estúpidos, de viajes al caribe, cocaína y gin-tonics, de mecheros y bolígrafos, de exuberantes dietas, de tejemanejes inverosímiles, de estudios sociológicos de investigación cutre y obligada conforme a unos fondos europeos, que han servido para nada. Y tantas otras cosas. Ya lo había dicho aquel estadista francés, Périgord. Nadie puede sospechar cuántas idioteces políticas se han evitado gracias a la falta de dinero. Y tenía tanta razón.

jueves, 12 de enero de 2012

Un Momento de Descanso.-



El ser humano es insondable. Un tipo se va a suicidar y deja en la nevera dos envases con alimento perecedero y otro en conserva, pero abierto a la mitad. El cubo de la basura, otro de los lugares donde rastrear el alma humana, estaba vacío.

Un hijo entrañable con alma de bailarín, de pene astral y cerebro del tipo border line que baila como la mierda, pero apunta maneras para actor porno, una profesora de Missouri que colecciona fotos de glandes de escritores,  siempre tan dados a someterse a la felatio, una negra epiléptica denunciando por racismo al profe de literatura, una escena sexual desternillante en la Biblioteca Nacional, un tipo que se hace escritor gracias a la estimulación magnética de un científico nortemaericano que le desboca la imaginación y la clarividencia sobre los personajes que se va cruzando, una universidad masónica repleta de envidias y suicidios, una profesora de danza contemporánea previendo el asesinato adolescente, un cura de cien años que fuma marihuana. Me siguen flipando los mundos de Antonio Orejudo, aunque parezca en determinadas secuencias que inspire maría y expire ingenio reconcentrado. No, no me parece un escritor español al uso, reincidiendo en la comedia coyuntural del momento; me parece que hace una especie de thrillers bastante culturales, algo trágicos y muy, muy cómicos, y que se lee de un tirón, es decir literatura de pasa-página, pero de la buena, de esa de conciencia de autor, y de principios, y de desenterrar vergüenzas. Como decía Reig, de acertar, de alcanzar la linea de flotación en la dirección equivocada. Y para colmo, fértil literariamente, para quienes les gusten las formas con independencia de las bases argumentales. Y tal como hice con Fabulosas Narraciones por Historias, http://janpath-broadway.blogspot.com/2011/10/novela-buena-de-gente-indigna.html,ahora les recomiendo con toda franqueza, Un Momento de Descanso
Les avanzo un poco. Cifuentes, amigo de batallas y miserias de Orejudo, en España y Estados Unidos, reaparece en la feria del libro de Madrid tras varios lustros de ausencia y mucha vida por contar. La crisis matrimonial, la relación con el hijo bailarín, la demanda por racismo en el sensibilizado mundo yankee, su poca valía como hombre de recursos domésticos, los celos, el desengaño de las letras, las miserias y los experimentos de Nueva York. Ahora, pasado el tiempo, quieren desenmascarar a los farsantes y destapar los complots. La universidad española...no solo es mediocre y corrupta, es también inverosímil ¿Nunca se ha parado a pensar por qué apenas se han escrito novelas de campus en español? Yo se lo voy a decir: porque es imposible escribir una novela de la universidad española, que sea elegante y además verosímil. Y me planto. Ya les aviso, y ya me comentará mi amigo James Ellroy, profesor universitario de culo inquieto, con la identidad que estime, pues eso, Orejudo en plan colonizador de ultrajes e infamias mola todo.

martes, 10 de enero de 2012

Desaparecidos.-



Nadie sabía nada. Ni el cómo y el porqué. Él nunca había amenazado con suicidarse -no era de esos hijos de puta que andan todo el día diciendo que se van a matar-, ni desafiaba con liberarse de la incertidumbre, ni con mandarlo todo al carajo y abandonar la vida que tenía más arraigada, la que compartía con Ana y la del trabajo en la multinacional. Ni siquiera lo había mencionado de manera vaporosa y tabernaria, es decir tomando un whisky en un mal día a una mala hora. Alguien alzó una voz en dirección a las amenazas de muerte, pero era una voz brusca y chismosa, ávida de protagonismo, que buscó los micrófonos de un programa de radio de corte sensacionalista, engreído y de incierta resolución, que hacía una tal Encarna. Habían colocado una foto suya por algunos lugares de la ciudad, por los bares, por algunos ministerios y por algunas tiendas. Donde siempre ponen las fotos de los muertos y de los emigrantes. La foto era triste. Un día ella le hizo aquella foto en el paseo marítimo de San Sebastián y a Daniel se le escapó la mirada hacia el mundo indefinido de los cielos, o hacia el aleteo de la malditas gaviotas; unos ojos que parecían buscar una respuesta en las alturas, como desconfiados de la realidad terrestre, o quizá unos ojos tímidos evitando el objetivo. Tristes. La mirada no desentonaba con las brumas del paisaje, ni con los nubarrones, ni siquiera con la perspectiva observadora y reflexiva de un viejo que aparecía a lo lejos, en una esquina de la imagen. Era el cuadro de una secuencia congruente. Detrás de la cámara estaba Ana, como artífice de aquella escena de divagación o de trascendencia. Triste. Y nadie sabía acerca de las expresiones del rostro de Ana en el instante de la creación de aquella imagen que ahora servía para los carteles de desaparición. Y jamás imaginó Ana que él se iría una semana después del viaje por el País Vasco, y dejaría una nota tan alarmante como inconclusa. Ana, me voy en búsqueda de oxígeno, te quiero, Daniel. Claro que yo pensaba que solo un gran hijo de puta podría escribir una cosa así. Y ella no sabía si aquello tenía que ver con el egoísmo de los deprimidos, con la indiferencia de espíritu del desamor o con la apertura de nuevos mundos aguardando su llegada en otro rincón de la vida. O con todo lo expuesto. Y le pudo de manera inevitable la desesperación y lloró como no lo había hecho desde la infancia. Calmó los sollozos, y retornaron cuando avisó a la policía. Al día siguiente, tras una noche de insomnio y pastillas tranquilizantes empezó a rebuscar entre sus cosas, por si en algún rincón de sus pertenencias hubiera algún indicio, alguna respuesta. Él hablaba poco, y en los últimos meses casi nada. Algo roía por su interior, alguna tragedia se mascaba, que todos desconocíamos, le había dicho ella a la policía. Entonces no se hablaba tanto de la crisis y los desmanes financieros. O sí, no lo recuerdo. Luego apareció un manuscrito: Desciendo como un Dante cualquiera a un infierno inventado para mí, sin ningún Virgilio de compañero al que admirar y tan necesario para compartir el dolor. Desciendo al infierno, y desconozco si encontraré a antiguos amigos y a los maestros de la literatura, y si existirán los nueve círculos de castigo de los condenados, y  el bosque de los suicidas, la travesía del desierto donde llueve fuego y la llanura de hielo de los traidores. Daniel estaba mal. Solo un tarado mental, un alcohólico en la hora lúcida y un depresivo podrían escribir semejante paranoia. Una depresión, le hice saber a Ana, una depresión provocada por el estrés de sus compromisos laborales y una meditación excesiva. Ha pensado demasiado sobre el sentido de la existencia. De la vida. Qué coño sabía yo. Oculté aquello que Ana pensaba y que era una angustia cristalina. Cabía la posibilidad del suicidio. Que se hubiera ido a matar a un acantilado o a ahorcar a un prado desamparado de arrabal. Cabía la posibilidad del suicidio. Y cabía la posibilidad del desamor. Y cabían las dos juntas, y dos los sabíamos, pero ninguno habló ni de una ni de otra. La policía rastreó la ciudad y las inmediaciones, y nada se supo acerca de su destino. Luego llamó otro tipo al periódico y dejó caer que le había visto mendigando por las calles de Barcelona, pero al hombre no le dieron reputación ni credibilidad. Nadie le creyó, salvo los del periódico, como siempre, que lo quieren creer todo para rellenar página. Otro día Ana encontró otro manuscrito, en forma de interrogantes: ¿Dónde quedó la gran rosa del paraíso en la que encontré a Ana, cual si fuera mi Beatrice particular? ¿Dónde quedaron los tiempos en los que ella fue dadora de felicidad? Le había dado por Dante y La Divina Comedia. Le había dado por huir, quién sabe si a la búsqueda de la Beatrice que antes había sido Ana y ahora no era más que un manojo de recuerdos difuminados, y le había dado por sembrar una incertidumbre dolorosa, sin ruido y aparentemente sin furia. Pesaron las noches largas.
Ana recordaba cada rincón de París porque había vivido cada una de las calles de Montmartre. Ana viajaba por todas las ciudades que la situaban en el pasado y eran el trasunto emocional y dinámico de los momentos allí vividos, y entonces buscaba la figura ausente de Daniel, que llevaba un año desaparecido y era un compañero de viaje a veces asentado en la nebulosa de la memoria, y otras veces, recordado con una nitidez hiriente. Y entonces un día le dio por pensar que él llevaba un año haciendo lo mismo que ella y dejó al azar que se encontraran en algún lugar del mundo. Ahora era ella la desaparecida.

jueves, 5 de enero de 2012

The Smiths y los Recuerdos.-



Siempre me han molado The Smiths. Eran tristes aunque sonaban alegres y daban buen rollo. Melancólicos, hondos y chispeantes. Quiero decir, no era música vacua. Para evidencia There is a Light That Never goes Out. O This Charming Man. La Hostia. No sé, es como si sus canciones fueran soleadas pero hablaran de la lluvia, de esa lluvia débil del norte que cae sin querer caer. Será porque yo en los recuerdos veo calabobos, de toda la vida.  Y viajes. The Smiths me recuerdan a los viajes en coche de los noventa, viajes de cristales empapados por carreteras serpeantes, buscando estancias en mitad de la campiña, o estancias al borde del mar. Como cuando aparecíamos para tomar white label con coca-cola en aquel mítico Route 66 del paseo marítimo de Astaroth y veíamos estremecerse al mar de los días oscuros, cuando todavía nos sorprendíamos y hablábamos de cosas, de las realmente importantes, de las profecías, de los libros, de la amistad, de las mujeres, de la familia y del futuro, antes de que nos fuéramos haciendo viejos, y nuestra ideología de vida se fuera transmutando y habláramos las obscenidades de la infelicidad, es decir, la crisis, las hipotecas, los salarios, la corrupción, las empresas, ahora que la gente es dueña de su verdad y no se discute nada, porque en esa franqueza subjetiva se tratan de salvar los culos, y nos hemos hechos posmodernos. Menuda mierda.   
Así recuerdo algún día, cuando el francés se daba la vuelta en el Route 66, tras servir las copas, y nos sorprendía con Reel Around The Fountain, que decía verdades muy bonitas y muy duras, como:
It's time the tale were told .Of how you took a child. And you made him old.  Y luego al caer la noche hicimos lo de siempre, beber en el malecón y sentirnos eternamente jovenes que es el sentimiento universal de la vida y el mejor paradigma de la auténtica felicidad. Ya lo decían The Smiths: Sácame esta noche. Donde haya música y gente. Que sean jóvenes y estén vivos. Una vuelta en tu coche. Nunca quisiera  ir a casa.  There is a Light that Never Goes Out. Pues eso.

domingo, 1 de enero de 2012

Gilipollez Integral.-


Para establecer las desavenencias entre un gilipollas y un tonto, considero, hay que mirarse hacia dentro, y hacer una introspección de la gilipollez, es decir, vernos a nosotros mismos como paso previo a la apreciación externa, porque nosotros también hemos sido gilipollas y tontos bastantes veces en nuestras vidas, lo cual nos proporciona las herramientas para opinar sobre la gilipollez, porque la conocemos de primera mano. En fin, les pongo en escena, si ustedes ven a un poeta con la cara de Mario Vaquerizo disfrazado de Baudelaire o Rimbaud, hablando de versos de vísceras, bilis y demás variantes de la vida sórdida, igual piensan que está por encima del bien y del mal, y por encima de ustedes, y por encima de la mortalidad o cualquier tipo de exterminio humano, o igual han alcanzado a comprender que se trata de un gilipollas presentado su primer libro de poesía en una cafetería de Madrid, o un tipo de esos que uno se imagina follando con un cirio en la mano y una soga al cuello; entonces serían de los míos, al menos en valoración exterior.
Supongo que hay gente que ve admiración donde yo veo a un capullo, o viceversa, pero a mí el noventa y nueve por ciento de la gente que habla dictando sentencia, que culmina frases en latín en plena afectación, y con cierta somnolencia silábica, no sé si pose, psicotrópica o genética, me lleva a la conjetura de la presunta gilipollez. 
De lo que aconteció en relación al discurso, no me pregunten mucho porque no tengo ni puta idea, pero hablaba de poesía, hasta ahí llego. Solo que pude ver muchas caras cordero degollado obra del aburrimiento que fabricaba el colega, que obviamente pensaba que era Arrabal con veinte o la reencarnación de cualquier poeta del malditismo. Aunque fuera un auténtico capullo. Porque no sé si ustedes saben que el gilipollas, y yo no me indulto, nunca sabe que es gilipollas. Veamos, gilipollas no se nace, un gilipollas se va construyendo en un entorno de afines, y por tanto si vives en mitad de la gilipollez, o haces el desmarque del lunático o eres uno de ellos. Luego, están las clases, y no me refiero a las condiciones sociales, sino a los géneros de gilipollez, y dada nuestra complejidad yo me proclamo primer gilipollas cuando he actuado de tal manera, a conciencia, no obstante creo que todavía no he logrado ser un gilipollas universal. No sé si me entienden, hablo de la gilipollez integral, hablo de un poeta afectado y arrogante, pero podría ser el portero de la sala de conciertos El Junco, el administrador de mi finca, o mi vecino el guarro, gilipollas habituales de mi existencia, ese tipo de gente nice to meet me, que no conocen el arrepentimiento, y van por la vida de seguros y divinos totales, de mágicos, de triunfadores, y nos tocan las pelotas con esa felicidad que da hacerse el gilipollas o serlo, como más o menos venía a decir Jardiel Poncela.
Y para culminar, otro de la comparsa, el gilipollas lúbrico. Si la cara es el reflejo del alma, ya me contarán.
Feliz Año.