martes, 30 de abril de 2013

El Hombre Que Susurraba a los Maricones.-


Él los calificaba así, maricones, bujarrones;  yo diré que siempre pronuncio el término gay cuando hablo con la población hetero, y bastante a menudo el término maricón cuando hablo con mis amigos gays. Todo en un reverso consciente y reflexivo. Porque a los maricones les gusta el término maricón en grado de confianza, es decir que en este momento estoy escribiendo para ellos. 
Su asiento estaba a la izquierda de donde íbamos acoplados María y yo, y delante del hombre que susurraba a los maricones estaba la pareja de gays; ahora escribo para ustedes. 
Los gays se lo pasaban bien y se llamaban Borja y Eliseo, que vienen a ser, entiéndame, dos auténticos nombres de maricones; se hacían carantoñas, eran zalameros de alta graduación y se llamaban el uno al otro con esa ordinariez de cari. El hombre de vez en cuando les susurraba un runruneo al modo miren a ver si se pueden comportar que hay niños delante; y una vez que volvió del cuarto de baño con dos gotitas de orina en el pantalón beige de tergal les señaló con un dedo inquisidor y les fiscalizó de nuevo la actitud: vergüenza, vergüenza deben sentir ustedes, qué poco respeto. Lejos del desánimo los gays se exhortaban nuevas excitaciones y entonces sí que se comportaban como auténticos maricones de Trebujena. Les diré que el recuerdo me viene con media sonrisa y mi absoluta tolerancia con las diferentes maneras de amarse y apagarse los fuegos, aunque tenga mis discrepancias por términos como cari o zorrón. 
Cada tanto el señor susurraba y a Borja y Eliseo se les aguijoneaba el vello de los brazos y se estimulaban en mitad de los cielos y esos leves rumores inquisitivos del hombre que susurraba a los maricones.
Entonces el avión estaba volando, pero como el ratio de accidentes en occidente con perdida de aeronave por cada millón de vuelos es de 0,71, lo más frecuente del mundo es que un avión deje de volar una vez que ha aterrizado en perfectas condiciones; es decir que los aviones se paran con la gente viva dentro. 
Fue cuando los susurros se transformaron en gritos.
- Qué hijos de puta, la madre que los parió, todo el viaje metiéndose mano los maricones, joder, qué poco respeto hostias.
Borja y Eliseo ahora sí sintieron cierta humillación y trataron de huir con el rabo entre las piernas; la salida estaba bloqueada y el hombre gritaba; no era fácil. Un niño lloraba gracias al puto loco.
- Me cago en dios, no puedo con los maricones, los fusilaba a estos hijos de puta...
Se oyeron voces discrepantes.
- Qué carajo hemos hecho mal para tener que soportar a este imbécil.
- Que alguien le de la pasitillita al pirado este por favor.
- Algún psiquiatra entre el pasaje, por favor.
Los gays logran hacerse paso entre la abyección, esa bajeza de un paranoico homófobo, y la gente del pasaje. Las azafatas les despiden con cierta disculpa y bastante solidaridad. 
Una vez reconocemos los cadáveres de nuestras maletas nos vamos al hotel. Miren si hay hoteles en Barcelona que el hombre que susurraba a los maricones se va a hospedar en el mismo que nosotros.  El Room Mate Emma, curiosamente futurista y asombrosamente gay. No sé en que estaría pensando Torrente para reservar este alojamiento de la vanguardia galáctica del Eixample. 
Tiene unos amigos; hablan de putas, de copas y de fútbol. Y ríen ad infinitum.
- Jajajajajaja...
Realmente no le interesan las palabras de nadie, salvo como plataforma para engarzar una historia protagonizada por él. ¿Se puede ser más imbécil? Buitre de la palabra, egocéntrico, frío. Deberían sodomizarlo en cualquier antro de Barcelona. 



viernes, 26 de abril de 2013

Andar Siempre Adelante (22).-

Las fórmulas y las casualidades de la muerte, nada más y nada menos. Dejo que Alicia y Matusalén hablen la futilidad de los bienes terrenales cuando se ve cercana la muerte, y como me va de mierda esa conversación, me aparto a la cristalera del Red Lion y pienso en algo parecido; la edad, el futuro acaba como el culo y todo eso. Como quien dice, hasta hace dos o tres semanas, es decir a mis dieciocho o por ahí, pensaba que todo aquel que no se suicidaba antes de cumplir los treinta y ocho seguía vivo por pura inercia y un acojone total respecto a la muerte, y ahora superada esa barrera por un par de meses, con notables erecciones, algunos afectos y cierta vida lúdico-cultural le veo cierta chispa a dejarme arrastrar por la corriente, aunque a veces me tenga que esforzar por seguir vivo; dependiendo del día, a veces me ha resultado gratificante no mear con una sonda, no conducir una silla de ruedas y ver, hostias, ver cada una de las cosas de la vida, aunque sea una paloma cagando, sentir gratitud por cada instante de mi estúpida e insignificante vida, como nos dijo una vez Kevin Spacey. Entonces será la futilidad de los bienes terrenales, la salud y todo eso. Los tres venimos a abordar la misma cuestión, y tampoco hay que tener el ingenio muy en órbita para saber que el último tercio vendrá con declive físico y hospitales, y ese eterno miedo a caerse de la vejez, a caerse en casa y a caerse delante de la gente; a caerse. Disculpe querida lectora si usted es joven, bella, violentable y piensa que no se va a morir nunca, porque tiene toda  la razón, usted no se va a morir nunca, pero excúseme de haberle narrado yo de la vejez y la enfermedad, que usted está para los asuntos realmente importantes de la vida, correr por el campo, reír, tomar copas y ser follada con consentimiento por algún amigo. Yo imploro por la frivolidad ante tanto dolor.
Vemos el sol de las cinco de la tarde y salimos del pub. Matusalén decide ir a comprar cervezas a la tienda de los paquistaníes y aparece con tres tercios de Carlsberg; las bebemos en un parque como los chavales del instituto. Ni siquiera Alicia, residente en la city, ha caído en la cuenta de la prohibición del alcohol en la calle, quizá nos hemos visto arrastrados por unos bohemios ingleses con cierta onda de eruditos de cualquier arte estéril, barbudos leñadores, viejos prematuros, burgueses ociosos, cualquier cosa, y nos hemos doblegado a esa idea fantástica de beber cualquier cosa alcohólica en un parque con el sol infiltrado y destilando cálidos brillos entre las ramas de un abedul de veinte metros. Alicia y Matusalén se llevan tan bien que se han mirado fatal al principio, es el feedback del rechazo, de reconocerse en la identidad del oponente, que a medio plazo tiene buenos resultados y los primeros cinco minutos son un estímulo de defensa, cuando dos vienen a ser una entidad similar. Fue algo que me vino a decir un día, con otras palabras, Belén de Hortaleza. 
Vivir en Londres está bien si consigues un número de la seguridad social, hablas bien inglés y no eres demasiado enfermo de morriña, es una ciudad de línea cero, starting point, habla Alicia. No has descubierto América Alice, dice Matusalén en grado de confianza.
Brindamos en silencio, observando un tobogán y un columpio, que escenifica un pequeño babel de niños de todos los colores hablando unos con otros en mitad de un auténtico guirigay de vocablos y salivazos anglosajones. A Matusalén le acude la categórica nostalgia del hijo muerto, y es hora de marcharse; del parque doloroso.
Caminamos entre manadas de gente, y al pasar entre dos coches, no puedo evitar tropezarme con una chica que se acaba de bajar los pantalones y las bragas, y está meando con el culo absolutamente en pompa; no he podido esquivar que salpicara  en mis Adidas aproximadamente media pinta de cerveza porque le
fluye el líquido al modo torrente vaginal. Al lado, los amigos de la chica, unos hooligans del Arsenal se ríen como hienas irreverentes, esa sonrisa que tiene ciertos filamentos afeminados y malévolos, esa sonrisa que duele más por insalubre que por motivos, porque es desagradable hasta la náusea y es la misma del dickensiano Fagin, y cuando íbamos a pasar de largo, a Matusalén no le han gustado las razones de la risa o el modo, o qué sé yo, y ha venido a exhibirse la violencia en grado intermedio de su brazo derecho. Ha sido un swing, aunque sin afán noqueador, suave, una especie de crochet largo con buena técnica en el giro de puño para conseguir que el impacto recaiga sobre los nudillos, y el tipo no ha caído al barro. El problema es que a continuación no hemos podido correr, y hemos recibido nosotros todo tipo de patadas, y variada clase de golpes rectos, curvos, ascendentes, verticales y mixtos, hostias a mansalva; por tanto recuerdo poco de una importante somanta de palos salvo que eran una extraña clase de skin-heads paquistaníes, porque en esta vida hay de todo, y también la salvaguardia de que han decidido perdonarnos la vida, precisamente mientras un sonido gutural decía algo parecido a kill them.

Matusalén dio primero. La primera causa es su propia tragedia, la segunda no tiene más que ver con la primera y es la circunstancia de que el mundo importa poco cuando se muere un hijo. Poco más, y ya es mucho. Estamos contusionados; conseguimos salir andando a duras penas, pero andando. El único deber del hombre es andar siempre adelante; pues ahí, gracias Carlyle. 









lunes, 22 de abril de 2013

Dear Marta.-


Dear Marta, ahora veo tus whatsapps, tu perdida y un mail por ahí desorientado en el spam. Sí, he visto tus archivos, tus fotos y tu colección. La respuesta es sí, me ha molado, en una época en la que no me conmueven demasiadas cosas. Eres joven, guapa, irremediablemente educada y humilde, simpática y tienes un futuro de la hostia. Sobretodo siento mucho que seas educada y humilde porque ellos no lo son en otros lugares; pero a la vez me alegro mucho de que no hagas manualidades, ni ganchillo, ni broches de fieltro, ni platería agresiva, ni vayas de diva o princesa de los camafeos piscodélicos. Eso es fantástico. También he agradecido mucho que no me dijeras que eres artista. Tu obra tiene talento y mola. A veces la gente se llena la boca con la boheme-chic; coño pues tú eres eso mismo, mira tú por donde. Ahora pasará una cosa: te dirán que le falta esto y le sobra aquello, y que hay crisis y la gente quiere funcionalidad, o que es muy mono pero no les encaja. No te preocupes, la moda se mueve en torno a unas quince frases hechas y algunas silencios despóticos.
Ante todo eres muy joven para desanimarte y para iniciar una trayectoria de cadáver exquisito, trabaja, ten diversión, córrete tus farras, sé tan loca como se pueda ser con veinte años y si quieres crecer, pon algo de dinero. Nos vemos cuando quieras para el business. Todo está bien. 


jueves, 18 de abril de 2013

See You Later (21).-

Matusalén acudió al dealer del anticuario buscando un reloj de bolsillo con caja grabada de motivos de caza, quizá un pointer inglés galopando o un cazador con su presa, de Von Sandrart. No tengo una razón especial pero nunca me han gustado ni los motivos ni la estética de la caza del zorro, y Portobello está plagado de zorros, me comenta mientras tomamos café con leche en el apartamento de Harrow. A cambio ha traído tres muchachas muy derrotadas y muy lindas (mucho más que terroríficas) que son unas muñecas calvas que le miraban extrañamente felices desde el holocausto de una caja de madera, como si estuvieran en la quietud de un limbo donde no es necesario comer, ni beber, ni pagar impuestos, ni follar, ni instruir la venganza, solo mirar desde la más ortodoxa de las inocencias, inmunes a la violencia y a nuestra mísera vida terrenal. En síntesis, unas bonitas muñecas en babia. Además Matusalén trae una mancha amoratada en el centro de la diana del pómulo derecho. Dice que se golpeó con el cartel de un bazar de chinos en Kensington Park y se levanta a vaciar la cafetera sobre su taza. No deja de contrariarme el hecho de que en Kensington Park solo hay restaurantes, casas y tiendas de lujo, y a la vez siento cierta molestia por que un tipo medianamente inteligente se tenga que dar una hostia con una placa metálica de los chinos o lo instrumente para disuadir la atención de los hechos reales ¿Y tú vas de Serpico colega?
Tal como acordamos, anteponemos los mercados a los museos (incluso visitar cero galerías, pinacotecas, museos arqueológicos, etc)  y estamos en Bermondsey Market. Hay cosas que brillan mucho, y yo tengo la tendencia a mirar los objetos dorados, aunque no llevo un ápice de oro sobre mi piel y no soy calé ni urraca, pero me gusta; le encuentro placer a la vida destellante, mirarla desde fuera y valorar los huevos que hay que tener para colocarle a un niño gitano de dos años un chupete amarillo con cadena de oro y un cristo de Medinaceli. Por eso también me desbordan los gitanos de Londres, no son muy diferentes de los canis de Parla. Los miro a través de la cristalera del Mc´donalds con su M amarilla, y pienso en el oro como en el poder, el oro rigiendo el Sistema Monetario Internacional, el oro de la princesa del barrio, el oro del polígono para ser un príncipe del hampa, el rey del bloque de protección oficial; el oro de los gitanos de Londres con la camiseta del Arsenal comiendo dieciocho big mac con patatas, alitas y coca-cola de la grande. Trozos de carne picada y lechuga quedan atrapados ente la parte incisiva y dorada de la dentadura, un par de niños enseñan la comida y eructan con avidez de adulto cerdo. Todos ríen y exaltan la epopeya de los gypsy boys. A Matusalén le hace gracia. Hijoputa el niño, se limita a decir, a mí me provoca toda la curiosidad del mundo ver la fiereza de los estómagos de los críos; podría estar un cuarto de hora mirando esa basura, y tantas otras. Escribo en mi cuaderno: la espontaneidad puede ser el salvoconducto de la mala educación; putos niños. Dejamos atrás la romería anglosajona.
Vamos por Oxford Street. A indagar por la aureola de las cosas de los escaparates, toda la mercadería luminosa que nos atrapa por unas hechuras que pierden valor en nuestras manos. Cuánto valor pierden las cosas poseídas, le digo a Matusalén.  Nos vamos de viaje a cualquier rincón exótico del mundo y nos sentimos embaucados por lo estrafalario, precisamente ahora que en Madrid se puede comprar lo mismo que en El Cairo. Pero nos dedicamos a comprar, para petar los aviones, para regalar algo a nuestra gente, que ya habían comprado esa alfombra étnica del Rajastán en el Zara Home de Princesa.
Resumiendo, los cachivaches casi siempre son un flechazo a primera vista, y están ahí, hechos y colocados para la codicia y las aspiraciones de posesión. Son un affair inesperado y erróneo de discoteca a las cuatro de la mañana. Los cachivaches acaban siendo invisibles, como aquellas castas marginales de la India. Los cachivaches quedan olvidados en un rincón, llenos de polvo, expuestos al maltrato de un niño pequeño, y a la invisibilidad, en la escena de nuestro museo doméstico. Y luego, nosotros en plan Hamlet mirando una muñeca calva, dice Matusalén, todo metafísico, preguntándole algo, y pensando que al fin y al cabo en occidente somo algo más que comer y beber, todo viendo caer los brillos dorados del barril de cerveza en un pub de Londres, , preguntándonos si ha ganado la muñeca o nosotros.
No tengo dudas de que Alicia y yo follamos por flechazo, pero a la vez siento cierta inquietud por saber como le va el día, si tiene muchos muertos o pocos, si está contenta o es uno de esos días en los que se siente devorada por la vida. Suena mi móvil. Alicia ha tenido tres muertos, una accidente en la A308 dirección King´s Road. El padre ha salido ileso y su novia y dos criaturas han ido a buscar las tablas al See You Later. Insiste en que Matusalén y yo vayamos a recogerla y vamos a hacerlo; no sé si vivir cerca de la muerte es respetarla más o no se hace reverencia ni se pondera mucho el asunto en cuestión cuando se pueden a llegar a  ver alrededor de 1.200 féretros al año. El See You Later es bonito; bastante moderno y despejado, diáfano; la muerte es acogida con mucha luz y con revistas de arquitectura danesa, viajes de lujo y actualidad política y en la puerta hay aparcado un Jaguar XK120, y acordamos irremediablemente en un intervalo de veinte segundos de contemplación que es una puta maravilla de la automoción, y no alargamos demasiado para no parecer demasiado paletos.
Matusalén toma el impulso de consolar al padre, alentar la imposibilidad de darle un respiro en el peor momento de su vida, porque él ya conoce bien de esa carencia, aunque lo desestima por imprudente. Alicia va recogiendo unos papeles, y explica ciertos detalles a su sucesora en el See You Later. Come on. 

miércoles, 10 de abril de 2013

Alicia, la Funeraria (20).-



Tomamos un autobús al azar, el H12 y aparecemos en el área de Stanmore. No veo españoles haciendo fotos como japoneses, insaciables de la imagen digital, ni siquiera paseando el Londres periférico con la camiseta del Madrid, una mochila y una indolente botella de agua inglesa. Los veo lavando platos en el pub Crazy Horse, repartiendo flyers por la calle y preparando las mesas de cualquier restaurante hindú. Son chicos modernos, leñadores, indies de Malasaña; barbas pobladas y cabellos reposados en los cuatro dedos de frente. Eso lo inventaron los Beatles, que no me cuenten que viene del capullo de Justin Bieber, anuncia Matusalén. Hablamos con un par, Jorge y Juan; comen basura, pasan frío, trabajan bastante, beben las pintas de cerveza en oferta, normalmente John Smiths y se lo pasan bien. Hablan inglés de una manera terrible, añoran la plaza del Dos de Mayo y detestan el sistema burocrático español. Estos chavales están verdes; bastante, pero tienen que estar verdes; no deja de ser entrañable la bisoñez de los veinte años; la vida acaba como el culo decía Matusalén Santander; viene a decir que la tragedia es el futuro, semejante capullo. En fin, viva la juventud, pero la  de las primeras primaveras, claro. 
Tomamos unas pintas de London Pride  y hablamos de los españoles hablando inglés. No me jodas con las raíces latinas; en eso estamos de acuerdo. Aunque dado el caso hablaríamos bien el francés y el italiano, y ni una cosa ni otra. La tele, claro, las pelis dobladas. La culpa la tiene la censura, llegó el títere aquel de voz aflautada, Paco Franco y a doblar los filmes anglosajones para fustigar la realidad . No somos un país guay, intelectual, cool, no somos V.O. Fútbol y Telecinco, el circo. Jorge, uno de los modernos, nos habla del cole. No le falta razón. Matusalén se la da golpeando el vaso en la madera de la barra; no acostumbro a verle tan legionario. El inglés no es una lengua muerta aunque algún arcaico docente se haya empeñado en enseñarlo como si fuera latín; pura gramática, poca conversación. Chaval, vale, pero es el chauvinismo, es decir que si fuimos un imperio, que si  nuestra lengua es la tercera más hablada en el mundo; y todo eso de que en España se vive de miedo, el sol y la cervecita. Qué pesaos.
Nos hemos separado por unas horas. Matusalén emprende camino disfrazado de Serpico, es decir un tipo con barba de un mes y gafas oscuras parecido a Jesucristo cool y camina como si fuera emisario de la venganza para el ajuste de cuentas; es una decisión que parece encaminada a reventarte la cara y pasa de largo cuando el tipo de enfrente se aparta a un lado de la acera, porque tiene dueño. Algún día le diré que no tiene ninguna clase andando, que va de Serpico pero puede parecer un chuloputas. Quiere ir a Portobello a buscarle las vueltas a los dealers del anticuario e intentar agenciarse un reloj de bolsillo con caja de plata labrada en motivos de caza. A veces no le entiendo esas mariconadas, pero se pone muy serio, y se va a por su tesoro bien decidido; dice que no me preocupe de él, así de primeras, que me vendría bien follarme a Alicia.
Alicia es una antigua amiga; trabaja en una funeraria de Londres, y sé que es demasiado guapa y tiene demasiadas curvas como para trabajar en una funeraria de Lambeth Walk, aunque también Emma Penella era demasiada bonita para ser la mujer del verdugo. La funeraria se llama See You Later y factura unos veinticinco muertos a la semana. Me apetece que Alicia no sea la que acomoda los cadáveres en las cajas ni la maquilladora de pompas fúnebres, o qué carajo, de muertos, y no lo es. Alicia está sentada frente a una mesa de cristal en un despacho de luz mortecina rodeada de coronas de flores y tres o cuatro modelos de cajas para hablar con las familiares del colega exánime, y ofrecerles un café, una burocrática condolencia y un catálogo de artefactos funerarios; y claro , sabe mucho de muerte, al menos de tramitar los tránsitos del See You Later, y eso viene a ser un aprendizaje sobre la muerte. Alicia no vende una jodida tarjeta de teléfono a los pakistaníes, no es una autómata del Burger King, ni una depedienta cool de Urban Outfitters; Alicia trabaja con la muerte y se toma sonriente a las seís de la tarde media pinta de rubia suave Pilsen en el pub Dirty Dick´s porque ella es muy señorita.
Llevo dos años sin verla y le brillan los ojos como si hubiera encontrado la satisfacción gracias a la muerte; les quiero decir como si se sintiera bien valorada en el trabajo  y hubiera cierto triunfo en la aventura de irse a buscar el futuro fuera de las fronteras autóctonas, y se mueve con evidente seguridad y gesticula como una ambiciosa financiera de treinta y dos años aunque vaya disfrazada de indie, una especie de campesina de Normandía agilizando funerales. En un momento determinado cuando me pido mi segunda John Smiths se me desata la mecánica física y me está devorando la difícil coyuntura de mirarla de frente. Tiene el pelo largo, de rizo grueso, es morena y no tiene rasgos espectacularmente bonitos en independencia pero en el colectivo a mí me está pareciendo una obra de gran estética; quizá la barbilla de hoyuelo y los ojos achinados desentonan con la nariz ligeramente aguileña pero nadie dijo que a mi me gustara Barbie o la novia de Cristiano Ronaldo. Sus curvas son indiscutibles. No quisiera tener la erección poética de contarles que adoro la imperfección, aunque por ahí hayan ido mis disparos en la vida nocturna.
De buena gana me fumaría un cigarro y dejaría que me contara la historia del Dirty Dick´s; de buena gana me iría con ella a cenar en un japonés y a bailar Down Here on The Ground. Mientras, ella dice que me ve bien, y yo le comento que vengo de los tres peores años de mi vida y que también se algo de funerarias, pero no ha lugar para ahondar en la tragedia sino para estimar el futuro. Alzo la voz y me pongo estupendo. Dar pena es condenarse, eso lo saben aquí y en Uzbequistan.
Salimos a la calle. Los azules plomizos del cielo de Londres languidecen y tenemos una atmósfera despejada de brumas. En unos instantes de inocencia percibo el cielo radiante como un prodigio para que Alicia brille más; siento los las pautas irregulares de su respiración. Unas japonesas le preguntan por Old Spitalfields Market y me mola excesivamente la suavidad del acento y la musicalidad.
A continuación ella me va contando, por Liverpool Street. Había en Londres un ferretero, de nombre Nathaniel Bentley, con un comercio en Leadenhall, y de repente un buen día la tragedia vino a exhibirse; su prometida murió extraordinariamente la noche previa a la boda, y Bentley quedó de por vida en el refugio de una enorme desgracia, y se convirtió en un hombre muy triste con la equidistancia de ser también un hombre sucio y descuidado. Dejaba morir a los gatos y dejaba que la acumulación de la mierda y los enseres le fueran matando, pero consecuencia de cierta extravagancia británica el negoció prosperó en mitad del caos y las coordenadas de Diógenes. Un hombre rico, indigente, sucio, gatos muertos, mugre y ganancias.  Muere el viejo, y aparece el propietario de la taberna Old Port Wine, previsor del pump business; compra las chapuzas de Nathaniel, los aceros oxidados, los gatos muertos; clasifica la mierda, la ordena, decora con los fiambres de los mamíferos y nace para el mundo el pub Dirty Dick´s, perfectamente adornado con los escombros de la desgracia.
Fingo interés por la historia, y lo tengo pero a medias, y agradezco que no me haya dado una tutoría de afectación dickensiana; y camino a su lado rápido porque vamos a descorchar en su apartamento de Adgate East una botella de La Vicalanda que agarra mi mano sin envoltorio al estilo de los jovenes modernos franceses cuando van a cenar con amigos los viernes por la noche. Me gusta cuando me sujeta al cruzar los pasos de cebra y me agarra con vehemencia afectiva y dice: ten cuidado, está rojo. Alicia vive en un apartamento de unos cuarenta metros cuadrados; tiene moqueta, muebles modernos de color gris hielo, fríos como Escandinavia, luz natural en toda la sala y su habitación, vigas de madera vistas, y fotos de tres cuartos de su vida en marcos fosoforescentes del IKEA. En Tarifa fumando un porro, en Malasaña bebiendo una cerveza en el suelo de la Plaza de San Ildefonso, con papá y mamá en Barcelona, saltando en Trafalgar Square delante de los leones, con decenas de niños pequeños en piscinas y playas; incluso logro reconocerme  la Vía Láctea cogiendo a Alicia en brazos como si aquello fuera Le Chat Noir y fuéramos gente muy feliz y apasionada de la época dorada del cabaret; reímos con una transparencia acojonante y hay gente alrededor de nosotros que habla distendida y bebe brumosa en la parte derecha de la fotografía. Buenos tiempos, dice Alicia. That´s right, le digo, y ahora tú organizando entierros en Londres; 
creo que te habrías superado siendo conductora de coches fúnebres o enterradora, nunca lo habría pensado de aquella camarera de la Vía Láctea, seguro que eres la tramitadora de muerte más guapa de toda la ciudad, no doubt. Le damos calidez a la mesa acristalada de granizo y vanguardia con una tabla de quesos, mortadela siciliana y la correspondiente botella de vino con un par de copas. El hecho será inevitable; yo no sé la periodicidad sexual de Alicia en Londres, esporádica, intermitente, si folla de continuo, mensual o semanal pero sé perfectamente que ella hoy no está haciendo amagos y yo me estoy desabrochando la camisa y empiezo a acariciar su espalda suave, lampiña, satinada de cobre y lunares, y ella me atrae hacia un sofá de la escarcha de Islandia; mi cuerpo globalilza la sensibilidad y me sosiega ver que sus pezones están erizados y la tengo encima, agitado por el escalofrío; me jadea que haga círculos y no inicie con intensidad, y nos convertimos en un animal de ocho extremidades y dos cabezas enredado caóticamente  en un sofá islandés de tres plazas. No les daré muchos más detalles porque escribir entre poesía y pornografía igual no es lo mío; a continuación nos hemos quedado dormidos entrelazados por espacio de media hora. Ha vuelto el azul más tenebloso de Londres, aparto como puedo el brazo con la mayor levedad posible de su torso húmedo y prendo una lámpara de una mesilla de noche, también súper nóridica, de acero y cristal, posiblemente la más fría sobre la faz de la tierra. Miro mi reloj, no me preocupo por Matusalén; me pregunto que pensara Alicia cuando despierte y nos aborde a los dos el silencio de una ciudad callada y sigilosa bajo nuestras ventanas abiertas. 


miércoles, 3 de abril de 2013

London Calling (19).-



Es julio de 2013 y Matusalén Santander y yo tomamos un café asqueroso frente a un camarero calvo y triste que nos coloca abúlico y frívolo un vaso de plástico con un aguachirri de cafeína y agua caliente. Uno ochenta viene a valer esta basura diarreica, que también es apática, insensible y trágica en el universo de los cafés.  Encontrar esta mierda en el centro de Madrid debe ser complicado pero estamos en la terminal dos del aeropuerto y nos vamos a Londres. Claro que eso es un pretexto para la felicidad,  un motivo manifiesto para sonreír, y qué carajo, reímos, sin estruendo pero lo hacemos, sutilmente, como Robert de Niro cuando era el cura de Sleepers, y nos pimplamos ese café como si fuera un colombiano en el Ritz. Por puro descuido electrónico vamos en asientos separados. Mejor. 

Mi compañero súbito no se si es un negro de los que venden la Farola o es un negro millonario que vende y fabrica dinero. Ocurre cuando un negro estilo zulú de Sudáfrica se pone una sudadera y un pantalón de chandal; o el glamour se fue de vacaciones o le está esperando in a lovely corner of Chelsea. Es verdad que huele a Prada o a un perfume extremadamente caro y es verdad que ha sacado el Financial Times de la funda de un Mac y no ha visto La Farola en toda su existencia entre KwaZulu y Londres, pero tardo tres minutos en darme cuenta.  
El avión parece un Audi gigante, maravilloso cuando rueda; incluso me motivaría bastante el hecho de que el viaje fuera en linea recta a 800 kilómetros por hora en una pista que atravesara Francia, y un nuevo eurotunel para aviones en el canal de la Mancha; pero están hechos para despegar, y no me cago de miedo pero no es mi hobby sobrevolar los cielos en un Airbus 340 con 15.000 kilos de carne humana.
El baile de las maletas es como una danza de muertos, y reconocer el cadáver resucitado de la tuya es una de las experiencias más bonitas de todas nuestras andanzas con las cosas materiales. Nuestras maletas se demoran, tardan nuestras chicas, esos retazos de vida utilitaria y tangible, y por unos instantes me avergüenzo de mí mismo, es decir que me veo como el típico gilipollas suspicaz, ávido de encontrar el mejor sitio en el autobús, en la cola del embarque, en el vagón del metro, y estoy en la boca de entrada de las maletas como un paleto de Trebujena a la expectativa de una salida airosa a la cinta. Hola querida; te adoro; es una Samsonite Azul que me regaló mamá, con ruedas y de plástico policarbonado. Te tomo con mucha ilusión, o como si me entregaran a mi hermana muerta para darle buen reposo. Es bonito recuperar una maleta. Me despego del tipo ansioso. Buscamos toda la señalización underground en el aeropuerto de Heathrow
Nos hemos alquilado un apartamento en Harrow Weald por 1.200 libras la semana. Conozco este área de mi primera época universitaria, cuando me dediqué a cuidar a cuatro mocosos paquistaníes y aguantar a una madre neurótica. Fruit Only For The Boys, me dejó escrito en la pizarra de la cocina. Supongo que robé una manzana y un plátano y se decidió a escribir esa tosca humillación, porque hay que tener muy, muy poca clase para escribir en una cocina a tiza fosforescente Fruit Only For The Boys. Un poco  de cariño, joder, estoy en tu puta casa de cartón y moqueta aguantando a los delincuentes de tus hijos, trabajando para unos paletos y sabiendo que nunca, jamás, nunca, jamás, nunca, he comido ni volveré a comer esa basura que me dabais de cena a las seis y media de la tarde. Aunque tú no distinguirías fabes de beans, porqué coméis tan mal. 
La zona es muy verde; hay parques, ardillas y bucólicos cementerios de mármol y musgo; y tiene una magnífica comunicación con Baker Street. Nos entrega las llaves del apartamento un hindú con la camiseta del Arsenal. Dinero, fútbol, prisas, es su conversación de diez segundos. Le damos la pasta y nos acomodamos. Miro por la ventana de mi habitación  y me viene una de esas ridículas afectaciones acerca de que la vida es bella; la vida es maravillosa con un tercio de Heinekeen, viendo a las criaturas británicas jugar en el parque con una pelota y las ardillas comiendo cacahuetes. Quizá en otro lugar que llaman África hay otros niños muriéndose de hambre, escuálidos y con moscas en la boca, pero eso nos pilla a contrasentido, muy lejos; son incongruencias a nuestras vidas europeas; lo que realmente nos molesta es que los hombres maten a sus mujeres y que un psicópata nazi se de un festín de muerte y sangre en Noruega. Esos son nuestros problemas, y el puto paro, y los desahucios, no unos negritos sin infancia.
Entonces es el momento en el que Matusalén Santander se quita su cazadora negra de motero y me dice algo parecido a: mira tío, la realidad es una cosa muy rara, y nadie merece sufrir pero todos lo acaban haciendo porque la vida acaba como el culo; ah, y otra cosa, la miseria viene de la riqueza, son coordenadas, coño. 
Frivolity Calling; empezamos.